El hijo del Señor, por Satanás guiado.
Han vuelto Carl y Assad, la pareja de investigadores del departamento Q de casos imposibles que nadie quiere tragarse, siguen con su carisma y prototipo dual, ese bien armonizado dueto que tan bien les sienta; caminan juntos, se apoyan incondicionalmente, se ayudan mutuamente y sobreviven a la tensión, podredumbre e incertidumbre de cada caso.
Porque, en esta tercera entrega se ha recuperado la fascinación quebradiza de la primera, y por tanto de su lúgubre, opaco y fanático descubrimiento; son secos, austeros, de pocas palabras vertidas a su devoción por el trabajo, indiscutible empeño que no quita empiecen a conocerse y a afianzar su amistad firme.
El clásico continúa, el trauma de uno/la convicción religiosa del otro, la amargura y abandono frente a la constancia y la mano tendida, ambos perfectos en su labor policíaca, ambos con una marcada personalidad que actúa de enlace y seducción cuando están juntos.
Producción sueca que se está convirtiendo en una apetecible serie por entregas, pues la base no varía, es segura y constante, los casos pueden multiplicarse tanto como inventiva acertada tenga el guionista.
En esta ocasión, desapariciones de niños cuya sospecha se inicia a través del mensaje en una botella, la creencia en Dios, el mantenimiento de la fe y la tentación del diablo detrás de una cadena de muertes que se vienen repitiendo, año tras año, desde hace tiempo.
Buen ritmo, de siniestra fotografía, para un guión que no se complica en su marcha, ni enreda en exceso en la andadura y resolución de su argumento pero, que tiene el don de captar tu atención al instante y no soltarte en todo el proceso; rigurosa, sobria y tirante, su inquietud se mueve pausadamente al ritmo del desasosiego de sus pasos, avanza conforme, sin magnificencias pero con eficiencia segura, entretiene, crea un acorde pulso y les acompañas hasta el final con la gratitud y curioseo de querer estar presente cuando se resuelva todo el tinglado, más que probable magullados, pero dispuestos para la siguiente ronda.
Suspense depravado, de negrura anímica, para una redención agónica, oscura y opresiva que mueve sus hilos al son de un valorado thriller gracias a sus efectos absorbidos y a su respirar agónico, punzante, doloroso e irrespirable; no asfixia ni conmueve, pero ralentiza el pulso cardíaco para que centres tu razón en ella.
Luz en el corazón vuelta tiniebla, que pone a prueba la mano de un Señor que no llega para ayudar a los hijos de su rebaño, que permanece inmóvil y al margen ante el sufrimiento y desespero de aquellos que le aman y veneran; se puede ahondar más, y más enrevesado, pero no lo echas de menos, no lo necesita, pues cubre sobradamente su propósito de distensión, pasatiempo e interés por un departamento Q que ya se ha ganado sus incondicionales adeptos.
Lo mejor; la pareja protagonista.
Lo peor; sus tragedias podrían subir de intensidad física y dialéctica.
Nota 5,7