Moderación generalizada que limita su gloria.
Viene de un triunfo arrollador de la serie materna, y del posterior encargo del nieto, lo cual a permitido el acceso a la gran pantalla de la transición entre ambas; ese decisivo tiempo que hubo entre tan consumidos hechos televisivos que, sin discusión alguna, han sido retratados con cuidado del vestuario, la fotografía y la escenografía, una solemnidad artística de gran detalle, elaborado con habilidad y esmero para conformar la gloriosa y tormentosa época elegida, más esas interpretaciones firmes y absorbentes de quienes saben la importancia del papel que representan, aunque no entren todos en tan explícito desempeño.
Poder, religión, sexo, amor, mentiras y traición, luchas, muertes, destierros y ansia de corona una vez caída la reina, ese arte de la guerra y su conjunta negociación que pregunta ¿hasta dónde se está dispuesto a llegar por salvaguardar el reino? ¡a lo que sea!, siempre contesta; promesas y lealtad al servicio personal por ambos frentes, de cara o a contraataque, argucias, disputas y acuerdos de conveniencia, todo en uno con excelente ritmo y acorde labia que instruye, narra y ofrece la estratagema de esa partida de ajedrez, que se enfrenta por la tierra.
Hija, padre, yerno y una voluntad testamentaria que a nadie parece importar, pues hay mucho en juego; Aragón y Castilla/Castilla y Aragón, sacrificio e intereses para dos cortes separadas, que en su día fueron unidad fuerte y suprema.
Película que vive entre Isabel, su antecesora, y Carlos I, el heredero que recogerá lo sembrado por este combate a tres bandas que reconduce el más listo de ellos, ese que siempre acaba imponiendo su santa voluntad, una iglesia férrea que está con todos pero con nadie, excepto con ella misma, para imponer con dureza, negociar con artimaña y acercarse con esa docilidad de quien se deja manejar, manejando los hilos con sabiduría.
“Para ser un buen rey no es necesario ser un mal padre”, dictamina una Juana la Loca, más cuerda que nunca, en proceso eterno de dar sepultura a su querido Felipe el hermoso, mientras se despide de su audaz, inteligente y calculador progenitor alabado; una próspera y culta clase de historia cuya pedagogía es interesante, atractiva y cumplida.
Somos capaces de realzar y visionar, en múltiples cintas repetitivas, dramas históricos de otros países; ya es hora de valorar, descubrir y apreciar el gran historial que esconde nuestro pasado, en magníficas personas y en hechos notorios.
Evidentes son los reparos, tropiezos y limitaciones de nuestro cine para las grandes producciones, pues siempre anda manejando presupuestos mínimos muy esquivos y controlados por las diferentes fuentes que colaboran; cierto es su falta de experiencia y logro absoluto -que no de trabajo y empeño en su buen hacer- pero, para el caso, Fernando el Católico (Rodolfo Sancho) y el cardenal Cisneros (Eusebio Poncela) acaparan plano y atención, se cuela entretanto el sentimentalismo y se describen los hechos con veracidad lineal y con corrección de visión y entendimiento.
Informa, alecciona y puede motivar que más de uno vaya a Google a saber más de tan manipulador triángulo; buena oportunidad para los que apoyan el cine español y su mérito .dados los medios con los que cuenta- saquen pecho y presuman, y para el resto, una buena excusa para escoger una película de la casa, entre tanto invitado extranjero de más dinero, y poder salir contento de su elección.
Una decente vuelta al medievo que cuida los detalles y es fiel a la narración de la tenebrosidad del alma, en ese periodo de tres años que dirige un Jordi Frades que ya se involucró en algunos capítulos de la serie y que cuenta con 30 años de trabajo para la caja tonta; rigor con los textos clásicos, solemnidad en la exhibición del espectáculo y ganas de entretener y gustar a esos esperados fans, tan enganchados a los episodios de la tele; tretas y divagaciones para un gobierno que se resiste, que se araña pero impide el acceso y que, entremedias, resulta ameno.
La corona partida, nace con público seguro de taquilla efectiva, lo cual no quita la eficiencia y logro del producto adquirido; porque es nuestro recorrido, porque es bueno conocerlo, porque vale la pena verlo, porque hay que saber de dónde se viene, porque es cautivadora la mirada añeja a los imperios del pasado, porque es nuestra importante y sacrificada historia..., porque hay que cuidar y estimar lo propio pues, no siempre el campo del vecino es más hermoso.
Lo mejor; rememorar los hechos.
Lo peor; una rectitud narrativa que no deja respirar la grandeza de los mismos.
Nota 5,7