Aun No Comprendo Que Es “Collateral Beauty”
Amor, tiempo y muerte son las tres abstracciones que conectan a cada ser humano con la naturaleza misma de la existencia, son aquellas que rigen nuestros pasos en el mundo terrenal y quienes dictaminan un encadenamiento de emplazamientos personalmente conexos a una sobrehumana potestad religiosa. Basada en estas tres conceptualizaciones, la apuesta navideña de Warner Bros. busca otorgar un mensaje vivificante por medio de dilatadas dosis de contenido lacrimoso que a fin de cuentas lo único que consigue es exasperar y suministrar una composición errada y tajantemente distante a lo que se proponía.
Howard (Will Smith) inicia con una estimulante alocución sobre los pilares de la vida, en el cual manifiesta el optimismo y la vitalidad de estar al mando de una empresa de publicidad en ascenso. Dos años después, un hombre abatido por la depresión, la asolación paternal, la amargura y la melancolía aparece en pantalla, casi siempre con un austero ceño de aflicción y a punto de sumergirse en un mar de lágrimas. Según sus “compañeros”, la persistente fluctuación emocional de su jefe, quien se pasa la mayor parte del tiempo apilando multicolores fichas de dominó en forma de fortines o edificaciones con el fin de simbolizar la complexión de cada individuo: todo se desmoronara, hará que la compañía publicitaria colapse precipitadamente. Para prevenir eso, y con el subterfugio de buscar su rehabilitación social, personal y laboral; determinan contratar a un grupo de intérpretes teatrales, retratados por unos pasables Keira Knightley (Amy), Jacob Latimore (Raffi) y una inesperada Helen Mirren (Brigitte) dentro de un rol hondamente dispar a su ovante carrera, para que personifiquen a los tres personajes a los que su jefe envía cartas de repudio: Amor, tiempo y muerte. Todo esto en orden de salvar a la empresa, redimir a su “colega” y súbitamente solventar sus propias vidas, cada una relacionada con los pilares existenciales interpretados por los actores.
Debo confesar que a mediados de 2015, cuando gradualmente iba conociendo los fichajes técnicos y actorales, estuve bastante eufórico y anheloso de visualizar el sugestivo designio protagonizado por este experimentado elenco, sin embargo, cuando deslice el ratón un poco más hacia abajo y leí el argumento mi expectación se acentuó intransigentemente. Sentí que era lo que cada amante del cine clama con devoción en estos tiempos de vicisitudes creativas; una historia original, con cualidades únicas y resoluciones lozanas.
Hoy, un año y medio después, tengo la oportunidad de ver el filme en su totalidad, desencadenando un contundente cambio de opinión tanto subjetivo como objetivo. Primeramente, reparo un aire de realismo mágico que funciona hasta cierto punto; intentar jugar con el intelecto del espectador es ciertamente lesivo, en donde si no se ejecuta con una rigurosa y aguda diplomacia puede ocasionar un poderoso cataclismo, y precisamente eso fue lo que le sucedió a este largometraje. Además de esa aura fantasiosa en una concepción realista del mundo que la dista de generar una consistente empatía con la audiencia, el trabajo de Allan Loeb enfrente del guion proporciona un rebuscamiento figurado y utópico, barajando el deseo del relato dentro de los tres personajes secundarios: Whit, Claire y Simon (Edward Norton, Kate Winslet y Michael Peña). Mientras conglomera subtramas dentro de la historia, Howard, el verídico protagonista, pasa a un último lugar, entorpeciendo el curso de los acaecimientos y tratando de ser una competente obra influenciada por temas filosóficos. Sumado a esto, los apartados técnicos no sugieren grandes cotas de imaginación ni invención, ciñéndose a proyectar a Nueva York en plena época navideña, reiterativos primeros planos de los ojos rojizos de Will Smith, un montaje con ritmo desigual y una banda sonora tan genérica como deficiente para los apiñados momentos dramáticos que están a la vuelta de cada esquina.
Pese a los constante detrimentos, la película adquiere y retiene un aire estimulante alrededor del leitmotiv: intentar traer de vuelta a un ser querido. Encarnar al amor, tiempo y muerte de manera diáfana pero a la vez múltiple es uno de los aciertos, consiguiendo enfervorizar con el fin cardinal de los personajes. Además, el cometido de darle sentido a la existencia nos recuerda a clásicos que lograron con creces honrar y homenajear a la vida misma: “Life Is Beautiful” o "The Pursuit of Happyness" (protagonizada por Smith en 2006).
“Collateral Beauty”, dirigida por David Frankel, se siente como el desplome definitivo de un conjunto de decisiones erróneas para dar forma a una historia, empero, por encima de estándares cinematográficos o narrativos, el filme es una buena elección para aquellos que desean reafirmar la importancia de la vida, el tiempo, la muerte y el amor. Repleta de actores talentosos, una trama central fortificante y un sugestivo giro final, el celuloide de Frankel no es merecedora de semejante vapuleada por parte del medio crítico, que si bien es un proyecto confuso e irregular, sí, pero si vamos a entablar una tertulia de verdaderos bodrios fílmicos, varias cabezas ya están bien asomadas.