El hombre tranquilo
por Xavi Sánchez PonsCierta parte de la crítica y del público le tiene ganas a Clint Eastwood. Ya sea por sus ideas políticas conservadoras, o por considerarlo un dinosaurio al que se la ha pasado el arroz en esto del cine. Sus detractores se encarnizaron con El francotirador y Jersey Boys –trabajos que venían precedidos de la atrevida y excelente J. Edgar-, dos trabajos de encargo bien majos en los que el director norteamericano se ponía el traje de artesano con toda la honestidad del mundo. Los más apocalípticos se atrevieron a hablar de fin de ciclo, pero craso error. Eastwood se vuelve a reivindicar como el último cineasta purasangre estadounidense con Sully, una de sus obras más cercanas al Hollywood clásico. Esas películas de John Ford, Robert Mulligan y Frank Capra de estilo casi invisible, pero de puesta en escena depurada y sin subrayados innecesarios, protagonizadas por personas normales que tenían que hacer frente a situaciones excepcionales. En el caso del filme de Eastwood el piloto de avión y capitán Chesley "Sully" Sullenberger, responsable del increíble amerizaje de un avión en el río Hudson en enero de 2009. Un caso real que dio la vuelta al mundo y que ahora rescata el director de Sin perdón para contar su intrahistoria.
Sully sitúa la acción justo la noche después del incidente, narrando de forma pormenorizada como fue todo el proceso de investigación para dilucidar si fue una decisión adecuada aterrizar en el río. Eastwood reconstruye en clave de ficción como fueron esos días de incertidumbre, y pone el foco en el personaje de Sully. Una figura pública que vive una situación esquizofrénica: la gente del pueblo le considera un héroe, y las autoridades ponen en duda su valía como piloto, pero que logra mantener la cordura en ese circo mediático y legal. Ahí es donde brilla la película, en el retrato certero y templado del piloto interpretado por Tom Hanks; un rol muy parecido al desempeñado en El puento de los espías. Ese americano medio insobornable con un sentido de la justicia magnánimo que nunca pierde los papeles y que siempre hace lo correcto -a nivel ético y moral- aunque vaya en contra de la opinión popular: en este caso aterrizar en un río aunque todo el mundo le diga lo contrario. Dentro de ese retrato, Eastwood también aprovecha y desmitifica de forma brillante y nada forzada la figura del héroe. El Sully de la vida real se hizo famoso por la frase de ‘yo solo hacía mi trabajo’, cuando le recordaban su hazaña. Y esa es una de las tesis del filme. Plasmada de forma abrumadora en la secuencia en la que vemos el amerizaje y el posterior rescate de los pasajeros, dejando claro que nadie murió ese día gracias a la colaboración y esfuerzo colectivo de todas las personas que estuvieron presentes esa tarde en el río Hudson.
El Tom Hanks de Sully nos hace pensar en el James Stewart de Caballero sin espada, en el Jeffrey Hunter de Sargento negro, o en el Gregory Peck de Matar a un ruiseñor. Y la película de Eastwood en ese cine, como decíamos antes, de puesta en escena invisible pero depurada al servicio de la historia, que huía de la ambigüedad moral para realizar radiografías certeras del lado más altruista, bondadoso y justo de la naturaleza humana. Quizás en 2016 mucha gente haya perdido ese idealismo propio de la new deal, pero algunos aún creen-creemos en él. El director de Mystic River es uno de ellos.
A favor: su contención y elegancia.
En contra: que su aparente sencillez la convierta en un trabajo menor cuando en realidad no lo es.