Sin Curtis, “Halloween” es la siguiente en la lista de Michael Myers.
¿Quién no conoce “Halloween” de John Carpenter? La cinta de uno de los gigantes del horror se estrenó el 25 de octubre de 1978, hace nada más que 40 años; sin embargo, su triunfal legado ha envejecido tan bien que actualmente es un indiscutible clásico dentro del cine slasher. Pese a que muchos concuerdan en que el sub-genero fue cimentado por “Bay of Blood” (1971), “The Texas Chainsaw Massacre” y “Black Christmas” (ambas de 1974), indiscutiblemente, cuando Michael Myers irrumpió en la escena cinematográfica de los setenta con una vigorosa fórmula— inocente de las infinitas reproducciones a la vuelta de la esquina —unos cuantos vaticinaron que estaban frente al germen de una nueva cara del horror tan especial como prejuiciado. Ahora, ha regresado y con más sed de venganza que nunca.
A manera de conmemoración, los agentes principales de esa fatídica y traumática noche de Halloween regresan para saldar las cuentas pendientes. Es correcto, han transcurrido 40 años tanto dentro como fuera de la ficción, y Laurie Strode, nuestra impredecible scream-queen, se ha preparado para lo inevitable enjaulada en sus recuerdos; armada hasta los dientes, está dispuesta a poner punto final a esta terrible pesadilla. ¿Quién será la victima ahora?
Calificada como la secuela original, desheredando— con justa razón —la casi docena de fallidas continuaciones y remakes, “Halloween” de Gordon Green es un gran homenaje de difusas intenciones si lo que buscas es saber que ha sido de aquella estudiante de secundaria, si lo que buscas es una respetuosa actualización cinematográfica, si lo buscas es un viaje de agria nostalgia; por el contrario, es una gigantesca decepción si lo que buscas es experimentar los mismos escalofríos que Carpenter conseguía producir con tan peculiar estilo, si lo que buscas es un nueva obra maestra o, por lo menos, una magnánima continuación para el clásico de horror.
Jamie Lee Curtis está de vuelta, y de lejos, es lo mejor de este regreso. Curtis es una scream-queen por herencia, pues su madre Janet Leigh, una de las fundadoras del término, interpretó a Marion Crane de “Psycho,” la pieza maestra de Alfred Hitchcock. Sin embargo, esta vez Curtis no está aquí para gritar. 2018 ha sido uno de los años más prósperos en cuanto a producciones de heterogéneas mujeres frente y detrás de la cámara en tiempos recientes; Laurie Strode y su clan han sido una de las grandes patrocinadoras. Hastiada de correr y esconderse, traumatizada por un pasado que cayó agresivamente sobre su propia hija, la final girl del señor Carpenter transformada por fuera e intacta por dentro está increíblemente preparada para acabar con este tipo. Honrando al papel que la catapultó inmediatamente a la fama, la galardonada en dos ocasiones por la HFPA despliega una exploración sobre trauma ciertamente infradesarrollada aun pese al fuerte empoderamiento femenino que el filme maneja, frecuentemente, sin soltura. Pasando por alto la imperfección narrativa y estructural del personaje, Curtis está fenomenal como una Laurie herida y envejecida, la actriz de “Scream Queens” no pierde su toque de reina del horror, la metamorfosis de sus facciones al verse nuevamente cara a cara con Myers es imperdible, su pánico te da una idea completa de lo que ha pasado en tan solo un par de segundos; es impresionante la manera en que habla involuntariamente de su trauma con sus rígidas acciones que recuerdan a la Teniente Ripley de “Alien” o a Sarah Connor de “Terminator.” Extrañaba ver a Curtis en la pantalla grande, esto, lo compensa todo.
Respetando los inoxidables fustes de Debra Hill y John Carpenter, el guion a cargo de Jeff Fradley, Danny McBride y David Gordon Green erra diluyendo una cantidad de prescindibles tropos del cine de horror actual y de antaño que aún si encuentra su razón de ser en los deberes del largo de satisfacer a las nuevas audiencias e intentar satirizar sus propias copias lastran severamente el porqué de esta secuela descuidando a sus propios discípulos: fanático o no, nadie quiere ver una fiesta de secundaria con jóvenes ebrios y acalorados pululando por la pantalla cuando tienes, después de cuatro siglos, a Michael y Laurie juntos por menos de dos horas.
Triste sorpresa y/o deshonrosa campaña publicitaria resulta ser la función estelar que suponía esta secuela, engañando con un evento que, juzgando por tiempo y calidad, se queda corto frente a lo prometido. Además de nunca explorar a profundidad el trauma de Laurie, el guion tampoco se concentra en esclarecer la vida de Myers, una perdida sabiendo que acertadamente esta era la oportunidad perfecta para darle algún tipo de trasfondo, aunando drama, slasher e ironía de una forma explícitamente diferente.
Los dos únicos protagonistas, desafortunadamente, se desvanecen contra el simbolismo impostado y singularmente efectivo que el guion maniobra. Trasladar la franquicia a nuevas generaciones es un propósito grueso por medio de insinuaciones nada sutiles como el factible anunciamiento de una historia más o simbólicos acontecimientos que además de resarcir los dolores de una mujer representada como tres, reafirma en demasía quien será la próxima scream-queen de la franquicia, sino, concéntrate en la última toma del filme.
El guion desperdicia jugosas posibilidades con la hija de Laurie, Karen, interpretada por Judy Greer. Perforada por una incolora infancia y desprovista de cualquier herramienta para combatir su peor temor, el prometedor personaje carece de un trasfondo emocional o, por lo mínimo, un digno tratamiento que ahonde en las cicatrices; es correcto, la cintas sobre desquiciados asesinos seriales no se caracterizan por galardonables arcos dramáticos, sin embargo, las expectativas con la idea de Blumhouse Productions era tan altas que rebasaban al género mismo, ignorando las limitaciones y los comunes fandangos.
Allyson, de Andi Matichak, parece recibir el protagónico en muchas más ocasiones de las necesarias, no solamente debido al considerable tiempo que se le otorga en pantalla— lo cual fortalece mi teoría sobre ser la próxima protagonista —sino por el “peso” argumental que los escritores inyectan dentro del personaje. De igual manera, no tiene muchos frentes en los que brillar con lo que se le da para hacer, lo que provoca que la joven actriz no tenga el agarre dramático necesario ni la iconicidad de una scream-queen.
Y es que el filme aspira y espira empoderamiento femenino de principio a fin. La secuencia final tiene muchas cosas que decir, ideales para el clima social actual, tres generaciones que afrontan su pasado, su presente y su legado con una carga simbólica y artística despampanante; desgraciadamente, el filme hace un sobreesfuerzo por ser progresista, mientras, sin percatarse, únicamente perpetua indirectamente las concepciones de la mujer en el cine de terror. Hay ciertamente un fuerte y descentrado cometido feminista en la película, desde su trio de “protagonistas” hasta las fatuas acciones que se le dan a dos de ellas; una prueba más de que, en muchas ocasiones, menos es mejor, con solo Laurie en primera plana hubiera más que bastado.
Por supuesto, en la era post- Shyamalan, un gran twist no podría faltar. Primeramente, es un shock digno de aplaudir, no obstante, aun con un personaje de la original involucrado, es impensable como tan solo unos cuantos minutos después tal agresivo movimiento no signifique absolutamente nada, un golpe de aire. En el género, la gran revelación y/o desenlace deben ser tan potentes y cuidadosos como las sorpresas a lo largo del metraje; este filme ni siquiera se preocupa por revolver concesivamente los esquemas. Ocurre algo parecido con las inyecciones de comicidad fuera de lugar que sospechosamente provienen de escenas que derrumban la construcción de tensión, factiblemente por la inclinación de uno de los escritores y el director por la comedia; no nos interesa si tu comida es un brownie de chocolate o un sándwich, danos más “Halloween.”
En cierto punto del reposado primer acto, Dave, uno de los amigos de la nieta de Laurie interpretado por Miles Robbins, sentencia con un fantástico tono satírico y meta-ficcional que un fulano con mascara que asesinó a cinco personas cuatro décadas atrás, hoy en día, ya no asusta, tal vez, este chico debió tragarse sus palabras por dos grandes y diferentes razones.
Estamos en un mundo en el que la sensibilidad ante cualquier acción y/o comentario hasta al límite, independiente del contexto, el más simple movimiento está abierto a debate. Por esto, en oídos muy sensibles, dicha afirmación puede pesar demasiado. Bien es cierto que no todos los mecanismos que dentro de una ficción se mueven deben relacionarse con la realidad, especialmente en un género como este, sin embargo, con una situación tan delicada como las masacres en escuelas, los atentados hiperviolentos y las infinitas muestras de violencia no registradas perpetradas día tras día hacen de este par de líneas un imán de derivaciones injustificadas.
Luego está “The Shape.” Es impensable remontarse en el tiempo e imaginar que un individuo enmascarado con un cuchillo de cocina en la mano se convertiría en un absoluto icono, uno que aterrorizó a millones y que ahora está de vuelta para intentarlo de nuevo. Su respiración pesada, su imponente corpulencia, su espíritu malévolo y su acerada inmunidad lo han posicionado no solamente entre las primeras y más sencillas opciones de disfraz para Halloween cada año, sino en el top primordial de los asesinos/seres más memorables en la historia del cine. Interpretado por Nick Castle en determinadas escenas y por James Jude Courtney en la mayoría del metraje, Michael está aquí decidido a finalizar su cometido. En la cinta original era concebido como una inexplicablemente inmortal representación de maldad, aquí, dicho quid es severamente atenuado pues su presencia no se siente como una verdadera amenaza frente a la cámara, pues a la larga, son la mayoría de sus crudas e implacables acciones las que nos hace temerle, cosa que no sucede con la original. Aun así, Michael está de vuelta para intentar devolverle la vida al género de los 80, malbaratando sus caminos para deshacerse de los convencionalismos por medio de expectativas estimulantes que solo se quedan en eso, delirios.
Estéticamente es un logro. No hay tensión, tampoco traspasa la frontera al cine gore a pesar de la crudeza y visceralidad de algunos homicidios, aun así, las secuencias están magistralmente diseñadas y filmadas. En este campo la luz se la lleva las secuencias asesino-víctima como el posiblemente memorable pero carente de sustancia falso plano secuencia en el que Michael irrumpe en un alborozado vecindario para hacer de las suyas. Dejando de lado las genéricas persecuciones de los adolescentes, la secuencia final es perturbadoramente tensionante, con Laurie yendo por toda su casa en busca de su pesadilla, ahí el manejo del suspenso pone los pelos de punta, sumándole la persecución final del gato y el ratón, la cual es visualmente dinámica. Paradójicamente, parece que los nuevos tropos de horror se han adueñado de la propuesta, un ejemplo rápido: el juego con la oscuridad de la escena del patio trasero, el cual trae indiscutibles reminiscencias del “Lights Out” de David F. Sandberg.
Con todo, la fotografía de Michael Simmonds, sin un largo historial a sus espaldas, significa varios cuadros fascinantes. Erradicando colores demasiado vivos, secuencias como la recreación del icónico asesinato visto en primera persona, el anteriormente citado encuentro final, Laurie disparando desenfrenada, la atmosférica secuencia de apertura e inclusive los nostálgicos créditos iniciales suponen un gran triunfo frente a sus olvidadas contendientes, representando el cine del 78 por medio de un ojo moderno que, estéticamente, corresponde a una grandiosa y atrayente película de terror.
Quién iba a pensar que John Carpenter también regresaría, por lo menos, reproduciendo más de una vez el histórico tema de Michael Myers con un score levemente alterado por Cody Carpenter y Daniel A. Davies. Esta actualización puede presumir uno de los mejores diseños de sonido del año y de mucho tiempo para una película del género; cada golpe, disparo y crujido es increíblemente potente y real, robusteciendo la experiencia aun si los odiosos jump-scares sobrevuelan todo el metraje.
“Halloween” de David Gordon Green carece de tensión y efecto paralizante alguno, de esencia y dirección— aun si la ves el 31 de octubre, tal como lo hice yo, — y sin embargo, supone un glorioso regreso para Jamie Lee Curtis, un slasher a la vieja escuela con evidentes modificaciones modernas que se pierde de la ruta central haciendo malabares con demasiados e innecesarios agentes. Esta secuela lo tenía todo para reinar: primeramente, a Curtis y su fundamental talento actoral; segundo, Michael, su cuchillo y su brutal legado como icono fílmico; tercero, al mismísimo Carpenter como consejero y compositor; cuarto, el género de suspenso y thriller propenso a escenas competentemente fabricadas de violencia; y por último, a la imperante Blumhouse Productions, quien mediante un acuerdo con Universal Pictures, se han convertido en los líderes del cine de terror moderno, creativa y comercialmente. El festival darling de Green no huye ni se esconde, más bien, juguetea y engaña con las maniobras de su estrella.