Dime algo, Mike
por Alberto CoronaEs fácil que, desde su propio punto de partida, la nueva película de Michael Myers caiga mal. Si no fallan las cuentas, La noche de Halloween de David Gordon Green vendría a ser el segundo reboot de la franquicia ideada por John Carpenter —eliminando de esta suma cosas como la trilogía de 1988/1995 donde Laurie Strode había muerto, o la tremebunda El día de la bruja de 1983—, pero, antes que hastío o preguntas sobre si era necesario tras diez películas prolongadas a lo largo de cuatro décadas, la sensación es de cierta inevitable antipatía. Más que nada, porque el tercer film de la franquicia titulado originalmente Halloween ha decidido quitarse de encima todo este monstruoso legado para proclamar, sin más, que es la secuela directa de la primera película de todas. Sí, la de 1978, porque todo lo que vino después fue un descalabro y ya estamos lo suficientemente talluditos como para seguir esforzándonos en negarlo.
Dado que hallar un hilo narrativo coherente dentro de esa saga es tanto o más complicado que explicar la línea cronológica de Fast & Furious, tampoco habría que echarle en cara más de la cuenta a David Gordon Green esta decisión, sobre todo si a cambio obteníamos una dosis extra de retranca por parte del director de Superfumados y un guión escrito entre éste y el genial Danny McBride. Sin embargo, la nueva Noche de Halloween acaba siendo justo lo que se podía limitar a ser una película que obviara de forma militante su historia, y las cosas aprendidas por el camino, a base a rendirle una pleitesía justificada, pero agotadora, al film inaugural. Olvidando el plot twist fraternal de la notable Halloween 2, los desvaríos del ecuador de la franquicia, la existencia de una operación similar en el pasado —ese H20 que ya quiso recuperar a Jamie Lee Curtis para intentar que las cosas volvieran a su cauce—, o la sabiduría con la que Rob Zombie releyó la génesis de la saga, al film de Gordon Green, finalmente, no le ha quedado casi nada con lo que jugar. Sólo la banda sonora de John Carpenter, y demos gracias.
Por supuesto, ahí está Curtis interpretando con rotundidad a la final girl canónica que ha decidido seguir siéndolo hasta la vejez, obsesionada con el día en que vuelva a verse las caras con su no-hermano Myers, y armándose hasta los dientes y distanciándose de su familia para prepararse. Lo interesante que podría ser una Laurie Strode paranoide y opositando para presidir la Asociación Nacional del Rifle, no obstante, tampoco va más allá de su presentación y un perezoso clímax donde, por supuesto, habrá demostrado tener razón desde el principio, y su hija y su nieta estaban locas por no haberle hecho caso durante todos esos años. Como se puede apreciar, hay una escasez de ideas en La noche de Halloween que no debería resultarle una sorpresa a nadie porque, en fin, se trata de la película número 11 de una saga, pero es por esto mismo por lo que al final resulta tan ingrata y mezquina la decisión de los productores: si tan poco interés teníais en aportarle algo a un producto agotado, ¿por qué hacer borrón y cuenta nueva? ¿Por qué creerte mejor y más sofisticado que una totalidad de nueve películas tremendamente irregulares, pero cada una esforzándose a su modo por darle nuevas lecturas al personaje?
Es tan perezoso el nuevo y previsible éxito de Blumhouse que ni siquiera opta por echar mano del recurso más socorrido en estos casos (y en estos tiempos), y así descubrimos que tampoco es que sea una película especialmente autoconsciente. La retranca que muchos veíamos como único modo de dignificar el producto se limita a un par de diálogos, los homenajes al clásico de 1978 son más estéticos y superficiales que otra cosa, y los guiños metafílmicos se reducen a una subtrama, bastante divertida por lo demás, centrada en el empeño por que el asesino con la careta del Capitán Kirk revele qué espera conseguir con sus malévolos actos. Esta subtrama, por si fuera poco, conduce a un giro de guión tan imbécil —y resuelto con tanta maestría— que por unos breves segundos acertamos a vislumbrar la película tan cachonda que podría haber sido, si le hubieran echado un poco más de ganas.
Como no ha sido el caso, sólo queda apreciar el esfuerzo por darle continuidad a la visión de Carpenter dibujando un Mike Myers que, pese a aparecer un tiempo considerable sin su icónica indumentaria, sigue siendo la pura y dura encarnación del mal, y sorprenderse por la pacata visualización de las muertes que nos propone el director. Que La noche de Halloween de 1978 tuviera unos asesinatos más imaginativos y explícitos que los de La noche de Halloween de 2018 —y no sólo porque en ellos hubiera tetas de por medio— ilustra con gran claridad el agotamiento creativo del slasher, y la tan especialísima como lamentable coyuntura en la que ha nacido una película tan sosa y derivativa como ésta.