Mercado de libre competencia
por Daniel de PartearroyoCuando a finales de la década pasada el cine griego de autor se lanzó en bloque a abrazar la alegoría social desde relatos de extrañamiento y marcos de referencia pintorescos, con Yorgos Lanthimos como máximo y aclamado exponente y un puñado de cineastas reproduciendo sus formas características, fue refrescante comprobar que no todas las nuevas voces de la cinematografía helena se plegaban a la misma receta de éxito en festivales internacionales. Athina Rachel Tsangari, productora de películas como Canino (2009) y Alps (2011), ofrecía en su segundo largo, Attenberg (2010) una variación bastante más aventurera e interesante de la reflexión sobre la performatividad y la construcción de las identidades, contando con Ariane Labed y el propio Lanthimos de protagonistas. El caso de Chevalier, su nuevo trabajo, no da pie a tanto entusiasmo, pues lo que parecía una gran idea inicial, muy acorde con el cine anterior de Tsangari, acaba siendo desaprovechada en favor de una repetición tediosa y poco imaginativa.
Chevalier plantea un mundo cerrado dentro de un yate de lujo en el mar Egeo, aunque la mayor parte del tiempo permanece atracado en puerto. Allí acuden para pasar un fin de semana de vacaciones y pesca submarina un grupo de seis amigos de distintas edades, una sociedad heteropatriarcal en miniatura que dentro del limitado espacio llevará hasta el paroxismo su aplicación de la ley del más fuerte. En eso consiste la propuesta de un sencillo juego al que los protagonistas pasarán a consagrar todas sus horas: descubrir quién es el mejor absoluto, para ello estableciendo pequeñas microcompeticiones con las que sumar puntos que terminarán designando a un ganador. El buen humor de Tsangari se deja ver en algunas de las pruebas, tendentes a la comedia del absurdo, pues además de competir en distintas habilidades físicas o intelectuales, los concursantes llegan a enfrentarse según quién tiene el mejor nivel de colesterol en sangre.
Esta parábola sobre la competitividad masculina, donde el premio final es un anillo menos importante que el capital simbólico de ser reconocido por el resto de la manada como el macho alfa, podría haber dado pie a una interesante reflexión sobre la psique humana y los comportamientos sociales inculcados por la moral capitalista. Sin embargo, hay una falta de brío en la presentación del microcosmos que se constituye en el buque, cayendo pronto en una caracterización tópica y estereotipada de los personajes que impide hilar más fino en sus relaciones de poder, alianzas puntuales y traiciones interesadas. Mientras que Lanthimos ha corrido a instalarse en el respaldo de los repartos internacionales, muy favorables para la exportación, es digno de elogio que Tsangari siga manteniéndose fiel a sus orígenes, pero da la impresión de que la directora podría haber sacado mucho más de su propio juego conceptual.
A favor: el punto de partida es realmente atractivo.
En contra: por desgracia, una vez que la película lo plantea parece no saber qué más hacer con él aparte de reiterar la misma cuestión una y otra vez.