Ni sufres, ni ríes, ni emociona..., ¿entonces?
Cenicienta a los 40, esperando a que el príncipe se decida a ir a por ella -porque tomar ella la iniciativa ¡qué osadía!- pero éste es tímido y lento, espera y se lo piensa, pues es minero y le gustan las cosas sencillas y la muchacha en cuestión, ya pasadita de reclamo, es de carácter exigente -¡quién se creerá que es!-, le da por reclamar romance y besos de final de película.
Hemos cambiado detalles pues, es el padrastro quien no la ama -pero aparece ya muerto de principio, sin inconvenientes ni molestias de relato- mientras es su devota madre quien la abraza, protege y es la luz que guía sus pasos, un poco sosos y ridículos, la verdad sea dicha, pues sólo le falta la compañía de un gato y una verruga para ser declarada persona no apta para -obsesivo- matrimonial enlace.
Pero, en el fondo, lo desea, todas soñamos con ese amor, -aunque sea amigo gay encubierto- que nos libre de ser señaladas por no tener un hombre al lado -¡quién bajaría la basura!, aunque aquí la misma no aparece...- bueno, es igual, que me pierdo y la solterona sigue esperando romántica declaración venidera.
Un triste planteamiento, de drama insulso,que no convence ni a la más dulce rosa del infantil jardín de ensueño pues, como ella misma expresa “la belleza desaparece, la estupidez molesta”, y aquí hay muchos reproches que recriminar, a un vulgar guión que sólo cuenta con la presencia guapa y hermosa de sus dos protagonistas, unos maduros Ahley Judd y Patrick Wilson, buenos actores de base que no han sabido escoger bien los papeles representados -o no han tenido otra ¡vete tu a saber!- y que se han encasillado en cintas mediocres e insustanciales, cuyo argumento roza la desfachatez de la locuacidad y cuyo cuerpo es tan desabrido y simple, penoso y vulgar que maltratan su buen saber hacer, con niñerías vocales dichas por maduros que provocan la risa y desespero, dado el fatídico efecto provocado en pantalla.
Pero, no perdamos el hilo que, aunque surgen tontos e irrisorios inconvenientes a superar por el testaduro caballero andante, que se resiste a su definitivo lanzamiento -un primer intento fallido que no cuenta, por nulidad de magia y grosería de estropear el momento especial de la gran pregunta-, “siempre hay que apostar por el amor”, así que si de cenicienta asusta y no cuaja, cambiamos de cuento a la bella durmiente, pues ese solícito beso que la despierte será tierno e inmaculado para siempre.
¡Hay!, que no se contaba con que todavía queda mucho largometraje, si resolvemos tan pronto ¡qué hacemos con el resto de minutos!..., pues eso, entretener nefastamente con acoso de familiares odiosos, con gratitud de benevolencia generosa, con cariño vecinal y con proyecto de aventura por conocer a padre -Marcos buscaba a su mamá, ¡por qué no Ave a su descubierto papi!-, y en general una soporífero relato que no levanta cabeza por lo anodino de su estructura, la dejadez de su recorrido, el agotamiento de sus angelicales intenciones, la total ausencia de química ¡dónde sea!, la nimiedad de sus diálogos, la planicie de su tragedia y la esterilidad de un romance donde cenicienta, o cualquier otra princesa, hubiera dado la vuelta y dicho ¡ahí te quedas!, con tu cutre galanteo de perspectivas somníferas.
Y es que no alcanza una dignidad mínima que permita acogerla sin sensación de fraude en la venta; la felicidad está en juego, parece que todos alrededor la encuentran y de ella huye como gacela a favor de viento, teme no hallarla, tampoco quiere conformarse pero, al final es un irrisorio tostón, de beatificada memez para los oídos, y exigua para una razón que observa y reflexiona su insignificante conjunto, de fatídico y garrulo acto final; si hubiera logrado un escaso acierto en dicho espectacular tramo, de chico a por chica ¡para no perder el amor de su vida!, se le podría sumar puntos pues ¡es el colofón del cuento romántico!, bien hecho, se olvida parte del previo nefasto..., pero ¡qué va!, lo peor visto en años, incluidas obras de teatro escolares ¡mira lo que digo!
Pobretona guional y representativamente, no puedes con ella, por su tradición argumental a nivel narrativo tan bajo, sedante y aburrido; “¿tú a qué le temes?” “A pasar mi vida sin ti a mi lado”, bella expresión, de contenido sentimental, que dicha en esta parodia de fallido amorío/tragedia/comedia no provoca ni fu ¡ni fá!
Big Stone Gap, pueblo que deja un lamentable recuerdo de su visita; una ruinosa tragicomedia romántica.
Posdata: el incidente de Elizabeth Taylor es cierto.
Lo mejor; ...,mmm ¡ya!, no, no sirve ...,mmm...
Lo peor; toda enterita.
Nota 3,7