Western fiction
por Xavi Sánchez PonsJacques Audiard tiene una de las carreras más heterodoxas del cine francés moderno. Al cineasta parisiense le encanta cambiar de género y, lo que es mejor aún, jugar con varios a la vez, una buena estrategia para crecer como cineasta, léase: no ir a lo fácil y complicarse un poco la vida para salir reforzado en lo creativo. Ese modus operandi le ha llevado a facturar obras excelentes, ahí están el noir en llamas de aires neorrealistas Un profeta, el melodrama arty y social De óxido y hueso (una película a reivindicar siempre) o Dheepan, título que obtuvo la Palma de Oro en Cannes y en el que consiguió dar una nueva vuelta de tuerca -a ratos parecía un thriller impresionista de Nicolas Winding Refn- al tema de los refugiados que llegan a Europa buscando un mundo mejor. Los hermanos Sisters significa la primera incursión de Audiard en el western, uno de los géneros que aún no estaban en su lista, y el resultado es un, claro está, weird western de alma setentera que invoca al Peter Fonda de la contemplativa y estupenda Hombre sin fronteras, pero que también dialoga con las películas del Oeste europeas que se hicieron en la fiebre del spaghetti.
En Los hermanos Sisters están presentes todos los rasgos característicos del género, pero como se trata de Audiard, que aquí adapta una novela de Patrick deWitt, aparecen retorcidos o presentados de una manera inusual. La película tiene un tono fantasmagórico y tenebroso (el primer tiroteo nocturno es casi una composición pictórica en movimiento), una especie de entierro en vida con maldiciones esotéricas incluidas (la araña que se introduce dentro de la boca de John C. Reilly o el caballo desfigurado que monta) en el que apenas vemos el sol (ojo a la grandiosa fotografía de Benoît Debie). La pareja de hermanos sicarios que forman Joaquin Phoenix y C. Reilly parecen una versión existencialista de los matones que John Travolta y Samuel L. Jackson interpretan en Pulp Fiction, y la relación que se establece entre los personajes de Jake Gyllenhaal y Riz Ahmed -las presas de los hermanos Sisters- y la arcadia que pretenden crear en el salvaje Oeste basada en 'la verdadera democracia y en compartir' actualiza con una inocencia consciente los spaghetti westerns anarquistas y libertarios de los sesenta de Sollima o Damiani.
Historia de redención, de fantasmas, de camaradería entre hombres (el pequeño y fugaz paraíso que forman en el campamento base donde buscan oro) y también de una tragedia con, eso sí, luz al final del túnel para algunos de los protagonistas, la nueva película de Audiard logra reflexionar con enjundia sobre el gran tema central que pivota todos los westerns: civilización versus barbarie. Lo primero simbolizado aquí en los cepillos y las pastas de dientes que usan algunos de los protagonistas, la secuencia en la que una prostituta se asusta de la amabilidad y del respeto con la que es tratada por el hermano Sisters mayor o en la fórmula química que utiliza Riz Ahmed para encontrar el oro, y lo segundo en el uso de la violencia (el padre maltratador de los hermanos Sisters o la presencia casi diabólica de un Comodoro/Cacique al que casi no vemos la cara) como única moneda de cambio.