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    Déjame salir
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Déjame salir

    Negra es la noche

    por Marcos Gandía

    Pocos se acuerdan, pero cuando en 1968, uno de esos años todavía de plomo de los conflictos raciales en Estados Unidos, en El planeta de los simios de Franklin J. Schaffner el astronauta negro de la expedición espacial acababa lobotomizado y disecado en el museo de los evolucionados (o sea: salvajes) primates se desencadenó una auténtica catarata de comentarios en la prensa. Esa escena, y que ese mundo de simios de pelambrera y piel oscuras pareciera la pesadilla de un hombre blanco anglosajón y protestante (¡Charlton Heston, por Dios!), se interpretaron en términos de guerra más que de lucha o conflicto racial. Y por descontado que esa era su malévola intención: Rod Serling en el guión introdujo esa ambigua lectura político-social; ambigua porque que unos digamos negros-simios acabaran con la vida de un negro-humano para exhibirlo era como estar señalando a la comunidad, cabreada, afroamericana (cuando ni siquiera se les denominaba tan políticamente así) como parte activa de esa batalla por el planeta (Malcolm X, los panteras negras etc.).

    Sirva este preámbulo para que hagamos una elipsis kubrickiana 2001: Una odisea del espacio y saltemos del cosmonauta negro en taparrabos con una cicatriz en su lóbulo frontal y expuesto en un museo a esa criada solícita que se toca la cabeza, o a ese jardinero que mira raro en una finca donde parece una de esas estatuas de jockeys negros que presidían las entradas a las mansiones de las plantaciones sureñas. Déjame salir sigue en ese enfrentamiento de razas, con humor sí (no está muy alejada su propuesta de muchas sátiras de ciencia-ficción o de terror, de Ira Levin al cine de Larry Cohen), pero con una capacidad virulenta para soltar zarpazos y dentelladas (o golpes en la testuz de blancos y negros) recordándonos que ni corrección política, ni liberales de los de qué-guay-es-Obama, ni nada por el estilo evita que haya dos culturas en pie de guerra.

    Jordan Peele, humorista reciclado en guionista y director, consigue con Déjame salir el perfecto cuento cruel de terror con su casita de chocolate, sus ogros y brujas y con la asunción muy blaxploit de la imagen del negro arquetípico (bailongo, atleta, máquina sexual…) como ese tesoro que el pérfido hombre blanco pretende conquistar. Una de las sorpresa del género, capaz de inquietar con elementos mínimos, de ponerse gore cuando toca, de atacar a la sociedad norteamericana como pocas veces se había visto y de volver a darnos la razón a quienes pensamos que el cine de género ha sido siempre el verdadero cine político y social.

    A favor: esa subasta muda que remite al excepcional relato La lotería de Shirley Jackson.

    En contra: el 'alivio cómico' del amigo del protagonista.

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