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    Críticas
    4,5
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    La favorita

    Secretos de alcoba

    por Philipp Engel

    Sólo los más estudiosos, o directamente griegos, conocen los trabajos de Yórgos Lánthimos anteriores a Canino (2009), la gran revelación que erigió, cual columnas del Partenón, los pilares de su estilo, un cierto surrealismo contemporáneo, incómodo y cruel, pero negrísimamente divertido. Se invocaron los fantasmas de Buñuel y Pasolini, llovieron los premios. Pero, a partir de su segunda película de amplio recorrido internacional, la notable Alps (2011), se instaló la impresión de que el ateniense había quedado atrapado en sí mismo como los personajes de Canino, prisionero de su propio lenguaje, de sus marcas de fábrica como signos distintivos. Su salto inglés, Langosta (2015), primera colaboración con el productor Ed Guiney, y con Rachel Weisz y Olivia Colman, que repiten en La favorita, parecía confirmarlo. La primera parte era como un hotel de Wes Anderson puesto del revés, mientras que la segunda se diría directamente sableada de De la guerre (Bertrand Bonello, 2008), Léa Seydoux incluida (esos bailes en el bosque). Quedaba, eso sí, el estilo, tan reconocible, de Lánthimos. Y vino El sacrificio de un ciervo sagrado (2017), donde los personajes intentaban salir a rastras de esa realidad paralela, marcada por el mal rollo, para abrazar un cierto 'thriller' con toques fantásticos que se iba a ganar, definitivamente, al público de los festivales especializados. Pero con La favorita, al fin, Lánthimos ha conseguido liberarse de sus cadenas... permaneciendo fiel a sí mismo. Una pirueta, que merece el mayor de los aplausos.

    No es sencillo hacer Historia en el cine histórico, ese género que suele fracasar en su misión imposible de trasladarnos a tiempos pretéritos que, a pesar de la abundante documentación en textos, pinturas y músicas, sólo podemos imaginarnos. Lánthimos, que por primera vez no firma el guion del filme, logra el equilibrio perfecto entre reconstrucción histórica y mirada contemporánea, abriendo las puertas y ventanas, tanto de su propia casa, como de un género, por lo general, aunque las excepciones son numerosas (Kubrick, Rossellini, Serra, Coppola...), demasiado anquilosado. Como en Canino, volvemos a tener (prácticamente) un único escenario, esta vez la suntuosa Hatfield House de Hertfordshire (salvo un par de escapadas), con sus jardines, y más concretamente la alcoba real, donde una imponente Rachel Weisz y Emma Stone, que saca pecho con un perfecto acento británico, se disputan los favores de la reina Olivia Colman, que no para de recibir merecidos trofeos por su creación de la monarca caprichosa de mirada extraviada. Vuelven los bailes absurdos, el humor transgresor y los personajes se siguen moviendo atendiendo a sus propias reglas del juego, que poco o nada tienen que ver con las del mundo exterior. Pero ahora son algo más que meros insectos clavados en un corcho, bajo la fría mirada del implacable realizador de moda. Ya no recitan sus textos como estatuas de jardín botánico, incluso tienen un corazón que late deprisa.

    La temporada de premios es de todo menos democrática. La Colman arrasa con todos, pero no cabe duda de que la película cobra vida gracias a los fluidos intercambios del triángulo que forman las tres damas, grandes por igual, que lo dan todo, libres de los códigos bressonianos con los que el griego solía marcar las interpretaciones de sus elencos. Y si ellas se desmelenan a tope, lo mismo ocurre con Lánthimos que, quizás menos preocupado por una historia en la que sin embargo emergen sus obsesiones, se regala con una puesta en escena que nos deslumbra con incontables trucos visuales desplegados con elegancia y mesura, hasta tal punto que nos olvidamos por completo de que, ahí a lo lejos, lo que acontece es la Guerra de Sucesión española, esa bola maestra del rosario de los agravios con el que por aquí todavía seguimos a vueltas: La favorita es justamente lo opuesto del plomizo revisionismo histórico al que nos vemos sometidos en nuestra patética realidad cotidiana. Una comedia negra de deliciosa e inteligente frivolidad que bordea la incorrección sin pasarse de la raya. Si no es la mejor película de Lánthimos, al menos sí la que debería conquistar a un público más amplio, incluso entre la corte de la Academia de Hollywood, aunque esta no se caracteriza por su frescura. La ceremonia de los Oscar es más bien como una película histórica cualquiera, larga y plomiza, tan rancia, que realmente parece de otra época. En cualquier caso, que Dios salve a la Reina. 

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