Mi vida rosa
por Xavi Sánchez PonsLa llegada de voces personales al cine español debería de ser algo a aplaudir siempre. Nos gusten o no esas voces, al menos se arriesgan y escapan del aburrimiento, creando, como no, filias y fobias instantáneas. Piensen por ejemplo en Nacho Vigalondo y Juan Cavestany, amados y odiados a partes iguales. Pero ojo, dos cineastas con personalidades e ideas propias tan marcadas (de ahí que polaricen tanto), que son capaces de plantear una ruptura con las formas caducas de la cinematografía patria. Pieles (producida por Álex de la Iglesia y adquirida por Netflix), primer largometraje, tras un buen número de cortos, del también actor y guionista Eduardo Casanova (sí, el Fidel Martínez de la serie de televisión Aída), sitúa al director madrileño en ese grupo de renovadores que generan controversia. Casanova debuta con una película iconoclasta, libre pensadora y políticamente incorrecta (transgresora sería decir demasiado) que, si bien no es un triunfo absoluto, sí que presenta el suficiente interés para que nos la tomemos en serio.
Pieles es la continuación natural de sus cortos, tanto estética como temáticamente. Siguen presentes el uso de los colores rosa y violeta y de una luz cegadora que no deja espacio a los claroscuros, los decorados kitsch, y las historias entre folletinescas y sórdidas que rozan el terror surrealista. Es más, rescata algunos personajes de Eat My Shit. Ahora bien, en su salto al largo, su ambición como narrador de historias es mayor y no se queda en la astracanada de los cortometrajes. El madrileño utiliza en Pieles un espejo deformante y un interesante intercambio de roles para denunciar con amplias dosis de humor y vitriolo -y algo de brocha gorda- como la sociedad juzga a las personas por el físico y por sus rarezas o vicios inconfesables. Y aunque hay algo de compasión -disfrazada de cuento infantil retorcido-, aquí reciben casi todos: tanto los que se salen de canon estético,como los de apariencia más normal.
La acción se sitúa en un mundo de fantasía –una realidad paralela de colores pastel- poblado por unos personajes al límite de lo físico y de lo psicológico, conectados entre sí a lo Vidas cruzadas versión enfermiza, que haría las delicias del Tod Browning de La parada de los monstruos pero en clave cañí. Y hasta aquí todo bien. ¿Cuál es problema? Pues que a Casanova se le acaba la pólvora y la sustancia pronto, y hacia la mitad del metraje aparecen las repeticiones y los subrayados innecesarios. Vamos, que esa ambición de la que hablábamos antes le acaba pasando factura. La cosa se queda en una primera mitad y en unos eslóganes potentes, para luego no profundizar en la cuestión.
Eso sí, antes de desinflarse y repetirse, Pieles brilla lo suficiente para que creamos en la propuesta del director de cortos como Ansiedad y La hora del baño. Lo hace en su elogio de la diferencia y los cuerpos que muestra fuera de los cánones (la abuela-madame del inicio del filme, la chica con el ano en la boca, el adolescente que quiere deshacerse de sus piernas, o la obesa propietaria del bar) que le emparenta con John Waters y el cine kamikaze de Crispin Glover, en imágenes poderosas como las de la prostituta y niña sin ojos y ese prostíbulo del más allá donde pasa parte de la historia, y en la entrega casi ciega de un reparto lleno de grandes nombres (Carmen Machi, Macarena Gómez, Jon Kortajarena, Candela Peña o Carolina Bang) que ponen toda la carne en el asador en una película no apta para todos los públicos y de claro espíritu punk.
A favor: los maquillajes alucinantes de Óscar del Monte y la secuencia de la cena entre Secun de la Rosa y Candela Peña
En contra: la falta de sustancia y le sobra esteticismo