Mi cuenta
    Madre!
    Nota media
    3,1
    693 notas
    ¿Tu opinión sobre Madre! ?

    84 Críticas del usuario

    5
    10 críticas
    4
    10 críticas
    3
    7 críticas
    2
    4 críticas
    1
    15 críticas
    0
    38 críticas
    Ordenar por
    Mejores críticas Últimas críticas Usuarios que han publicado más críticas Usuarios con más seguidores
    Roberto C.
    Roberto C.

    1 críticas Sigue sus publicaciones

    0,5
    Publicada el 13 de enero de 2018
    Una puta mierda de película, la vida es muy corta para tragarte dos horas de esta diarrea mental, es infumable
    cine
    Un visitante
    0,5
    Publicada el 12 de enero de 2018
    Tal vez, el director estaba bajo los efectos de alguna droga sicodèlica!. Es extraño que a un buen director se le vaya la mano de esa forma!. Està bien la imaginaciòn, pero esta es una historia realmente descabellada, con escenas absurdas, como si de una pelìcula de zombies se tratara.
    cine
    Un visitante
    0,5
    Publicada el 5 de enero de 2018
    Creo que entendi la trama fundamental de la pelicula y el mesaje que quiere dar sobre el ego y la mujer en especial. Me parece un intento del director de hacer una pelicula "antologica", un "clasico de todos los tiempos" y en esta era de "lo raro es cool" mas aun, pero NO lo consiguio. El cine tiene que llegar a todos y hacernos pensar. A veces lo simple dice mucho mas Aronofsky.
    Pipe C.
    Pipe C.

    9.179 usuarios 160 críticas Sigue sus publicaciones

    4,5
    Publicada el 28 de diciembre de 2017
    Arde comprender la maternal, alegórica y enfermiza realidad

    “Baby?”, una poderosa exclamación— que puede ser captada desde cualquier clasificación lingüística (denotativa, interrogativa o afirmativa) —compuesta por un par de ajustadas unidades léxicas es aquella con la que la superestrella ganadora del Oscar Jennifer Lawrence inicia y globaliza el leitmotiv de un excéntrico relato que debe ser considerado como una turbia orgia de conmociones y variopintas propiedades camufladas, metafóricamente, por Darren Aronofsky, un cineasta que nos escupe en la cara incomodas verdades sin compasión, sin beneplácito, sin pleitesía. “mother!” es una extraordinaria diégesis sobre infinitas materias que llega, anómalamente, con el sello de un mega-estudio cinematográfico americano; un largometraje que tiene justificaciones de sobra para convertirse en uno de los títulos contemporáneos más polémico, polarizante, extático, vanguardista e imperioso desde “A Clockwork Orange” de Stanley Kubrick. Prepárense, porque Aronofsky tiene mucho que decir.

    Esta es la primera y una de las pocas afortunadas en ser materia de un crítico análisis sobre sus multi-perceptivos significados, a saber, hay spoilers.

    “¿Where are you leading me?” – “To the beginning”

    Bien puede ser dividida esta metamorfosis humana en cinco etapas que demarcan virtualmente sus reactivos y productos:

    Acto I

    Inflamación, crepitación, combustión, resurrección, todo cíclico, todo crítico. La secuencia de apertura es arte virtuoso en su estado más puro. Escuchar la agreste sonoridad del fuego, ver a una mujer envuelta en llamas y a un hombre, cubierto de grisáceo polvo, adecuando un isótropo diamante, una majo alótropo del carbono, efigie del corazón materno son experiencias robustas e indelebles que defienden y fundamentan la significación del séptimo arte. Corresponde a la inicial y más reciente doncella en apuros, aquella que luce un vestido fogoso que le cubre el rostro y la esperanza. Con esta escena se brinda un inefable contexto y será de carácter primordial para aducir las motivaciones, asimismo, sirve de conductor para la segunda etapa, que de hecho, vendría siendo la numero uno, como sea, cada historia es un bucle, no importa comienzos ni finales, el resultado será el mismo.

    Acto II

    Empieza, gradualmente, inyectando el ambiente alrededor del cual los personajes se moverán, así como sugiriendo mínima información sobre ellos, Ella, una mujer meditabunda y reprimida, Él, un poeta privado de ideas que busca la más divina inspiración que le permita volver al deleite de la escritura. Para suerte de unos e infortunio de otros, un calamitoso visitante irrumpe, por accidente, en la tranquila pero cuitada relación de la pareja finalizando la noche, en son de afincarse en un refugio que le concediera correr en contra de una inminente cuenta regresiva, una realidad que le vocifera, sincope tras sincope, que tal vez no habrá un mañana. Reluctante y discrepante, Ella barrunta que la sospechosa llegada de un “nuevo amigo” no incentivaría momentos felizmente sociales, presentimientos proclives que se agravan con el deslavado arribo de la media naranja del advenedizo, una desmelenada e indecorosa mujer madura que llega en función de un ángel del hombro, sin embargo, no es precisamente el bueno ya que exhibe lo que la protagonista desea tener, o al menos, hacer. Sin esperarlo, los recién llegados, quienes anteriormente destrozaron, deliberadamente, la preciosa y enigmática joya del santuario del poeta— que posterior será completamente comprendida —, traerán a colación el tema de los hijos, materia explicita e implícita acerca de la cual se focalizara el filme, despidiendo inteligentes pistas que empiezan a dar forma al inmenso rompecabezas argumental. Minutos después, los intrusos protagonizan una genuina tragedia griega cuando uno de sus hijos acomete, dentro del hogar interino, contra su hermano por cuestiones testamentarias y vengativas. A partir de este punto, los limites infranqueables de la decencia y perturbación se desatan en el momento en que la pareja de extraños decide realizar una reunión conmemorativa en casa ajena, lo que se convierte en un irrespetuoso desfile de supuestos conocidos y extraños, acto que suscita un merecido cambio de pensamiento en Ella, de tolerante a explosivo. Descorteces, catetas y confianzudas, estas personas desasirán la vesania de la pasiva mujer al empezar a comportarse de manera contranatural, actuaciones que van desde obras de innecesaria caridad tales como pintar algunas paredes vírgenes u otras carentes de respeto como quebrar vasos, pasear por todo el lugar sin consentimiento o partir en dos un lavado mal instalado. Embravecida y empapada, Madre no soporta la presión y confiesa sus más íntimos pensamientos, confidencias volcadas en pretéritas con la concepción de una nueva vida, la concepción del amor de madre. Tan solo en estos primeros treintas minutos, el largometraje exhibe una infinitud de mensajes descifrados a través de códigos literales, inferenciales y críticos. El primer aspecto digno de alabar es la ausencia de nombres propios en los personajes, nunca escuchamos como realmente se llaman, simplemente, los reconocemos con los apelativos objetivos del guionista, optando por emplear casi en la totalidad del metraje los arriesgados pronombres. Arriesgados puesto que es uno de los recursos con los que su director/escritor se juega el pellejo, ya que al no tener un referente determinado que caracterice propiamente a la persona, se podría vulnerar la relación personajes-audiencia, sin embargo, las interpretaciones, diálogos y paisajes narrativos y visuales son tan espectaculares que el espectador no requiere de estas ayudas para confabularse con la historia. Igualmente, que la cinta no lacre sus objetivos con los deplorables e inclusive oprobiosos jump-scares— de los cuales máximo hay cinco —motiva las angustiosas búsquedas guiadas por la protagonista, bien sea en la oscuridad del sótano, la lumbrera de la puerta de entrada o en la apertura del conservador refrigerador. Un aspecto cinematográfico de vital importancia es que Aronofsky, literalmente, nos amarra a Madre, nos pone en sus zapatos de modo que entendamos, prácticamente bajo un foco en primera persona, sus cripticas reflexiones, en otras palabras, la cámara nunca se desprende de Lawrence, siempre camina junto, detrás o delante de ella para hacernos parte del avanzar de la trama, una técnica profundamente loable que evidencia el amplio conocimiento fílmico de este avezado y siempre revolucionario chico de Brooklyn. El tiempo y el espacio, dos constituyentes fundamentales , son características de uso magnifico; el primero se alarga a no más de 52 horas, es decir, no trascurren extensos periodos entre una escena y otra, propiedad que se mantiene a lo largo de toda la película ya que esta se desarrolla en un máximo de cuatro días, por supuesto, pasando por alto el largo lapso del embarazo exhibido en molde de elipsis; en cuanto al segundo, la cámara de Matthew Libatique sabe cómo, sin advertencias, familiarizarnos con los espacios, nos hace inconscientemente consientes del área por la que se movilizan los personajes por medio de cada escena: en el tercer piso se encuentra el baño y la habitación de los protagonistas, en el segundo está el santuario del poeta y diversas habitaciones no muy visibles, en el primer piso se localiza el recibidor, la sala, el comedor, la cocina, la habitación de huéspedes y su respectivo baño, todos estos ornamentados con una paleta de colores opacos, fríos e incluso pesimistas proporcionados por los constantes trabajos que la protagonista hace en ellos, tonalidades y matices que englobaran gran parte del largometraje, filmado en dos locaciones diferentes: una para las tomas externas y especificas con los invasores, y la otra subdividida entre el sótano, el segundo y tercer piso. Alterno a las cuatro etapas previamente establecidas, Madre manifiesta ambiguas visiones que tienen como protagonista a un corazón que, en paralelo, empieza a formarse e incinerarse con el único propósito expreso de generar una conexión con la casa y su destino. En esta primera sección, tres son las ocasiones en las que aparecen, conexiones que son únicamente realizables cuando los hermosos ojos esmeralda de Lawrence miran fijamente hacia la audiencia en un primerísimo primer plano, intentando establecer un fuerte lazo, intentando que nos veamos reflejados en ellos; la primera oportunidad es ejecutada en una majestuosa escena en la cual Madre inicia con su pintura en una parcheada pared— un recordatorio al pensamiento empirista de John Locke y su teoría de la tabula rusa, en la que afirmaba que “la mente era una hoja en blanco” —, la protagonista empieza dibujando una raya de color verde grisáceo, una posible representación a ella misma: tosca, aislada, sola, aquí es en donde se alza el encuentro inaugural con el elemento abierto a diferentes percepciones, personalmente un corazón, al ser, textualmente, su mano atraída hacia la pared con el fin de sentir un primer o ultimo latido, lo que la lleva a agregar una línea de color amarillo, mostrando en un plano figura la pared blanca con las dos únicas imperfecciones de pintura, gris y amarillo, madre e hijo envueltos en un blanco de soledad y paz que se fundirá en un naranja rojizo intenso. Para la segunda aparición se emplea como escenario el baño, específicamente una pared detrás la tina, pila por la que se desbarra la sangre de un hombre inocente, esta vez, la manifestación es impulsada por la sensación de abandono proclamada por el asesino. El largometraje también evaluar nuestra concentración, ya que presenta la oportunidad de dos generales tipos de lectura de acuerdo a la aplicación del espectador, la primera se ciñe a un análisis plenamente literal, el cual resultaría en un thriller psicológico de bajo calibre y de ritmo caído, por lo contrario, para aquellos que deciden tomar la vía difícil, tendrán que hacer el intento de abarcar la mayor cantidad de metáforas y alegorías que esconde el relato, comprensiones que pueden llegar a cotas esotéricas, sin embargo, existen algunas de fácil aprehensión como aquella en donde Madre menciona el eje principal en una línea de dialogo, una que debió ser captada de forma tanto literal como inferencial al decir: “Voy a ocuparme del apocalipsis”, más claro e irónico imposible. La introducción de los personajes y sus correspondientes funciones subliminales son ejecutadas con envidiable maestría, cada uno atesora un poderoso significado implícito. Aunque la protagonista no empieza su proceso de gestación hasta la mitad de película, desde los primeros minutos manifiesta fuertes vahídos, desvanecimientos que ratifican que su rol de madre no inicia en el momento en que mantiene contacto íntimo con su esposo (el cual luce como su padre), sino que parte desde que tiene su aparente primer encuentro con el simbólico corazón. Hay cabida para una tercera aparición, sin embargo, esta no es precisamente a través de la especie de ensoñación acostumbrada, esta hace presencia en la realidad, enigmáticamente en el sanitario del baño de huéspedes (intrusos), atorado en la tubería de un retrete, el corazón apreviene contra el fatal futuro, un obstáculo que es fácilmente evaporado, deliberadamente, con tan solo un toque de la protagonista. Así como ocurrió con la bastante similar en fundamento “Get Out” de Jordan Peele , el ambicioso director riega variedad de analogías que sirven como profilaxis para la mártir, una de ellas es la extraña sensación de inseguridad que emana el recto pulsante del sótano, el cual permitirá la expulsión de las acciones más oscuras del ser humano, del mismo modo, el porvenir de la damisela se ve vívidamente personificado por la pugna de un insecto, que parece ser una mosca, por salir del lugar, golpeándose repetitivamente contra un sólido cristal para terminar agonizando, rígida, incomprendida, condenada. Desde otro punto de vista, el filme continua advirtiendo, de manera latente, sobre el destino del personaje en un cuadro portentoso de Lawrence vista en la salida de su enorme hogar desde la lejanía de un campo de pasto seco, alegorizando un asedio personal, un acorralamiento, una nula posibilidad de liberación. Hay un elemento, presente en toda esta primera parte, que no tuve la capacidad de comprender o al menos delinear su significancia, aquel polvo amarillento que utilizaba tanto como paliativo en sus repentinos mareos como para otorgar una tonalidad ámbar a su pintura, es misterioso y teniendo en cuenta que fue la mente enigmática de Aronofsky quien lo esconde parece bastante difícil llegar a un término adecuado. Referente al trabajo actoral de la dama estelar, su prólogo es prácticamente perfecto, esta mujer desvela un rango actoral que sorprende en cualquiera de los niveles de serenidad, paranoia, perplejidad y drama que el cineasta le exija. Fue bastante reprobada su incorporación al proyecto por el hecho de ser una actriz de corte más comercial, no obstante, esos argumentos son refutables al, primero convertirse en la pareja oficial del director, segundo haber ya alzado una estatuilla dorada de la Academia gracias a “Silver Linings Playbook” de David O. Russell y tercero evidenciar sus impresionantes dotes interpretativos que no demoran en regalarle una lluvia de merecidas nominaciones. Pese a que el lente permanezca adherido todo el tiempo a la protagonista, a través de ella se puede disfrutar del demonio actoral que es el también ganador de un Oscar, un Globo de Oro y un BAFTA Javier Bardem, el intérprete español ha pisado fuerte en terreno Hollywoodense desde su breve participación en “Collateral” (2004) de Michael Mann, ahora, se da el lujo de seleccionar y añadir más factibles candidaturas con su poeta en inspiración frustrada, demostrando casi que natural una pasibilidad, un resquemor emocional y una generosidad paternal que además de sobrepasar las fronteras de lo injustificable se convierten en actos miedosamente cómicos, un hombre que guarda un profundo secreto que solamente podrá ser revelado con la lectura de un puñado de siniestras letras realizado por aquellos ojos ingenuos. En consideración al principal clan de intrusos, Ed Harris esta supremamente fenomenal en la piel de hombre desahuciado, sus acciones y métodos para trasmitir compatibilidad y aflicción igualan en impacto a las de su cónyuge, una excepcional y veterana Michelle Pfeiffer, que aun por hoy sigue entregando roles soberbios, por ejemplo, su arrogante, entrometida y descaradamente lasciva madre que se verá sumergida en un dolorosa perdida, protagoniza por sus dos hijos, interpretados por Domhnall Gleeson y Brian Gleeson, hermanos en la ficción, hermanos en la vida real, los cuales obtienen un par de cameos aplaudibles. Pero… ¿Cuál es el fin de estos personajes que simplemente desaparecen? Ellos son el detonante de la fatalidad anunciada, el hombre con ínfulas de nobles es quien hace que el escritor descuide la importancia a su señora, así mismo sirve para inspirarlo; Pfeiffer representa en carne y alma al pecado, retratando y sacando a la luz el tema de la maternidad innecesaria, el sexo y el amor falso, quienes vienen en son de aclarar que estar rodeado de personas no es traducción de verdadera compañía, se puede vivir completamente solo dentro de una multitud, se puede vivir completamente solo en el matrimonio. En conjunto, estimulan la presentación de la alegoría más fácilmente perceptible: la prodiga generosidad de un autor con resequedad creativa que resulta en la excesiva confianza y bondad que se le brinda al necesitado, individuos que sin pensarlo pueden aniquilar un lavado pobremente instalado, un matrimonio pobremente conservado o un paraíso pobremente valorado. Visualmente, la primera parte se caracteriza por una gama de grises opacos y verdes secos, los cuales componen gran parte de la lúgubre morada, asimismo, los atavíos de los personajes van desde gabanes percudidos hasta camisas blancas semitransparentes y batas que aluden autentica tristeza, sin embargo, dentro de estos calmados paisajes subyace un potencial artístico fascinante, es raro encontrar belleza en algo que carece de color, una maravilla y un loable juego de percepciones. También se ponen en relieve unos disimulados pero visibles efectos visuales, específicamente en la primera parte, no obstante, esto no significa un gran inconveniente en la beldad de los cuadros, simplemente, es un pequeño yerro, entendible debido al dominio que la compañía productora tiene sobre el filme. Los ángulos, planos y movimientos de cámara, cada uno onírico a la protagonista y teniendo como telón de fondo a la victoriana casa, son certeros e inteligentes, haciendo gala de impresionantes tomas continuas, permitiendo conocer y asociarnos con los personajes, las incógnitas y algunas respuestas. Teniendo siempre como foco el cuerpo de la actriz principal, la técnica fotográfica se aúna con la cinematográfica maravillosamente, posibilitando la entrada al infierno mediático, social y cultural. El trabajo del compositor islandés Jóhann Jóhannsson, cuyos innovadores scores han sido bien recibidos por Denis Villeneuve (“Sicario” – “Arrival”), se limita solamente a composiciones ambientales que dotan de fuerza y tensión las situaciones, haciendo énfasis en los momentos de perturbación en donde las ruidosas estridencias que emergen de algún elemento incentivan el erizamiento de los sentidos, sensaciones posibles al eliminar un score completo en orden de concebir piezas más acordes con el largo, decisión acertada al ver el producto sonoro de la primera hora, el cual, acompañado por un muy prolijo trabajo de edición de sonido evidente cuando se quiebra el vaso, cuando tiene contacto con las paredes o cuando se siente mareada, potencian grandemente el clásico imprescindible en el que se ha convertido el último trabajo del polémico director.

    Acto III

    Y la bomba estalla. Retrepada, cavilando, nuestra protagonista asegura, mental y anatómicamente, lo que ya hace unos días auguraba, una extraña masa, de aspecto decadente, se está formando dentro de su ser, es verdad, está embarazada, está a punto de experimentar una de las vivencias femeninas más bellas de la manera más grotesca y traumática jamás pensada; entonces se gira desnuda, envuelta con una sábana blanca, para comunicarle a su esposo la gran noticia, una primicia que milagrosamente suscitara una tormenta de palabras, pensamientos e ideas que amenazan con marcharse tan rápido como llegaron. Ante tal urgencia, nuestro poeta frustrado corre, desprovisto de vestiduras, en busca de papel, lápiz y celebridad. Y entonces está completo, un arsenal de hojas con dudosa buena caligrafía que almacena fidedignas monstruosidades, horrores que el escritor no puede ver por su ansias de éxito, éxito codiciado por cualquier artista frustrado; de pie, inmóvil, con el glorioso manuscrito en la mano izquierda, admirando, al igual que nuestra protagonista, las hectáreas de pastal, fraguando la más humana y correcta opción: escapar por amor o quedarse por furor, ciertamente, la primera alternativa no estaba entre sus planes. Exhibiendo su más íntima obra de arte ante su amada, la pantalla se viste de utopía en una especie de visión final, una en donde Lawrence llora de consternación, una en donde observa, junto a su cónyuge, sus campos y morada ennegrecidos, vestigios que renacen, conscientemente, mientras agarrados de la mano se dirigen decididos hacia su bello hogar, una presencia que para permanecer regocijando visitas, reverdece sus vegetaciones, rejuvenece la destrozada casa y vivifica flébiles pesadillas. Bruscamente, la visión se paraliza por la aguda resonancia proveniente de un teléfono, un comunicador de nefastas noticias que le hace temer lo peor, para ella: perderlo en las garras de otros. Esta secuencia, formalmente, describe otro de los vastos argumentos centrales que encara, que es la incondicionalidad que nace del verdadero amor, por un amor integro, aquel que aunque todo aparente estar en ruinas, en boronas, tiene la convicción espiritual que haga que reviva, que permanezca, aun así se presiente que tal pasión deba ser perecedera. Y regresamos tras un corto y agradecido salto narrativo al baño inicial, en donde Madre vierte, decididamente, aquel colorante/elixir amarillo, aquel beneficioso para, seguramente, apaciguar sus súbitas exaltaciones, las cuales, ingenua, piensa que se volatizaran para siempre, desentendida de que simplemente no se fueron, están detrás de ella. Posterior, el director recurre al único gran salto temporal, casi nueve meses que se desvanecen mediante la transición visual del baño a una habitación amoblada para un bebe, lugar en el que una fatigada Lawrence camina con la mano en su adolorida espalda, intentando sostener el cansancio de tener dentro de sí un gran bebe; ella entra en el cuarto para finiquitar detalles para la esperada y diligente llegada de su heredero, percatándose de que en las mismas cuatro paredes en donde su hijo habitara los siguientes cinco años, meses atrás, un hombre fue brutalmente asesinado, e incluso, la macula de sangre proveniente de la escena del crimen aún está ahí, escondida bajo una fina alfombrilla, resguardando la tragedia. Al caer la noche, como si se tratase de una pareja que está resurgiendo de los problemas habituales, deciden hacer una romántica cena, un especial evento en función de apercibir la anticipada llegada de su amado hijo, suculentos y variados platillos van y vienen de la cocina al refectorio, trabajando en equipo para poner la mesa, ingenuos, o tal vez solo ingenua, del desaborido banquete que están a punto de probar. Mientras ÉL trae los platos y el pan, ella saca del molde el último y más especial alimento, proceso también interrumpido, generando un insospechado jump-scare, por un nuevo visitante que brota rápidamente de la oscuridad del exterior, implorando por un autógrafo del “maestro” —¿Qué? —. Petrificada al rememorarle los acontecimientos de hace algunos meses, corre a la mesa en donde debería estaría su esposo, pero para sorpresa suya y de nosotros, él no está ahí. De la nada, surgen murmullos procedentes de la entrada de la casa, progresivamente, se desliza valiente hacia la puerta, para tropezarse con una contable jauría de lobos periodísticos que estrangulan, tal anaconda a su víctima, al poeta; preguntas, ruegos y autógrafos revuelan por el lugar mientras Madre, la musa del poeta, contempla como su peor pesadilla se materializa ante sus destellantes perlas. ¿En qué momento la placida comida acaba de ser pospuesta por una velada un poco más movida? Recuperándose de lo que acaba de pasar, regresa adentro, trastornada, para fijarse en una mujer y un niño pequeño que zigzaguean por el primer piso en busca de un baño, enervada, se abalanza hacia a ellos para detenerlos y obligarlos a salir de inmediato, sin embargo, aún hay conmiseración debajo de ese rostro inexpresivo, permitiendo, solo por última vez, el ingreso a un extraño. Irónicamente, al entrar al baño ya hay un hombre miccionando y descaradamente dice: “respeta la privacidad”, Dios mío ¿Acaso existe algo más incompresible y desquiciante como los actos que estos personajes están realizando? Consternada y profundamente preocupada, dirige su mirada, de nuevo, hacia la puerta para avistar una muchedumbre de homo sapiens, deseosos de expulsar todas sus porquerías en el hermoso domicilio. Son increíbles los niveles de consternación y estupefacción descargados sobre la mujer al ver que un vagabundo decide tomar una siesta en el frio suelo de su casa, a lo que instintivamente ella responde que no, no obstante, emerge otra frase tremendamente caustica: “¿Tu casa? Es la casa de todos, eso dice el poeta” — ¿Qué? —. Como si del mismísimo Dios se tratase, y en parte así es, su esposo se ha convertido en una verídica deidad terrenal, algo que posiblemente él plasmó en sus libros, elementos que ahora ellos han tomado de manera demasiado literal, constatando que el hombre que aparenta ser su esposo es tan solo un espejismo. La conmoción se intensifica al volver a ir a la puerta, con una incontable turba de periodistas y empedernidos fanáticos que intentan casi que devorarlo. Cansada de que él se muestre tan condescendiente y benevolente con sus lacayos, decide subir a empacar para marcharse de una vez por todas, sin embargo, al volver con su mínimo equipaje a la primer planta, se percata de que alguien ha autorizado la entrada “parcial” de los intrusos, ofreciéndoles bebidas y comidas gratuitas, además de ver, que desde lejos, arriban, tales parásitos, muchísimas más personas que desean comérsela viva, a costa del supuesto amor a su esposo. Mientras él firma y regala paz y amor, arguyendo que todo lo que se están llevando son cosas simplemente recuperables, su morada, con peligrosa celeridad, se atesta. Ella sigue procesando lo que se despliega ante ella, para cuando la publicista de la estrella, quien también llega tal piraña por reconocimiento, hace su cálida pero sugerente aparición, mostrándose muy afable y honesta al, inteligentemente, lisonjear su embarazo y declarar que lo mejor está a la vuelta. Sin dilación, fija su atención en una mujer hurtando unas insignificantes pero ajenas tarjetas, a lo que la protagonista responde persiguiéndola e intentado quitárselas. Corriendo, mira como las personas engullen la ya fría cena que yace en la mesa, para luego ir al teléfono, sin embargo, hay una señora ya ahí que le obliga a esperar su turno, pero la protagonista aún tiene energía para exigir respeto y se lo rapa como una madre protegiendo a sus cachorros, no obstante, un violento hombre llega argumentando que todos quieren algo del maestro, llevándose el teléfono por cuenta propia, lo mismo ocurre con un búcaro, el cual termina su corto periodo de vida tras el forcejeo de dos poco conscientes fanáticos, todos quieren una pertenencia, todos se llevaran algo. Desenfrenados, cada individuo en el lugar comienza a corretear, hurtar, romper, arruinar, pelear e inclusive asesinar en la que antiguamente era su pasivo y dulce hogar, ahora, se ha trasformado en un infierno de uso en el que miles de retratos de su marido, en colores pasteles, son pegados sobre las paredes, hombres y mujeres lloran como si fueran hostigados, quieren vivir con el amo, quieren matar por el amo. Boquiabierta— igual que nosotros —, acude a la sala en donde se encuentra su esposo, el cual ya no está sentado, bondadoso y paciente, ahora se encuentra de pie, acorralado por una descolocada multitud que le suplica, como si de un sacerdote se tratase, que unja en caras, manos y pies una estúpida pero para ellos sagrada tinta de lapicero, el homologo a la hostia de la eucaristía. Ella penetra la habitación y la publicista del poeta la cacha, insistiéndole que pose, como si nada pasara, junto a su querido esposo y odiada estrella, secuencia para el recuerdo en el que el rostro de Lawrence se lleva las mejores alabanzas acompañadas de la magistral cinematografía, cada flash deja al descubierto su rostro de vacilación, su rostro de auxilio. Logra escapar, dirigiéndose al baño para recuperar el aliento después de un alifafe, sí, de nuevo en el baño del cuarto de huéspedes, al lado del retrete en donde tuvo su segunda visión, al lado de un hombre desnudo que murmura inentendibles oraciones, se encuentra reclinada, deseando despertar de semejante sueño, de semejante pesadilla. No lo consigue y decide volver para escapar de una vez por todas, pero en este hogar cada circunstancia vira de mal a peor. Nuestra agradable publicista, aquella amigable mujer, ha sido desvirtuada, ahora es una asesina a sangre fría que dispara sin piedad a las cabezas de los que se dejan llevar por lo que está en auge, e incluso ordena la aniquilación de Madre — ¿Qué? —. Sin embargo, saltamos de la entrada del infierno al fogoso centro, literalmente, con una fuerte explosión, dibujando un fidedigno campo de batalla, para luego borrar y esbozar un impresionante cementerio, posibilidad idónea para que, confundida y abatida por el dolor, se levante valiente del suelo, y busque la salida más cercana. Buscando, se encuentra realmente congestionada, todo gira a su alrededor, nada es estable, aún hay individuos golpeándose mutuamente, pasa por encima de sangre, brazos y piernas cuando, como si de un allanamiento policial se tratase, oficiales especializados entran a la fuerza dentro del recinto para apaciguar la situación, la fuerza de la ley, que aparenta ser tan fuerte y severa, pero que es destruida en abrir y cerrar de ojos. De nuevo inerme, se dirige velozmente hacia la nada, pero es interceptada por un hombre con una siniestra mascara militar anti-gas, es su marido; ella le suplica que huyan y empiezan a recorrer los restos del aún vivo campo de batalla buscando escondite, no escapatoria, sin embargo, los gritos de la protagonista reaparecen al saber que su hijo, su esperado hijo que serviría de lazo irrompible, estaba por llegar, un niño que ya no tendría un lindo y adorable cuarto, solamente tendría a su madre. Enloquecida por el dolor, encuentran una puerta abierta, sinónimo de luz, una oportunidad para fugarse, dejar todo atrás e iniciar una nueva vida, empero, el poeta no desea marcharse, no quiere dejar atrás el renacimiento de su fama, no quiere dejar atrás sus arrogancia y profundo individualismo, y ella, noble y leal, acepta por amor volver a sumergirse, a gritos, en el Infierno. Consiguen, a rastras, alcanzar el segundo piso, para confinarse en el santuario de su esposo, en donde alaridos de puro dolor, furia y horror embriagan la habitación, mientras una vida nace, otra terminara presto y la pantalla, con lo ensordecedores y perturbadores gritos como apabullante ambientación, se funde en blanco. Esta tercera división abarca poco menos de la mitad del metraje, a saber, por mínimo treinta y cinco minutos, además, es un puente directo hacia el desenlace final y sirve como argumento fungible en este disparatado y emblemático padecer. La ínfima cuota de sobresaltos, aquellos que apelan en exceso a la manida técnica de los golpes de efectos, en otras palabras, agudizaciones sonoras y apariciones súbitas de entidades antiestéticas que, en unísono, azaran al espectador, es incluso menor a los de la segunda parte, en consecuencia, la exaltación no proviene de maniqueas antelaciones o falsas alertas, el horror surge de la insana veracidad de las situaciones, el pánico deriva de la compresión desapasionada de los atroces actos que tú y yo perpetuamos hacia nuestro hogar, en este largometraje, el horror se define como la aprehensión del por qué y para qué nos restriegan nuestra propia mierda en la cara. Para esta vorágine de subjetivas ideas expulsadas, el guionista y director tuvo que emplear tan solo cinco días, encerrado, furioso, alguien, de los tantos, que de tanta rabia acumulada a lo largo de los años ha explotado. Y es que las alegorías no cesan, es más, se podría decir que toman más fuerza y menos comprensibilidad, ya que, al haber cosechado cierto contexto para los personajes y la atmosfera, tiene la posibilidad de exponer el repertorio de mensajes que urgen por atención. Justamente, en esta tercera etapa, el primer análisis en surgir corresponde al momento en que el escritor, tal como Madre en la segunda mitad, contempla el ulterior de sus límites terrenales, mira hacia su exterior desde un provocativo ángulo para deducir que tiene el chance de no intercambiar miles de amantes foráneos por vivir, lejos de ahí, junto a su esposa y su hijo recién nacido. Una herramienta argumental de limitado entendimiento, en lo personal, fue la mancha de sangre en el suelo de madera, elemento de gran importancia para la trama, un compuesto que aparece y desaparece a complacencia, no es claro, aunque con Aronofsky nada lo es y con seguridad, si se desea hallar un significado conciso, por cuenta propia, se necesitara mucho más tiempo y examinación. Un aspecto interesante es el lugar seleccionado para construir la pieza del bebe, el mismo en donde la desequilibrada familia protagonizo el asesinato, una habitación ambientada por la fatalidad, antitético acobijar muerte en donde llegara vida. Con lo que respecta a las seriales e injustificables imágenes, albergan denotaciones claramente: religiosas, en la glorificación a falsos dioses o la pugna continua y nada pacífica entre religiones y creencias distintas; sociales, naciones enteras destruyéndose unas a otras por ideologías o jerarquías sociales tan fatuas como sus argumentos de guerra; políticas: en la promoción omnipresente de posiciones, liberales o conservadores, estupideces que provocan que seres humanos, faltos de conciencia y amor hacia el prójimo, asesinen sin clemencia; sin embargo, los más importante se ciñen al aspecto mediático, el poderío que tiene la fama no solo sobre el afamado sino sobre quienes lo rodean, seres queridos que se verán perjudicados por las garras nocivas del éxito de otro; y ambiental, perceptible solo tras un agudo ahondamiento que permita llegar a la conclusión de que el hombre aniquila lugares que no le pertenecen a nadie terrenal, lugares que son para nosotros mismos, pero no soportamos las ansias de industrializar dos metros cuadrados de terreno virgen. A grandes rasgos, este es el aire que se respira en esta tercera parte, una plagada de referencias y mensajes latentes que usa como mediadores a Jennifer Lawrence, Javier Bardem y Darren Aronofsky para diseccionar el contenido y sacar deducciones de toda clase, a saber, positivas y negativas. Muchos podrían alegar— la mayoría no partidarios del trabajo del cineasta— que los puntos de vista abordados en esta crítica son simples y corporativas invenciones, sin embargo, son afirmaciones parcialmente incorrectas puesto que se plantea un punto de vista personal, propio, no todos en la sala experimentaron las mismas sensaciones, unos afirmaron que es una obra sobrevalorada, que no había mucho que aplaudir del inteligible y pretencioso trabajo , que en su centro es una obra más de terror psicológico, lenta, aburrida e insustancial; son hordas de opiniones que no convergen con las mías, por tal razón, lo que se escriba es ajeno y totalmente subjetivo a la opinión pesimista generalizada. El trabajo actoral alcanza las nubes. Si antes murmurábamos que Jennifer Lawrence podría estar perfilándose para una factible candidatura en los más eminentes premios de cine, ahora lo damos por hecho, qué extraordinaria interpretación ha hecho la de Louisville, una dama que lograr callar a tantos inexcusables haters mediante un papel que, según ella, ha sido el más distante a su personalidad, así como también se ha convertido en uno de los más duros e intrépidos de lo que va de su carrera, y es que tildar a tal experiencia como “traumática”, aunque sea ejecutada con cientos de personas delante y detrás de las cámaras, siendo consciente de que es una “ficción”, demuestra el dificultoso calvario que fue retratar a un personaje con tantas zonas de grises. Cabe destacar que llega a ser inaudito y hermoso, al mismo tiempo, ver desfilar a la gran actriz en estado de embarazo, no es habitual verla en roles como estos, encontrar beldad sus escenas en la ducha, desnuda, indefensa, insatisfecha, roza lo orgásmico. Se oficializa, por fin, que el peso absoluto del relato se ciñe en sus capaces hombros, sin ella, irrevocablemente, el largometraje tendría una cara totalmente discordante, en términos de efectividad y calidad. Es ineludible aceptar que, a pesar de la diferencia de edad, ella con 27, él con 48, Lawrence y Bardem tienen una química inapagable, ambos son disimilares en técnica pero se complementan como co-protagonistas fascinantemente. Bardem, el poeta alborozado, interpreta a su personaje de manera soberbia, creemos, por más recalcitrante que sea el espectador, que consigue justificar al menos la mitad de sus acidas decisiones gracias a la humanidad, honestidad y sinceridad con que trasmite sus motivaciones, un deslumbrante y respetable actor que se acaba de anotar otro puntazo. También hay espacio para pequeños pero inesperados invitados, como lo fue la cómica Kristen Wiig, originaria de Saturday Night Live, esta actriz de cine y televisión interpreta a la publicista del poeta (avenida en asesina) aparece cortamente pero deja una destellante sensación de irrealidad, si desean sorprender interpretativamente, lo han logrado. Actores y actrices como Jovan Adepo, Christopher Gartin y Emily Hampshire también tienen la dicha de participar contados segundos en la majestuosa tragedia contemporánea del tan criticado director. Por lo que se refiere al área artística, es en este apartado donde mayor lustre se puede evidenciar, los colores apagados y suaves de la primera parte se tornan vivos, cálidos e incluso fogosos, queriendo expresar la fragilidad de una casa ardiendo en llamas, anaranjados en tonos escarlatas empiezan a figurar cuando Lawrence se percata de las invasiones, no obstante, es cuando todo está fuera de control— con la entrada de las fuerzas especiales —que infestan las imágenes los colores fríos, blancos, grises y azules opacos acompañados por brillantes destellos, efectos conseguidos con mayor esplendor en las indeseadas fotografías tomadas en la sala principal. Escenas para el recuerdo hay varias, sin embargo, todas son lideradas por uno de los últimos cuadros presentados en esta sección: ya en el santuario, con Lawrence desgarrándose la garganta, con las piernas plenamente abiertas, la frente sudorosa, su saco más gris de lo normal y su triste y desolador paisaje de fondo, me atrevo a decir, componen el más humano e impactante alumbramiento dentro del cine de horror, sin embargo, en cuestión de portentos, demasiados son los momentos que sacar a colación, en realidad, el largometraje en su totalidad es una gran estupefacción. Parece imposible creer el considerable presupuesto (30 millones de dólares) con los resultados presenciados, esto no significa que haya despilfarros, absolutamente no, la mayoría de composiciones son íntegramente orgánicas, potencialmente naturales y plenamente reales, por supuesto, a excepción de las visiones y unas que otras utopías que hacen evidente el desdeñable CGI, es un monto de dinero que parece poco comparándolo con el monstruo visual que logra ser. Triste, despreciable y profundamente repugnante y contradictorio es la respuesta que el mundo entero, y la propia patria del realizador, le están dando a la particular propuesta, una acogida más que decepcionante, ni siquiera incentivada por el grado de polémica que está causando ahora mismo; alarmante e ilógica señal de aquellos se quejan, casi a diario, de los machacantes remakes, spinoffs, revivals y sempiternas franquicias sin fuste, no aceptar con brazos y mente abierta una obra que llega a romper reglas, estereotipos y fronteras es una injustificable payasada, una película de la que, se quiera o no, se hablara mucho más allá de dejar los teatros, una experiencia imperdible que ningún espectador debe dejar pasar por alto, bien sea, que al final de las cortas dos horas la amen o la odien.

    Acto IV

    La claridad abraza la pantalla, desvelando a una mujer desgonzada, abatida por el dolor físico y emocional, anhelando despertar de la macabra pesadilla. El juego narrativo del Señor Aronofsky no es simplón ni de fácil solución, todo lo contrario, en lugar de acudir a una elipsis en forma de alucinación o visión, volvemos al consabido averno, esta vez, con un pequeño, desnudo e indefenso recién nacido al que Madre abraza y arropa con una pringosa y descuidada prenda de vestir. Agradecida de aun seguir con vida, le solicita a su acompañante, desde lo más profundo de su corazón, que desaloje a sus acérrimos defensores, no está dispuesta a padecer un castigo más, pero el ególatra ÉL afirma que no desea que estos abandonen el lugar, no quiere que el incondicional amor de sus fervientes fanáticos desaparezca al amanecer, desconcertada, construye una barrera invisible entre el que consideraba amado y amigo y ella, él ahora es un padre que exige sujetar en sus brazos a su nuevo hijo, hijo que simboliza luz, iluminación que se fundirá más pronto que tarde entre la hoguera de malicia y pecado. Es curioso cómo se altera la percepción del tiempo, lentitud y fugacidad se articulan sin traba, periodo en el que esposa y esposo, esperan, distantes el uno del otro, adyacente al destino que destruirá lo formado, Ella, cavilante, ÉL, vacilante. Luego de que los invasores dejen como por arte de magia vestimentas y algunos materiales de ayuda, sale a la luz la secuencia más cruda, polémica e impactante, abordando la característica radicalmente artística de la escena, de todo el metraje, una que sirve como pista de despegue para el aclimatado clímax: dar a los hombres, sin esperar nada a cambio, todo lo que se posee. Desprovista de fuerzas para distinguir entre realidad e imaginación, Madre, al igual que una leona resguardando a sus hijos del voraz depredador que es su marido, lentamente es vencida por el cansancio después de, nada más y nada menos, un terebrante parto extra-hospitalario, un parto que provoca súbitas desconexiones que se convierten en un sopor de no más de tres segundos, los suficientes para que su amante y ahora traicionero cónyuge rapte a su hijo para presentarlo públicamente, a modo de ofrenda, a sus dementes seguidores. En cuanto vuelve en sí, instintivamente, dirige la mirada a sus brazos, en donde su más preciado regalo brilla por su ausencia, de inmediato, se lo atribuye a ÉL, corre directamente hacia la infernal multitud, la cual ovaciona, grita y clama con ferviente devoción al nuevo regalo del poeta, todos quieren algo, todos, indiscutiblemente, se llevan algo. Glorificado como Jesús entrando a Jerusalén, o más bien como el stage diving de una estrella de rock, el infante inicia su viacrucis al primero, ser despojado de la única prenda que lo cubría, luego, a medida que avanza por el lacerante camino por entre codiciosas manos, empieza a derramar orina mientras un llanto desgarrado se va desvaneciendo para darle lugar a gritos de piedad, los cuales provienen de su sufrida madre, quien clama, a gritos, que le devuelvan a su bebe, que no perpetúen en sus actos de robarse lo ajeno, tal como sucede actualmente en el planeta tierra, pero el hombre es obcecado, conflictivo y ambicioso y el dantesco viaje del pobre chico no termina hasta que, aderezado con el excepcional soundtrack artesanal compuesto por Jóhann Jóhannsson, el inhumano e brutal desmembramiento toma lugar, evento presenciado ante los ojos de la madre, que avanza irregularmente entre la muchedumbre, y de su padre, que es prácticamente engullido por el excesivo amor de sus fans. Y entonces Lawrence consigue llegar al centro de la revuelta, la cual tiene apariencia de culto en el que un cabalístico hombre, que parece ser referencia a la manada de líderes religiosos actuales, pregona con irreverente engreimiento un descarado agradecimiento por el sagrado e innecesario tributo proporcionado por el poeta, quien no actuó de mala fe, él era ingenuo y humanamente se puede encontrar un justificación precisa sobre su plena generosidad, no obstante, estamos en la dramatización de la realidad tal cual es, aquí, nada es cien por ciento perfecto. Impulsada por el poder de la ira, agarra un filoso cristal, con el que procede a amenazar y posterior asesinar cómicamente a los más cercanos asistentes, anotándose hasta seis muertos a su nombre, pero la muchedumbre no se queda con las manos cruzadas y responde con igual ferocidad, como si fuera una víctima de matoneo escolar en el siglo XXI, es despedida, con impresionante brusquedad e inmediatez, al suelo, momento en que el director y personal artístico entierran cualquier tabú cinematográfico dibujando una inolvidable, en cuestiones de impacto, golpiza que termina en rostro, piernas e inclusive busto, una ultra-violenta paliza agradecidamente truncada por el poeta, quién llega a finalizar la horrorosa somanta. Ella, agradecida en lo absoluto, se levanta vengativa y acomete con el filo que acaba de ocasionar el horrífico espiral de impulsivas determinaciones, hiriéndole en la cara y dirigiéndose, a todo gas, hacia el sótano, con un plan en mente que pondrá fin— ¿o reset? —al tormentoso apocalipsis. Recogiendo en el trayecto el encendedor que refundió deliberadamente en la invasión inaugural (alias Ed Harris & Michelle Pfeiffer), elemento que significa un tipo de inflexión en la decisión de la protagonista, Madre tropieza y baja a golpazos, de nuevo, las escaleras del sótano hasta desembocar en las misteriosas cañerías que contienen vastas cantidades de petróleo, un área de la morada que intenta simbolizar aquel artefacto detonante en estado potencial, tan solo con presionar un botón, puede provocar la absoluta destrucción. Decidida, arremete contra los tanques, haciendo derramar el contenido a sus pies, mientras ÉL se posiciona en frente de ella, intentando detenerla, recintando sus más quijotescas frases para intentar impedir lo inevitable, sin embargo, las más poéticas son las respuestas que ella le da, rendida, avergonzada, decidida: “Tu no me amas, tu amas lo mucho que te amo”, por Dios, Aronofsky, además de ser uno de los maestros cinematográficos contemporáneos, también podría ser un ilustre poeta. Y entonces, las flamas corren como caballos enfurecidos por todo el lugar, arrasando todo aquello o aquel en su camino, desboronando el presente, reiniciando, impresionantemente el pasado ¿Es esto lógico? Aquí, por supuesto. Con lágrimas en los ojos y un rostro achicharrado por el fuego, nos percatamos de que ahora Lawrence ocupa el puesto exacto de la damisela inicial, sin embargo, ya no se encuentra en apuros, ahora es una guerrera. Es en este punto en donde el inmenso e indescifrable puzzle recoge mayor cantidad de piezas, permitiendo medio comprender e idear algún tipo de orden y justificación lógica de lo que acabamos de experimentar, esto, al mismo tiempo en que la pantalla se vuelve a ver embebida por un pacífico manto blanco. Se podría afirmar con certidumbre que las más retorcidas analogías del director toman lugar en esta penúltima fase, relaciones que se incumben más que nunca al subtexto bíblico que subyace en el relato, sin dejar fuera aquellas que representan a los años y sus achaques. El secuencia de mayor impacto, también conocida bajo la morbosa etiqueta de “esa escena”, es una dramatización vanguardista de la muerte de Jesús, aquí la variable atañe al no consentimiento por parte del afectado, al inevitable efecto en cadena que provoca; cada movimiento narrativo y creativo nos trae a la mente el suplicio de la “The Passion of the Christ” de Mel Gibson, el papel de Santa María puede estar a cargo de Madre, luchando contra la ingrata humanidad para hallar la salvación de su hijo, Bardem podría juega un rol impreciso porque bien podría ser tomado como un simple retrato del humano ávido por reconocimiento o podría interpretar a Dios, omnipotente y omnipresente, en cuanto al recién nacido, él simboliza al inocente, no precisamente a Jesús de Nazaret como muchos creen, sencillamente es aquel ingenuo que se encuentra en el momento incorrecto, en el lugar incorrecto y recibe las pedradas de otros. Optar por el desmembramiento, en vez de cualquier otra variedad de homicidio, no es inmotivado, tiene su significado de nuevo bíblico, el cual se sintetiza en una célebre frase católica-cristiana: “comed y bebed todos de él”, el recién nacido simboliza el cuerpo de Cristo, manducado por barbaros de fríos sentimientos que consideran que estar en comunión es librarse de ir al Infierno, que suponen que estar en comunión les capacita para cometer la cantidad de barbaries que deseen minutos después de salir de la iglesia, mensajes que entran por un lado y salen inméritamente por el otro, una perspectiva agudamente macarrónica. Esta demás decir que la enloquecida multitud representa a la humanidad y el hombre líder, de apariencia satánica, atañe a los sacerdotes o cabecillas religiosas que persiguen un mensaje católico globalizado y aceptado por creencia, no por prueba. El viacrucis de Lawrence muestra los escalones hipotéticos que podría experimentar, en un futuro no muy lejano, la Madre Tierra: primero, perder lo más importante, en el filme es su hijo, en el corazón de la metáfora es la naturaleza, hasta que la última gota de agua caiga sobre el sediento suelo, hasta que la última molécula de oxigeno se vaya para no volver, hasta que los ojos del ultimo animal no se cierren, hasta que el alrededor sea fuego y el fuego sea terminación, hasta que las temidas tinieblas nos plazcan con su venida, la Madre Naturaleza no explotara, el análogo a los actos de María y su hijo; segundo, intentar defenderse/vengarse de todo el detrimento y sufrimiento causado por las personas, en el filme corresponde a los asesinatos masivos con el filosos cristal, en el corazón de la metáfora es el ineludible acto reflejo del planeta, o sea, maremotos, seísmos, tornados, inundaciones y cualquier especie de fenómeno natural que inexplicablemente son producidos por los mismos afectados; tercero, la feroz tunda por parte de los ciegos seres humanos, en el filme se ciñe a las patadas, puñetazos y escupitajos lanzados en piernas, brazos y rostro de la protagonista, en el corazón de la metáfora son los actos despreciables realizados a diario, la disminución de la conciencia ambiental y el aumento de la contaminación global; cuarto, la intervención del patrón con el fin de salvar e intentar salvaguardar a un ser querido, en el filme es la intercepción de Bardem para auxiliar a Madre, en el corazón de la metáfora es la intervención divina del todopoderoso para intentar volver a poner en orden su paraíso; quinto, la respuesta agresiva de la Madre hacia su salvador y aparente enemigo, en el filme claramente es la herida que Lawrence le proporciona a ÉL en el rostro, en el corazón de la metáfora son las revoluciones levantadas por su propia creación; sexto y último, es la incineración, el inevitable desenlace, la absoluta verdad, en el filme la hercúlea explosión, en el corazón de la metáfora, hasta el momento, solo es una advertencia, un exhortación que pronto se transformara en realidad si con productos audiovisuales como estos no abrimos, de una vez y para siempre, ojos, odios y mentes con el fin de tomar cartas severas en la declinada materia y plantear una solución lógica, colectiva, perenne y radical que inmiscuya a cada ser humano que pise o que vaya a pisar el hogar de todos, en orden de, siquiera poder sacar la cabeza del hueco enorme que nosotros mismos hemos cavado. Centrándonos un instante en los libretos, hay un momento realmente poderoso cerrando esta parte, la cual sirve como antesala al desborde de información que sacudirá a la última sección, en esta, segundos antes de dejar caer el encendedor a sus pies, ella se desahoga y expone todo lo que pensó en aquellos escenas en silencio, meditabunda, afirma que ya no hay reversa, que ÉL nunca la amo como ella lo amo (“tu no me amas, solamente amas lo mucho que te amo”), una confrontación de dolorosas verdades que hoy el mundo vive en donde el amor, el odio, la hipocresía, el egoísmo, las convicciones y relaciones juegan roles vitales, sin lugar a dudas, una de las muchas frases que quedaron adheridas a mi subconsciente. En el campo artístico, la cinematografía y la fotografía habituales se mantienen briosas, los ángulos que nunca sueltan a Jen y los colores opacos son los nuevos protagonistas, estas características se aplican a imágenes que lucen tremendamente fuertes pero brutalmente cercanas, no un el sentido especifico, en el por qué global. En cuanto al trabajo sonoro, persisten los sonidos emitidos de diferentes elementos que dotan de tensión el relato y más aún en esta parte, los jipidos y suplicas abundan en la configuración de las escenas, no obstante, el crepitar del fuego inmediatamente nos trae a la mente la apertura y, de veras, es un gran alivio, es música para los oídos. Aunque la parte artística y creativa realizan su trabajo con honores, el potencial propósito que quiere transmitir el director se cimenta sobre los hombros de las dos estrellas principales, Lawrence y Bardem, fascinantes en sus roles, ella perturbadora, fría y radicalmente trasformada con respecto al inicio, él arrepentido, lastimero y defraudado.

    ACTO V

    Pero la muerte aun no asola el amor. Aunque sofoca la negrura cabal, habitual cruel sinónimo de un cierre propiamente innatural, temiendo lo peor— el surgimiento de los créditos finales —, la pantalla vuelve a ser foco de atención, la turbiedad se esfuma con lentitud, pero no del todo. Abrimos los ojos en simultaneo con el lente de la cámara para advertir que estamos en mitad de un paraíso aniquilado, escorias, tenues cenizas se vislumbran en la superficie mediante un primerísimo primer plano, para a continuación levantar la mirada, prestar cuidada aplicación y atender, gracias a las habilidades adquiridas con el primer y segundo acto, que aún hay vida, aun es audible el palpitar de varias almas y de una cosa estoy seguro: los corazones pueden ser cien por ciento perecederos, en el sentido amplio de la idea, excepto uno, el de Madre. Recobramos la conciencia y nos hallamos en las manos de ÉL, no nos mira, pero estamos convencidos de que sabe que no hemos perecido. Le pedimos respuestas, le pedimos soluciones, pero el poeta llanamente se limita a recitar veracidades camufladas en trajes de poesía, no hay tiempo para arrepentimientos, no existe inquina, simplemente, los escuetos propulsores de savia son la esperanza, el perdón y el amor, y es precisamente de este último que necesitamos para volver a vivir, un reinicio, sin embargo, amargamente, el reinicio anhelado está dentro de la protagonista. Sin casa que reconstruir, sin matrimonio que sostener, transige, estoica, la truculenta y espinosa petición de su marido, “Adelante, tómalo”, y sin más, ÉL procede a introducir sus grisáceas manos dentro de su calcinado tórax, carbonizado por las llamas, y retira el corazón, esta vencido y tiene pésima apariencia, pero aun produce pálpitos, latidos suficientes para restaurar un mundo entero, mientras ella agoniza. Renace, tristemente, solo ella, pues la humanidad se empeña en continuar con las cómodas vendas en los ojos. Entre sus manos, el corazón transfigura en gema— aquella gema preciosa que se apodera del santuario del poeta —, cada vestigio arranca su transformación artísticamente: la sala, el hall, el santuario, la cocina, los exteriores, todo cambia, todo vuelve a nacer, inclusive ELLA. Una secuencia fenomenal e imborrable. “¿A dónde me llevas?, balbucea casi agónica Lawrence, “Al principio”, contesta célicamente Bardem. Llegamos al punto en que, si estuviste tremendamente diligente ante las señales y lograste comprender aunque sea cierto grado de las referencias analógicas, todo es congruente, las piezas narrativas posicionadas en la lineal estructura de las historias, la somera y la subyacente, encajan unas con otras, los pensamientos se organizan o al menos eso pensamos, consiguiendo erigir un loable final en paralelo. No obstante, mientras para aquellos ojos que anodinamente tomaron la película como una embravecida barahúnda de violencia, codicia y sordidez, el desenlace se agregara a un filme más de la lista en abrir el relato con la escena final para posterior desplegar el juego meta-narrativo, bien sea de manera cronológica o disruptiva (“Gone Girl (2014)” o “Fight Club (1999)” de David Fincher), para los otros empeñados cerebros que conocían en qué se estaban metiendo al comprar una boleta para la más epatante locura de Darren Aronofsky y que soportaron acto tras acto de la atinada y, en ocasiones, visceral brutalidad en la plasmación escénica de un cuento multi-perceptivo, el desenlace además de ser un aliviante ansiolítico, actúa como la ficha faltante en el rompecabezas, ya se pueden justificar los polémicos posters, los singulares y fascinantes avances publicitarios, las reflexivas referencias bíblicas, las analogías hacia el vicio de la fama y máxime el aviso ambiental presentado para la vapuleada Madre Naturaleza, este último, el que recibe la más aprehensible sustentación por medio de mensajes de paz, corrección, perdón y acción. Es increíble lo que un hombre con cólera hacia las atroces actuaciones de sus congéneres puede concebir; en tan solo ciento veinte horas, con la ayuda de papel, lápiz y una mente tan prodigiosa y creativa como ricamente proterva y enganchadora, sin lugar a dudas, duélale a quien le duela, el señor Aronofsky, oriundo de Brooklyn, es uno de los más — y escasos — prolijos, fascinantes, revolucionarios e intensos cineastas en el espectro Hollywoodense de la actualidad. Artísticamente, ha sido una extasiante regodeo presenciar esta Divina Comedia terrenal, es petrificante cómo los departamentos de arte, el cinematógrafo, el director de fotografía y todos aquellos profesionales, con 30 millones de dólares, construyeron tan compleja faena visual, es cierto que no atesora grandes efectos ni onerosas tecnologías de grabación, sin embargo, parece poco el dinero invertido con el resultado logrado, es excepcional la manera en la que cada mínimo aspecto se conecta con otro en son de convertirse en un todo, un todo que apabulla gracias a su minusvalorado potencial, el cual, téngalo por seguro, servirá de materia de estudio, en la posteridad, a estudiantes de cine, filosofía, psicología y cualquier otra materia que el filme encierra de forma tan enloquecedora. Narrativamente hablando, es también una proeza que exuda rabia y energía a través de una estructura tradicional, el filme expulsa, constantemente, giros de tuerca que derivan de una progresión de circunstancias perturbadoras y complacientemente polémicas, quebrantando por completo, en su camino, varios tabús que sobrevuelan, desde hace tiempo, el cine. Los libretos están bellamente manufacturados, e incluso, hay líneas para enmarcar que abrazan tanta verdad y honestidad que llegan a apabullar, abruman lo consistentes que son los mensajes que quiere trasmitir, pero asusta más los medios que emplea para hacerlo. El trabajo interpretativo es otro completo triunfo. No estamos hablando sobre un gigantesco cast atestado de actores y actrices fetiches de la meca fílmica estadounidense, sino de un mínimo equipo actoral compuesto por dos de las estrellas mejor valoradas de hoy en día, no obstante, se limita estrictamente a un dúo protagonista, con permiso de unos excepcionales e insuperables Michelle Pfeiffer y Ed Harris y de los hermanos Gleeson. Jennifer Lawrence ha hecho el papel de su carrera con esta madre que lo único que desea es ser feliz junto a su hijo, su marido y su espléndida morada, mientras Bardem se apunta otro puntazo y no se detiene anexando personajes complejos y sumamente fundamentados que dotan a su prolífica carrera de diferentes brillos que le pueden llevar incluso más lejos de lo que se encuentra ahora mismo. Me pregunto que habrá pasado por la cabeza de uno de los más asiduos colaboradores del director cuando este determinó no emplear la banda sonora que compuso exclusivamente para el filme, claramente devastador, sin embargo, tolerar tales acciones es lo que le adjudica al artista el anhelado adjetivo de profesional. Jóhann Jóhannsson aparece como consultante de música y sonido en los títulos de crédito, por lo que la banda sonora fue radicalmente suprimida. Este tipo de decisiones son aceptables solo si el director considera de dudosa calidad el producto sonoro o si el largometraje demanda la ausencia de un acompañamiento sonoro, sin importar horas de esfuerzo ni exigencias propias del filme, si el producto lo demanda, hay que otorgarle la posibilidad de riesgo con tal de que el producto quede lo más magnánimo posible, siempre y cuando no pase por encima de la visión única del director, la cual debe estar íntegramente impregnada. Qué elección tan acertada fue eliminar cualquier acompañamiento melódico en las escenas, en donde los gritos, los llantos y las fabulosas resonancias provenientes de vasos, toques a la puerta o unos triviales huevos en el sartén son los más importantes generadores sonoros, estos ofrecen un ambiente de embriagador suspense que va fortaleciéndose y volviéndose más cercano a la realidad paulatinamente. Es inútil refutar que el cine es una de las tantas artes y, por que no, industrias que se están viendo, no precisamente beneficiadas, sino gravemente perjudicadas por la poderosa llegada de la nueva era tecnológica, las masivas y confortables formas de visualizar un largo están sustituyendo los inolvidables momentos que aguardan en la oscuridad de los gigantescos teatros por una tarde de consumo audiovisual compulsivo, un alarmante fenómeno que tiene causante propio llamado NETFLIX. En lo absoluto estoy denigrando y menospreciando a los populares servicios de streaming de la actualidad, soy uno de los muchos que disfrutan de sus excepcionales seriados originales, sin embargo, sí estoy radicalmente en contra en cuanto a la perspectiva cinematográfica, los formatos televisivos no son idóneos para tener una experiencia verdaderamente sobrecogedora y acojonante como lo puede sentir el espectador en las irremplazables y tradicionales salas de cine. Otra reñida área que ha sido fuertemente avivada por la controversial oleada tecnológica es el fácil acceso a sitios web que permiten comunicar opiniones y juicios, tanto de expertos en cine como de asistentes del común, sobre un filme u otro. La libertad e incontrolada subjetividad que manejan los críticos y espectadores en sus textos han causado gran molestia entre el espectro profesional , alegando sobre la fuerte influencia que han conseguido estos sitios mediante opiniones que están lastrando drásticamente tanto la perspectiva del trabajo audiovisual como su recaudación monetaria. Como espectador/reviewer, considero que estas herramientas digitales son útiles para dar a conocer mi opinión sobre algún filme, cada palabra, sea con fines subjetivos u objetivos, además de estar impulsada por el respeto y la tolerancia, es motivada por mi profundo e inmarcesible amor por el cine. No obstante, no todos los cibernautas comparten mi punto de vista, es aquí en donde nacen los haters y principales responsables de esta problemática, estos, en vez de compartir una formal y útil opinión, están tergiversando el papel de estos cibersitios, acciones que tiene como efecto directo la respuesta negativa y a la defensiva del sector profesional ante el incordio en que se han convertido los mismos espectadores, arruinando la expectativa o apariencia de cualquier largometraje. Muchas de las pesimistas y contraproducentes críticas hacia “mother!” provienen de un desinteresado visionado, injustificadas piques con su responsable o la reacción negativa ante la capciosa campaña publicitaria de Paramount Pictures, un estudio que aunque sigue apostando fuerte por el largometraje, es evidente que no estaba lo suficientemente abierto — como ellos dicen — a exhibir el filme tal cual como es, no en el disfraz de frívola película de horror, una sorpresa inimaginable planteada con embozo para los cinéfilos, sin embargo, para el espectador más común no funcionó el experimento, para ellos fue como si les venderían una película entre “The Tree of Life“ de Terrence Malick y “Pink Flamingos” de John Waters como una mezcla entre “Hush” de Mike Flanagan y “Devil’s Due” de Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett , con una dosis agregada de morbo, estupefacción y controversia. Dentro de este polémico torbellino de efectos directos y colaterales, hay explícitamente uno que se gana mi más poderosa tirria: la grisura del espectador examinando el contenido, bastándole tan solo con el primer visionado para salir corriendo a vituperar en Internet. Al finalizar mi primera función del filme, dos asientos a mi derecha, un hombre se puso de pie abatido por la confusión, ordenó sus pertenencias en completo silencio y antes de marcharse tuvo la procacidad de declarar, en voz alta y en mi presencia, que en vez de realizar una revisión un poco más detallada viendo de nuevo el filme, llegaría a su casa y vería uno de esos embrutecedores videos explicativos esparcidos por la red. Atrás quedaron los tiempos en los que no te cansabas de entrar a un recinto oscuro para o bien disfrutar una y otra vez de una joya cinematográfica o bien intentar poco a poco, a cuenta propia, comprender los métodos, medios y resultados que el realizador plasmó en la película. Es aborrecible que tachen de “sobrevalorada”, “satírica”, “soporífera” o “un circo de grotescos espectáculos” a una obra por el simple hecho de no entenderla de cabo a rabo, existen largometrajes que, a día de hoy, mantienen su esotéricos niveles de aprehensión; en lo personal, considero a esta clase de largometrajes psicológicos como una de las más sublimes propuestas artísticas dentro del séptimo arte, así pues, además de ser un juicio personal, es una invitación a que intenten desglosarlas, evaluarlas, comprenderlas por ustedes mismos, de igual manera, este tipo de filmes tiene la posibilidad de estar abierto a diferentes percepciones que en algún punto convergerán, por lo tanto, no se requiere de una gran base de conocimientos para descubrir la verdadera cara del embrollado raciocinio fílmico. De entrada, “mother!” es un banquete dorado en el que vuelan, sin cesar, platos aliñados con fresca polémica, vivaz agresividad narrativa, feroz escritura, intencionada pasión actoral, onírica belleza visual y aderezado con agrias metáforas y ácidos mensajes de las prodigiosas manos de nuestros visionarios chefs: Darren Aronofsky, Matthew Libatique, Andrew Weisblum, Jennifer Lawrence, Javier Bardem, Ed Harris y Michelle Pfeiffer. Infaustamente, los más opíparos banquetes son malquistos bien sea por sus acerbos sabores, sus insuaves apariencias o un distorsionado boca a boca que le obligan a aparcarse en la zona de los “clásicos contemporáneos infravalorados”, cada uno de ellos aguardan ardientes la aparición de un comensal con refinado gusto que descubra que este exquisito platillo no es un desabrido gatuperio, es, además de uno de los pocos privilegiados en poder jactarse de sus ingredientes y recetas, un soplo de requerido aire fresco al representar ante nuestros ojos las infamias que le arrojamos a nuestro hogar diariamente, derivando en su camino interpretaciones, cinematografía, fotografía, edición y una dirección de excelencia, reavivando la confianza en Hollywood, qué alivio que aún existen Aronofskies que emplean el cine como propagador de transformaciones, sea en la forma que sea, cándida o picaresca, acre o meliflua, perturbadora o tranquilizante; ideas, pensamientos y propósitos renovadores. A este punto, es improbable que una cinta me aterre y me afecte a partes iguales, no obstante, tras dos impresionantes visionados, “mother!” es la gloriosa obra que lo ha conseguido. Agradezco a Dios de no ser como aquellos niños que se traumatizaron con “IT” de por vida, yo tengo la fortuna de afirmar con convencimiento que mi peor pesadilla no es un payaso deseando devorarme, un demonio ansiando poseerme o algún Freddy, Jason o Michael acechando para partirme en dos cuando este dormido, si de pronto me preguntan, gritare a los cuatros vientos que a lo que más temo es estar cautivo— salvo en las terroríficas/fascinantes historias de James Wan —en cualquiera de las parábolas del director americano, temo ser un paranoico matemático, un monomaniaco luchador, una desenfocada bailarina o un padre atestiguando el asesinato de su hijo recién nacido, tememos, con todo el corazón, estar dentro de la utopía realista de “mother!”, simplemente, nos aterra.

    Inflamación, crepitación, combustión, resurrección, todo cíclico, todo crítico.
    cine
    Un visitante
    1,5
    Publicada el 13 de diciembre de 2017
    Innecesaria, amarillista, violenta, no entretiene, desaprovecha el lenguaje poderoso de una industria por demás inmadura para obligar al espectador a buscar explicaciones que el director no aporta. Banaliza en una civilización que decae por exceso de vacuidad temas fundacionales, arquetipos que bien utilizados podrian enriquecer y que en este caso solo producen desazón y jartera. El director en su afán de seguir siendo un niño terrible de una industria decadente, solo muestra inmadurez existencial.
    cine
    Un visitante
    0,5
    Publicada el 10 de diciembre de 2017
    Grandes actores y grandes actuaciones pero en vano. Una película innecesariamente sangrienta y loca! Aunque no sea real, es traumante como muestran la demencia e impotencia de la gente.
    cine
    Un visitante
    0,5
    Publicada el 8 de diciembre de 2017
    Una bazofia absoluta, lo único respetable es la actuación de Jennifer, el director está hecho mierda de la cabeza, basura sin sentido.
    Pennywise(IT)
    Pennywise(IT)

    3.360 usuarios 129 críticas Sigue sus publicaciones

    2,0
    Publicada el 13 de noviembre de 2017
    Paranoia del director de la notable requiem por un sueño y la sobtésaliente cisne negro, en madre su mayor acierto es.mantener el suspense hasta el final pero he salido con la sensacion de que la pelicula no te lleva a ningun.lado, la historia imterpretada por javier bardem gira en torno a una pareja cuyo marido admite que unos desconocidos se alojen en su casa aunque la mujer no esta de acuerdo
    cine
    Un visitante
    1,0
    Publicada el 10 de noviembre de 2017
    El cine tiene que entretener, no aburrir dos horas para dejar un mensaje.
    Es solo apta para fan de películas aburridas y bobas que piensa que es uno de los pocos que la entendió y es más inteligente que el resto.
    cine
    Un visitante
    1,0
    Publicada el 22 de octubre de 2017
    Esta película es el límite de lo desagradable, alguien que hace esta película y que quiere que la vea la gente y le adulen por ello, es un enfermo mental severo, denunciable. El peor rato en el cine de mi vida.
    ¿Quieres leer más críticas?
    • Las últimas críticas de SensaCine
    • Las mejores películas
    • Las mejores películas según los medios
    Back to Top