La alquimia del arte
por Paula Arantzazu RuizSon muchas las maneras en que se despliega Loving Vincent, el trabajo de Dorota Kobiela y Hugh Welchman que honra la figura de Vincent van Gogh. Hay algo de homenaje y de película de arte didáctica en los más de 65.000 fotogramas pintados a mano que componen el largometraje –un verdadero hito técnico gracias a la ecuación rotoscopia, stop-motion y orquesta de pinceles–, así como de juego de detectives (salpicado al óleo) que imita las tramas whodunit de Agatha Christie; pero en todas esas formas de leer esta peculiar cinta de animación se manifiesta sin ningún atisbo de dudas el gran afecto de los cineastas y su equipo técnico por la obra del pintor, uno de los grandes artistas europeos.
Loving Vincent en pantalla grande es un viaje sensorial y voluptuoso, que intenta llegar al centro de lo más misterioso del arte, y sus fotogramas de pintura en movimiento nos recuerdan las idas y venidas habituales entre el mundo de los cuadros y el del cine, como también que el séptimo arte es precisamente un fenómeno alquímico, una suma (o resta) de procesos, capas, técnicas y buena parte de los muchos modos en que el ser humano ha intentado contar el mundo a través de una plástica. Hay momentos en que la película parece querer quedarse en el concepto del tableaux vivant, especialmente cuando se detiene en el plantel de secundarios con los que convivió Van Gogh en sus días en Auvers-sur-Oise, pero Kobiela y Welchman lo sobrepasan con el objetivo de intentar adentrarse en los cuadros, como si estos fueran un punto desde el que hacer partir el relato.
Es por ello que el dispositivo detectivesco, en torno a la idea de que Van Gogh no se suicidó y que fue asesinado, pueda acabar agotando al espectador. Estructurada en un continuo vaivén de flashbacks marcados cromáticamente, la trama de Loving Vincent se retuerce sin que haya necesidad de ello, y los sucesivos viajes hacia el pasado que recuerdan la vida del pintor en la Provenza francesa al final parece que sobren. Tal vez no son necesarios tantos interrogantes, una vez cautivados por la belleza de las pinceladas agitadas de Van Gogh.
A favor: Van Gogh no se acaba nunca.
En contra: La fórmula detectivesca, sí.