Los trastulos del rey James Wan
John R. Leonetti fue el cineasta que inauguró una fase renaciente encauzada por secuelas independientes enroscadas en el ubérrimo universo erigido, sin siquiera saber, por el maestro James Wan. Llevando como antropónimo “The Conjuring”, este mundillo de relatos, cada uno sustentado sobre una mínima o máxima inspiración refutable, se ha convertido en el representante de horror, por excelencia, del siglo XXI. Con celeridad alarmante, es más prominente dentro de la industria del entretenimiento audiovisual la creación de disimilares obras que comparten, en conjunto, un tono o elemento argumental, por mencionar solo una pequeña porción: “Star Wars” para Lucasfilm, el MCU para Marvel, el DCU para DC o “Cloverfield” para Bad Robot. Sin embargo, lo que está concibiendo New Line Cinema y su gremio de guionistas apela a ideas increíblemente inusitadas en orden de levantar una galería de expedientes de impoluto horror. Teniendo en su crédito dos entregas dirigidas por Wan y el spin-off de Leonetti, este universo está próximo a darle la bienvenida a tres propuestas nuevas, un número que luce elevado arriesgando la compleja calidad que ha conseguido sobrellevar la franquicia. Pese a que dos de estas no llegaran hasta el año próximo, la precuela de “Annabelle” (2014), se ha afiliado recientemente por medio de una historia que se distancia radicalmente de los efectos de su antecesora, entregando una nueva oleada de éxitos para Warner Bros, para David F. Sandberg y para su universo como tal. ¡Sagrado Wan!
Doce años después de la trágica muerte de su pequeña hija, un fabricante de muñecas y su consorte recibirán a un grupo de infantes huérfanas junto a su líder religiosa para resguárdalas en su casa. Pronto, las niñas serán testigos de los malos tiempos que abrazaran a la morada, extraños sucesos incentivados por sustratos del pasado que meteóricamente tomaran la forma de una maligna muñeca.
Descubierto por el monstruo del mainstream Youtube, David F. Sandberg, fue acaparando, progresivamente, reconocimiento por lo largo y ancho de las redes sociales a expensas de su terrorífico cortometraje de dos minutos y cuarenta y dos segundos titulado “Lights Out”. A través de este, el director sueco consiguió que Warner le pusiera el ojo encima, recibiendo ambiciosas posibilidades de dirección para el estudio, unas tan ínfimas y triviales como dirigir el largometraje de su exitoso corto, sentarse en la silla de director dentro del universo DC con “Shazam!” y ahora, colocarse detrás de la precuela de “Annabelle”. Es increíble y envidiable, en el buen sentido de la palabra, el triunfo y crecimiento que esta experimentado el cineasta, el cual, exhorta vía sitios web a jóvenes voces que, a día de hoy, pueden colarse, con virtud o no, en de la meca de cine mundial. Son múltiples las anécdotas atestiguadas a lo largo del nuevo milenio, Federico «Fede» Álvarez, Andy Muschietti e inclusive Wan recibieron beneplácito y patrocinio por parte de los grandes con intervenciones audiovisuales lanzadas ya sean en certámenes cinematográficos o en el gigante internet.
Sandberg se ha hecho con un puesto dentro del cine de horror, un género que va en decadencia vertiginosa. Con ayuda de su inseparable esposa y un considerable aluvión de ideas saludables, el cineasta se auto-inserta, oficialmente, en el monstruo que es Hollywood, siendo uno de los pocos afortunados en realizar su madurez profesional en las entrañas del séptimo arte. Él ha sido la elección perfecta, de cabo a rabo, para brindarle una apariencia radicalmente diferente al juguete diabólico luego del discrepante tratamiento prestado tres años atrás. Se hace evidente el gusto por colores apagados, enfatizados por su recurso más empleado: la oscuridad. Sobreutilizada fue su participación en su trabajo previo, no obstante, la incertidumbre y la contingencia apoyan su punto de edificación en ella, maniobrándola a través de los siempre bien recibidos puntos ciegos o los siempre mal recibidos golpes de efecto. Las dimensiones, encuadres y cualidades de edición, distintivos del cineasta, hacen presencia en función de crear propiedades diferenciales, sin agravar, en lo más mínimo, el aura del universo, aquel ambiente vintage que cimenta el prolijo en una construcción escalonada, por supuesto, integrando eficaces jump-scares y resonancias sonoras. Es eso justamente lo que hace a estos filmes tan efectivos dentro del panorama comercial, dado que cada uno de los relatos, siempre supervisados por Wan, tejen una sólida conexión con el espectador usando como vehículo las conmovedoras interpretaciones de los capaces actores, manufacturando productos que, si bien están ejecutados de manera majestuosa técnicamente hablando, hay espacio para el susto superfluo y provisional. El director conoce estos parámetros de antemano y los orquesta de forma aterradora y desmesurada, a partes iguales. “The Conjuring” se caracteriza por desplegar una antelación deliciosa hasta llegar al susto o punto de golpe, entre más largo y tensionaste sea ese recorrido y menos datos sean liberados a la audiencia, valiéndose de cualquier clase de aprensión infantil, mejor será el efecto a conseguir. Entonces, en esta ocasión, Sandberg, además de disponer de la oscuridad como pieza clave, se apoya en muñecas, marionetas, espantapájaros, siluetas bajo sabanas e incluso monjas para, textualmente, henchir el segundo y tercer acto de sobresaltos, claro está, la mayoría de estos aplicando la regla anteriormente expuesta, optimizando los resultados, no obstante, la historia tiende a extraviarse e incluso a malbaratar el impacto del susto, haciéndonos preguntar a donde se dirigen, en realidad, los personajes y no predecir que sus acciones se verán interceptadas por un ente sobrehumano. Esta tendencia se vuelve más preponderante debido a la impericia del director, jamás dentro del género de horror, sino dentro de la capa de la franquicia, aptitudes que si exhibía casi con vanagloria el director malayo. Sin embargo, no hay por qué quejarnos, cosas muchos más horripilantes pudieron sucederle al metraje, y lo que ha concebido Sandberg es una mezcla entre Hollywood y horror de cantidad y calidad en su estado más puro.
En términos generales, la trama y la mitología están ensambladas adecuadamente, los momentos dramáticos se emplazan equitativamente entre los de desosiego e incluso se recurre, con evidente respeto, a la técnica de alternación de emociones que Wan instauró en “The Conjuring 2”, intercalando lapsos de horror con módicas pero sustanciosas intervenciones cómicas. El desarrollo fluye sin problemas y no se encuentran inconvenientes mayores con respecto al sub-universo que construye, no obstante, los elementos reinciden en estereotipos inacabables, tales como la obligada presencia religiosa por parte de la monja o el disparo de la mortalidad aflojado en el tramo final, eliminando personajes sin motivo, un movimiento insano hasta cierta instancia. Para congeniar con la audiencia, los escritores deben producir personajes que interesen y eso lo sabe muy bien este universo. Una mujer en estado de gestación, una familia arruinada o una niña que padece polio son discapacitadas herramientas empleadas en orden de originar pesar, un sentimiento que permite entablar una fuerte relación personaje-asistencia, consiguiendo que sigamos horrorizados los líos experimentados por los personajes. Otra característica bastante presente es la exorbitante cantidad de imanes de horror con los que juega la película, aunque increíblemente la mayoría de entes demoniacos de los filmes anteriores ganaron adaptación propia, el filme de Sandberg pareciese que quiere hacer lo análogo, atestando de elementos dantescos en descontrol, algo que tampoco le cae muy bien al resultado final, omitiendo bien pueda tres de estos, hubiera sido un espantoso viaje de igual manera.
Stephanie Sigman, Anthony LaPaglia y Miranda Otto hacen lo propio con los personajes mayores, aplaudiendo a la primera como la líder y fiel protectora de las niñas, sin embargo y no desmeritando sus muy decentes actuaciones, el foco interpretativo se posa explícitamente sobre las menores, en especial sobre Lulu Wilson quien hizo un trabajo espectacular el año pasado con “OUIJA: Origin of Evil” y esta vez ratifica su potencial y capacidad para ejecutar escenas de peso con la más desinteresada facilidad.
Visualmente, el diseño de producción y la ambientación hacen gala del medido presupuesto, alejándose de grandes urbes que requerirían muchísima más adecuación de los años cincuenta y por ende un alza en el costo, esta vez todo adquiere un tono rustico y poderoso, la vivienda atrapada bajo los litigantes rayos solares, un grupo de vestimentas, decorados y efectos prácticos son quienes se llevan esos billetes verdes. El juego en el que intervienen la oscuridad y los colores fríos y cálidos funciona en los momentos de tensión, asimismo, las secuencias de aclimatación y drama consiguen atrapar a la audiencia, componentes nada cortos en complejidad al valerse de una ordinaria cama, un cuarto blindado por páginas de las Escrituras Sagradas o un enigmático pozo para concebir horror. Especial distinción se merece la creación de los disimilares dantescos conductos maniobrados por un ya clásico Satanás, quienes cumplen su función con honores, provocando la posibilidad de, quien quita, Hollywood es una cajita de sorpresas, abrir la cuenta nuevamente para más películas independientes.
Se echa de menos las composiciones del maestro Joseph Bishara, quien fue pieza clave para el éxito de las demás entregas, entre estas “Insidious”. La música es vital en productos como estos, las estridencias sonoras, los resonancias o los scores de ambientación creados por el compositor son únicos y aquí se extrañan enormemente, al menos, para que la pena no sea tan aguda, Bishara sí estuvo presente en la cinta, pues es él quien se pone en al piel del petrificante Diablo. Sin embargo, Benjamin Wallfisch y los editores de sonido hacen equipo para producir una experiencia, sonoramente, eficaz enfatizando de forma sorprendente en pasos, crujidos, respiraciones, tonos y secuencias asfixiantes.
“Annabelle: Creation” de David F. Sandberg es una de esas raras, funcionales y espeluznantes secuelas/precuelas que llegan, además de en pleno siglo XXI, ulterior al verano, dos tiempos resecos de ideas, siendo un excelente filme que se incorpora al universo de “The Conjuring” a complacencia. Aunque a cotas narrativas no iguala a las películas principales, si hace lo propio efectuando secuencias de tensión y drama usando como medio los más intrínsecos temores del humano, llevándolos incluso a un extremo tal, que te será imposible tomar un respiro, literalmente, mira a la izquierda y hay susto, a la derecha hay otro, arriba, abajo, por cualquier lado, este circo del horror no parará de atacar hasta cometer sus propósitos. Abogando por el terror de la vieja escuela, “Annabelle” (2017) es la adición perfecta al mundo de los muñecos diabólicos y para comprobar su veracidad te invito a llevar a cabo el siguiente experimento: apaga la luz, deja la puerta de tu habitación abierta y no pares de mirar ese hueco negro que separa a tu cama del infierno ¿Esta ella ahí?