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    Abracadabra
    Críticas
    3,5
    Buena
    Abracadabra

    Realismo psicomágico

    por Manuel Piñón

    Pablo Berger sólo tiene tres películas. Cada una de ellas sería imposible que existiera si no la hubiera dirigido él. Torremolinos 73 buscaba la ternura, la intimidad y el humor en el porno amateur. La quisieron comparar con Boogie Nights, pero no, lo suyo era otra cosa. Después, Blancanieves llegó muda, en blanco y negro, presentando como travesura lo que era una insumisión flagrante a todo lo que significase tradición y tópico. Y tampoco tenía que ver nada con The Artist, aunque lo más fácil fuera conectarlas. Esta vez, con Abracadabra invocar una sola referencia va a ser un imposible. Comedia costumbrista, thriller detectivesco, filme de exorcismos, comentario social… ¿Qué (no) es este cuento?

    Su indefinición, esa asombrosa facilidad para hacer equilibrismos sobre los límites y mantener una personalidad indiscutible, es el verdadero valor de la película. Lo que empieza siendo una historia de hipnosis woodyalleniana ambientada en las periferias del mal gusto choni deriva hacia terrenos familiares pero siempre por caminos sorprendentes. Nada de lo que pasa en Abracadabra es previsible, todo es especial y realmente único. El ejemplo más claro es Maribel Verdú. Se reconocen sus rasgos, sus gestos, su voz, esa cercanía indiscutible que siempre transmite, pero no es ella. Alguien nos la ha cambiado, como a su marido en la película, hay un personaje que la ha poseído. Si esto no es magia, que venga Pepe Carrol y lo vea.

    Pero hay más, porque Abracadabra no es sólo una oportunidad excelente para disfrutar de grandes actores combinando registros sin que se les vea accionar palancas; lo de Antonio de la Torre es habitual, pero mucho ojo a José Mota, que borda un secundario robaescenas. Detrás del estallido de color y creatividad que exhibe Berger hay una reflexión profundísima sobre los afectos, las costumbres y el deseo. Daría para película de Bergman, o para instalación de videoarte de algún creador de prestigio. El director en cambio ha optado por convertir todo esto en una historia divertida, disparatada y frenética, como restándole trascendencia a algo que ya la tiene de sobra. Es una suerte que haya cineastas con esa absoluta falta de prejuicios y también con la valentía de abrir una vía al centro de su creatividad. Puede que no siempre Abracadabra sea rotunda y sólida. Tampoco lo pretende, intuyo. En su abarrotado inventario no figura la solemnidad.

    El que quiera destripar el truco de esta comedia psicomágica es fácil que se sienta frustrado. No es una película para examinarla, ni para señalar qué es trampa y qué cartón. Abracadabra hay que mirarla con los ojos de un crédulo, permitirse la extravagancia de sentirla más que pensarla. Como le pasó a un amigo del director, que quiso reventar un número de hipnosis a un ilusionista –esa fue la primera inspiración para la historia–, oponer resistencia no sirve para destapar a ningún farsante: lo único al descubierto son las carencias del listo de turno.

    A favor: Su cóctel de géneros, que apuntaba a brebaje y gracias a la varita de Pablo Berger es una deliciosa poción mágica.

    En contra: No es la celebración de la chabacanería que algunos podrían imaginar por su estética. Busquen esa comedia en otra ventanilla.

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