En Esencia, Un Insubordinado Drama Que Trasciende Ante El Odio Racial Y El Homofobismo
Al parecer, el coloso fílmico estadounidense aprende de los debacles populares y emprende una exhaustiva pesquisa con el fin de destapar historias que comprometan todo y a todos. Recién hace un año, la sociedad totalitaria estaba embebida en las protestas, encabezadas por las personalidades cinematográficas de color, por mor de la parvedad en los diferentes certámenes anuales emitida a cualquier intérprete o realizador no angloparlante, haciendo hincapié en la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Meses más tarde, bien sea objetiva o subjetivamente, los más de mil miembros adscritos a la Academia han nominado a un heterogéneo abanico de obras, en las cuales la etnicidad es preeminente, porfiando por los más significantes laureles de la velada: “Mejor Largometraje” y “Mejor Director” (“Moonlight” o “Fences”). Una de las más elocuentes contendientes es la neo-creación del floridano Barry Jenkins, producción que interpretada desde el anverso, ilustra tres periodos formativos en gradación correlativa de un varón negro gay, no obstante, escudriñándola del intrínseco meollo hacia el exterior, se repara en un límpido tratamiento acerca de un entorno ignoto por los grandes estudios, uno en donde la pobreza, la soledad, la orfandad, la violencia, la drogadicción y la intolerancia azotan a cual mínimo pequeño que resida por tales degradantes pasajes. No necesariamente se tiene que ser afroamericano u homosexual para converger los juicios existenciales propios con los de Chiron, esto es a causa de que se define como un relato universal tanto en su alcance como en su propósito; una enloquecedora gesta soportada por la realidad que apela al lirismo estético y melódico para traerle a la memoria al asiste una perogrullada que está siendo callada a voluntad colectiva, que no requiere de un inocuo aderezamiento para abarcar en su total extensión, la áspera beldad y necesidad humana ordinaria dentro de un filme de cuasi dos horas de duración.
Inicia con un travelling circular destinado a situar al espectador dentro del corrompido entorno en que el protagonista tendrá que crecer, una atmosfera que respira dióxido constituido por el miasma de balas, prostitución, vicios, timos, sexo, estupefacientes y muerte. El cine que abarca poblaciones marginadas afroamericanas propende a implantar determinados distintivos gestados por el desorden social, que se origina por una corriente de carencias (la exclusión, la brutalidad policial o el desamparo educacional) que acarrean un insospechado punto de partida doctrinal. Devoto a estos “estereotipos” del cine sobre raza negra, Jenkins delinea con naturalidad irrevocable un Miami azotado por el sol, lugar en donde las hilaridades de Chiron, sus nociones, sueños, desilusiones, aprendizajes, decisiones, y líquidos que van desde el escarlata plasma sanguíneo o salinos sollozos hasta el experimental esperma quedaron sujetos a los tórridos y precarios suelos de los guetos americanos, experiencias ricamente planteadas por medio de tres gradaciones temporales (puericia, mocedad y adultez) rotuladas por las tres fehacientes connotaciones del personaje a tratar (Little, Chiron y Black). Tiendo a pensar que le otorgan el sustantivo propio verídico (Chiron) al segmento número dos, ya que es aquí, en su adolescencia, en donde la progresión de auto-definición se cimenta por decisión propia, no influenciado por ninguno de los severos factores incidentes a su alrededor.
“Puedes ser gay, pero no puedes permitir que nadie te llamen marica”
Narrativamente parangonada con la densa, épica y fatigosa “Boyhood” de Richard Linklater, “Moonlight” utiliza su narración seccionada como episodios independientes que comprenden en conjunto un intenso verismo, una iniciativa que apuntala hasta mas no poder el viaje y los acicates psíquicos y sentimentales de los personajes. El producto integro es mucho más que la adición de sus partes. Esto expele convicción, transformación y libertad de toda clase; es algo que te atañe y se te adhiere a la piel más allá de los créditos finales. La exposición en fracciones permite un contacto más íntimo con lo que le ocurre al pequeño, joven u hombre; cada capítulo funciona como una entrega independiente, espléndidamente interpretada por un reparto coral acérrimo, una fotografía tan real como visceral, una banda sonora que compagina con las posturas anímicas de un instante determinado y una serie de componentes que emplean la simplicidad y la veracidad como vehículo de comunicación. La película entraña en su totalidad la clase de cine del que urgimos más que nunca, aquel que habla sobre lo que puede llegar a ocurrirle a un ser humano corriente y que se distancia de lo onírico. Esta patente la limitada confianza entorno a la alteza de nuestra existencia para concebir arte, anteponemos otros mundos en lugar de apelar a la infinidad de coyunturas que están alrededor.
Los visuales del filme son una suerte que ahuyenta la tendencia de aquellos recurrentes largometrajes que usan la desaturación y la calígine para retratar acaecimientos de la vida real. Aquí, los colores vivos fluorescentes confluyen con contrastes oscuros con el fin de vivificar y brindar personalidad propia a cada segmento proyectado, cada puesta en escena intensifica su fantástica beldad con precisos movimientos de cámara a manos del diestro James Laxton. Música, luz y cámara componen estéticamente el proyecto, dotando de sensibilidad y profundidad la vida de Chiron, mientras en simultáneo aminora la hostilidad inherente del ambiente americano. Lo retorico y lo visual se conjugan con tremenda verosimilitud, mientras Juan (una de los más humanas actuaciones sobre un traficante de drogas en el historia del cine por parte del oriundo de California Mahershala Ali) le recita a Chiron el origen de su apelativo (Blue), la historia aplica potestativamente la implicación de la destellante luz lunar en la escena terminal, en la cual, él nos convida a hacer lo mismo, a intentar definirnos, a no temer, a ser quien quieran ser, a desarrollar en nuestra plena virtud un principio global encomendado a la humanidad; vivir en libertad.
“Moonlight” de Barry Jenkins inicia oficialmente la participación de dos de los grupos sociales más injustificadamente repudiados por la sociedad contemporánea: la raza negra y los homosexuales. Cada quien puede sacar deducciones, dictámenes y críticas, sin embargo, lo cierto es que lo que han tejido este grupo de hombres y mujeres entregados a provocar una alteración, es una intrépida y rotunda hazaña colectiva y cinemática, ejecutada por medio de temas universales tales como la juventud, la temeridad, la auto-superación, el amor, la masculinidad, y en sucinto, la vida. “Moonlight” es un drama con grado A, literalmente poderoso, visualmente ligada a la verdad; su poder no proviene de exposiciones narrativas complejas e inteligibles, el hechizo radica en la conexión con los personajes y la identificación involuntaria con la naturaleza convivencial humana, la aceptación (tolerancia).