Terrorismo, tecnología, romance
por Quim CasasEl cine de Wim Wenders se ha convertido en las dos últimas décadas en una auténtica montaña rusa. Es difícil seguirle la pista, no por la dificultad de ver sus películas, sino por la extraña sensación de que casi nunca sabemos con qué vamos a encontrarnos al encarar uno de sus filmes. Hubo una larga época en la que Wenders era clave, la de Alicia en las ciudades, En el curso del tiempo, El amigo americano, El estado de las cosas, París, Texas, Tokio-Ga. Pero a partir de Hasta el fin del mundo, realizada en 1991 y título profético donde los haya, las cosas empezaron a torcerse, y luego a restablecerse, y a torcerse de nuevo. ¿Con que Wenders nos enfrentaremos, pensábamos al ir a ver El final de la violencia, El hotel del millón de dólares, Tierra de abundancia, Palermo Shooting o Todo saldrá bien? En 2D o en 3D, en analógico o en digital. Solo había una cierta certeza al enfrentarse con sus documentales, de Buena Vista Social Club a La sal de la tierra, de The Soul of A Man a Pina, el territorio que el cineasta alemán continúa explorando mejor.
Inmersión está en similar tesitura. ¿Qué puede haberle interesado a Wenders de la novela de J. M. Ledgard? ¿La posibilidad de seguir incidiendo en su visión de las diferencias y divergencias culturales y económicas en el mundo? ¿El acento sombríamente romántico de la relación entre sus dos personajes principales? ¿Una exploración distinta del terrorismo? Porque Inmersión es a veces muchas películas en una, o varios relatos en una sola historia. La ciencia y la tecnología, sobre todo lo segundo, son otras de las obsesiones del cineasta, así que inicialmente se encuentra cómodo con estos dos personajes que transitan por lugares exóticos o sofisticados, relacionándose de manera seductora y aprovechando la fotogenia y la química entre James McAvoy y Alicia Vikander.
Ella es biomatemática. Él es ingeniero hidráulico. Dos figuras acordes con el universo que Wenders ha diseñado a su medida, aunque con demasiados filmes imperfectos, desde que decidiera convertirse en un artista itinerante y recorrer por la tecnología-afectiva de la vida. Y dos actores que se suman también a ese ideario internacional que practica con coherencia. Ahora son McAvoy y Vikander, hace poco fueron Charlotte Gainsbourg, Rachel McAdams y James Franco, antes Sam Shepard y Jessica Lange, o Mel Gibson y Milla Jovovich, o Bill Pullman y Andie MacDowell, o Nastassja Kinski y Harry Dean Stanton. Atrás quedan sus rostros más icónicos en el contexto del nuevo cine alemán, los de Lisa Kreuzer, Rüdiger Vogler y Hanss Zischler. De la concreción a la alternancia. Eso también marca las épocas del cineasta.
Inmersión es una producción hispano-franco-alemana. Y tiene ese toque, ese look de coproducción europea hablada en inglés y ambientada en Somalia, el Atlántico francés y Groenlandia. Parajes ideales para que Wenders experimenté recursos fotográficos, colores y geología visual, a veces más interesante que el propio comportamiento de los personajes. Una historia ambientada en dos momentos, o en el presente que vuelve siempre al pasado, al momento en que él fue secuestrado por un grupo yihadista. Un relato que a veces quiere remitir a las películas fantástico-románticas pretéritas, tipo Sueño de amor eterno o alguna adaptación de Cumbres borrascosas, en las que los amantes desean –y consiguen– comunicarse a través del tiempo y el espacio. Un filme de personajes y de lugares, de rostros y fondos marinos, de espacios abiertos y privación de libertad, con un discurso político quizá discutible pero afín con lo que Wenders viene contando desde que el siglo XX empezó a expirar.
A favor: Sus dos actores y la forma a veces irreal en que transitan por los lugares.
En contra: El tono descompensado entre los diversos aspectos que trata.