Amor a dos bandas
por Alejandro G.Calvo"Nunca hubo historia más triste que esta, la de Julieta y su Romeo". Y, dado el irremediable poder de atracción de la tragedia romántica de William Shakespeare, el amor imposible entre los dos jóvenes procedentes de familias rivales no sólo ha tenido incontables adaptaciones cinematográficas, sino que su argumento se ha virado, disfrazado y transformado en otras tantas variaciones manteniendo la esencia de la relación condenada. Ya sea en la Checoslovaquia bajo ocupación nazi (Romeo, Julieta y las tinieblas. Jirí Weiss, 1960) o la Nueva York de los 80 donde se enamoran un chaval de Little Italy y una chica de Chinatown (China Girl. Abel Ferrara, 1987), la historia de Romeo y Julieta viaja inalterada por el espacio y el tiempo, sentándole muy bien la sustitución de los adinerados Capuletos y Montescos por bandas callejeras. La versión más famosa bajo ese prisma es, por supuesto, West Side Story, el musical de Bernstein, Laurents y Sondheim llevado al cine por Robert Wise en 1961. Ese es el principal modelo de los directores Adil El Arbi y Bilall Fallah. El planteamiento de Black, su segundo largometraje, es una suerte de West Side Story ambientada en el submundo de las bandas criminales del área metropolitana de Bruselas, sólo que sin canciones y bailes pero con hiperviolencia.
En vez de Jets y Sharks, en Black las dos partes del conflicto son los 1080 y los Black Bronx. Marwan pertenece a la banda de pequeños delincuentes marroquíes; durante una de sus estancias en comisaría, conoce a Mavela, que todavía lucha por encontrar su sitio en el clan de raza negra, donde también debe hacer frente a un asfixiante reglamento machista. Los problemas que encontrará la joven pareja no se limitan a la guerra entre las dos bandas, sino que también cuentan con el desprecio y maltrato que recibirán ellos mismos por parte de sus altamente jerarquizados grupos. En esos momentos es cuando El Arbi y Fallah demuestran su pulso inquebrantable para rodar escenas de violencia con crudeza y decisiones tan cuestionables (o, directamente, abyectas) como la filmación inclemente de cierta violación en grupo.
No es el único problema de perspectiva y puesta en escena que presenta Black –cuyos directores han conseguido convertir en trampolín para acceder a la industria hollywoodiense y, después de conquistar al superproductor Jerry Bruckheimer, ya están preparando la recuperación de la saga Superdetective en Hollywood con una nueva entrega–, pues la evidente diferencia con la que se retrata el ambiente de las dos bandas de criminales termina llamando la atención. Mientras que los robos y asaltos de los 1080 no dejan de aparecer revestidos por cierto aura de delincuencia romántica para enfatizar la cercanía con Marwan, los Black Bronx son retratados como auténticas bestias, tiznando la posición de Mavela de víctima absoluta, casi rehén de sus raíces; una dama en apuros que espera la llegada de un salvador. En ese sentido, por mucho que sus imágenes sean vibrantes y rápidas, Black no escapa de un conservadurismo muy poco edificante.
A favor: El nervio de la batalla campal en la estación de metro.
En contra: La crueldad sensacionalista y la xenofobia perceptible en la diferencia de tratamiento de las dos bandas protagonistas.