“Blockers” es catárticamente desternillante y singular; un imperdible periplo por el mundo del nuevo siglo.
La juventud y sus alrededores han sido abordados en el cine por diversos géneros cinematográficos a lo largo de los años. No obstante, tal problemática etapa de la vida pocas veces ha sido retratada con calidad. En tiempos recientes, los triunfantes han sido las influenciadoras ficciones coming-of-age— “Lady Bird,” “Call Me by Your Name,” “Raw” o “The Edge of Seventeen—”que llegan en formidable cantidad anualmente, dramas que exploran las diferentes facetas del desarrollo psicológico y moral de la persona: las inclinaciones profesionales, la maduración, el aprendizaje, las equivocaciones y, con mayor protagonismo, la sexualidad, la cual parece obnubilar muchas de las historias que llegan a las pantallas. Estas condiciones fisiológicas han sido más que esquilmadas por inocuas comedias americanas que el nuevo siglo fabrica a despropósito a través de premisas íntegramente burdas—-“American Pie—,” torpes y deliberadamente desviadas de lo que en verdad significa el despertar sexual, un cambio corporal o una situación clave que influya en la vida adulta. Y es que la comedia ha sido el género que más se ha aprovechado de este sub-género, con exigüidad pero vitalidad en donde lo que realmente sobresale son los derivados, no la esencia. El largometraje de Greta Gerwig proveyó un avance significativo en cuanto a su histórica emocionalidad se refiere, ahora Kay Cannon ejecuta algo parecido para la comedia, no exactamente por los medios, el rendimiento o el coming-of-age como principal eje, sino por el mejoramiento indiscutible de la gastada formula sobre el sexo usando como medio un enfoque enérgicamente abierto, millennial y fidedigno que no deja cabo suelto a la hora de armar una graciosísima locura paternal alrededor de una trama naturalmente hilarante que mantiene un ritmo imparablemente dinámico gracias a las magníficas interpretaciones, un guion inesperadamente inteligente y una exposición previsible abordada de una forma innatural dentro de este tipo de género.
El duo de guionistas Brian Kehoe y Jim Kehoe firman uno de los más lucidamente ocurrentes y privilegiadamente desarrollados guiones de comedia viniendo de una major de lo que va del año. No se discute que el tema central, mas no principal, es potencialmente sugestivo, en todos los sentidos de la palabra, sin embargo, la sorpresa verdadera es el enfoque empleado para narrar esta divertida historia. Una de las mayores fortalezas que le hace ganarse la empatía de casi todo el público es que esta comedia clasificada R resulta fácilmente identificable, bien sea en rol de padre o hijo, tal identificabilidad facilita la conexión entre bando y bando para así desdoblar el relato con plena confianza y fluidez; lo que sea que vaya a ocurrir, la audiencia ya está en un estado de afable predisposición. Partiendo de esa gran base, consigue otro importante soporte: su capacidad para jugar con las bajas expectativas que ya muchos ponen en este tipo de productos fílmicos. No voy a mentir, me sentí sinceramente sorprendido al escuchar la recepción del filme en el SXSW Film Festival, un acto que por ende multiplicó mi interés por ver de qué estaba hecho este anómalo filme. Y el aniquilamiento de esas expectativas reside en un guion de envidiable certeza, nuevamente, no por su bragado pathos sino por las herramientas con las que se vale para relatar una historia sobre el sexo, una que sobrepasa sus propios límites hasta enfocarse en las fibras de la maternidad y paternidad moderna, la aceptación, la madurez, la comprensión, la sobreprotección, la sexualidad, la tolerancia, el perdón y la amistad. El sexo es el innegable McGuffin que disimuladamente sirve para desarrollar la trama y todas las situaciones que componen esta chispeante idea. Estas usan como alicientes temas que corresponden ineludiblemente a la actualidad, y es precisamente eso lo que la hace tan especial y prendadora, que tú mismo, tu amigo o vecino pueda protagonizar la película: hay padres divorciados, madres solteras, personajes homosexuales, juegos sexuales, jovencitos “cocineros” y muchachas reprimidas; hay diversidad y ahí se halla la riqueza argumental. Es más que digno destacar la manera y el ritmo en que aborda la comedia a pesar de la fuerte presencia de slapstick y dialogo descacharrante, nunca se obliga a los actores a sobreactuarse de la manera en la que lo hacen las naturalmente graciosas Melissa McCarthy o Kate McKinnon, el tono va más en la línea de las actuaciones de Amy Schumer o Rachel McAdams. Las situaciones cómicas nunca se estiran como generalmente se acostumbra hoy en día en el género, estas llegan hasta donde deben por el camino en que deben con un tino afortunado y una consistencia abrumadora a lo largo de todo el metraje. SI bien no queda impune de unos pocos clichés, más del 90% de la historia se narra de forma complacientemente ingeniosa ya que son los padres quienes se roban el protagonismo en esta teen comedy, son los progenitores el principal motor que hace de este filme una experiencia imperdible, son sus siempre indeliberadamente desternillantes y funcionales one-liners y gags visuales los que hacen de este filme una de las joyas cómicas que mejor representa los tiempos en los que vivimos. Eso, como joven, se los ratifico.
Había dejado ya pequeñas pistas de su aptitud actoral el exculturista, rapero y luchador profesional John Cena con cortas participaciones en cintas como la ácidamente romántica “Trainwreck” de Judd Apatow o la inexplicablemente redituable “Daddy’s Home” de Sean Anders, sin embargo, es en uno de sus pocos roles protagónicos en donde es posible observar de cerca la bestia cómica que este hombre de proporciones envidiables mantiene en secreto. Junto a él, regresa empoderada y mejor que nunca una encantadora Leslie Mann a la que hace mucho, mucho tiempo no se le otorgaba un papel a la altura de los de sus años dorados en “The Other Woman” o “Little Birds.” Es bueno verla de nuevo en una cinta de dicha calidad, manejando un delicioso balance entre la naturalidad y la exageración por medio de Lisa, un personaje excelentemente trazado a la que por sorpresa no se le pinta como la típica madre solterona que fallecerá en una bañera con sus miles de gatos comiendo su cabello— aunque literalmente lo diga. — Mann fácilmente se ajusta al trio de padres desesperados, dándole un matiz especial tanto al grupo como a su personaje mediante una sinceridad y fuerza desbordante en pantalla; una gran satisfacción ver como una de las grandes regresa recargada. Ahora, a Ike Barinholtz sí que se le ha visto presente últimamente en comedias de los grandes estudios (“Sisters”, “Neighbors” o “Central Intelligence”). Gracias a su largo trayecto alternando en la serie “The Mindy Project” y dicho catálogo, el actor ha dado con su propia nota y ha sabido cómo explotarla de la manera adecuada. Esta vez interpreta a Hunter, un padre divorciado al que todos conocen por serle infiel a su esposa con una niñera y por ser una pésima figura paternal. Aunque en un principio su personaje se convierte en una especie de retenedor para la historia, minutos después trasmuta en un encantador catalizador para que la feroz chispa emerja y fluya sin obstrucción alguna; el actor americano permite las actuaciones del grupo y facilita que la historia se unte de un aire inesperadamente humano, sentimental y finalmente enorgullecedor. En cuanto a los interpretes juveniles, una lanzada Kathryn Newton, una sorpresiva Geraldine Viswanathan y una reprimidamente interesante Gideon Adlon lideran y manipulan a su gusto este pacto sexual, las tres impregnan energía y veracidad a cada uno de sus personajes, los cuales están adecuadamente relacionados a la realidad, pues mientras una intenta luchar por romper su hilo de inocencia, la otra busca la manera de decidir su preferencia sexual, mientras una se emborracha locamente, la otra sueña con pétalos de rosa; cada actriz nivela las cargas y disimuladamente potencia su encanto, dándole un doble impulso y manteniendo un timing imparable, enteramente entretenido y abiertamente moral.
Técnicamente, el filme de Cannon no supera a su más reciente y directa competencia “Game Night,” un rival o aliado trazado ni por la temática o la exposición, pues mientras una se basa en el contenido escatológico para construir la mayoría de su humor la otra se concentra en el humor de situación para construir sus hilarantes giros de tuerca, sino porque ambas componen la corta lista de las cintas cómicas de estudio más divertidas y refrescantes de lo que del año. La película de John Francis Daley y Jonathan Goldstein ponía especial esmero en un soundtrack inusual, una puesta en escena agradable y un exagerado pero inmersivo juego de percepciones a nivel narrativo, en cuanto a “Blockers,” el mejor halago a nivel técnico corresponde a una excelente labor de edición— a excepción de los evidentemente implantados vómitos —y montaje, la cual consigue mantener el ritmo caliente y a todo motor durante todo el metraje, nunca se siente incansablemente larga y un par de secuencias merecen aplauso continuo gracias a un peculiar pero nada revolucionario trabajo musical de Mateo Messina. No se le refuta ser cine de serie B aun viniendo de un Hollywood que utiliza lo necesario para proveer una gran función de chistes y enseñanzas que van desde lo abiertamente obsceno hasta lo íntimamente incómodo.
Imparablemente ocurrente, narrativamente ligera e inteligente e interpretativamente carismática y llamativa; “Blockers” de Kay Cannon dispersa sus debilidades gracias a un medido y magnifico elenco y un inusual guion, usándolos para levantar un largometraje innegablemente coetáneo, no necesariamente por la presencia de teléfonos inteligentes, redes sociales y emoticones, sino por el tratamiento orgánico y fidedigno que se aplica sobre la historia, exhibiendo actitudes congruentes y coherentes a un siglo XXI en el que, sorpresivamente, la moralidad y la amoralidad se mantienen de pie frente a los sentimientos. Poco hay que refutarle a esta comedia de Universal Pictures que activara constantemente la comisura de tus labios y tu más perverso sentido del humor; una oferta que sobresale dentro de tantas por su honestidad y correcta adaptación sobre la generación del milenio a través de un prisma de mente abierta. Un gran avance para la políticamente incorrecta comedia de gran estudio, un ejemplo con el que se debe aprender y entender, no emular y malograr.