La soledad del corredor de fondo
por Paula Arantzazu RuizEntre cambio de pañales, hacer de recepcionista de un apartamento turístico y otros trabajillos, Nico trata de ganarse la vida mientras aspira a conseguir ese papel soñado en la televisión por el que se ha mudado a Nueva York. Es una historia que a muchos de nosotros y nosotras nos suena –la del emigrante, sea de clase media o de clase trabajadora, que se cruza medio continente en busca de un futuro mejor–, y es la que cuenta en Nadie nos mira la argentina Julia Solomonoff con el fin de interrogarnos sobre todos estos esfuerzos para conseguir hacer realidad un sueño que tal vez no necesitamos para ser felices.
El protagonista de Nadie nos mira, un Guillermo Pfening muy sólido, se autoexilia tras una ruptura amorosa y pensando que el mismo éxito del que goza en Buenas Aires va a repetirse en Estados Unidos, pero lo que Solomonoff muestra en pantalla es un hombre anónimo perdido en una urbe en ebullición, donde hay exceso de gente y donde nadie piensa en el otro. Para hablar de esas falsas esperanzas y esa soledad del corredor de fondo, la argentina opta por un relato que a lo largo de un año sigue al protagonista en su día a día, en su entorno y haciendo frente a diversas circunstancias, alegres y, las que más, agridulces; una narración de tono naturalista que trata de huir de los retratos más obvios y de los subrayados afectados, y que busca la interpelación del espectador constantemente a pesar de la distancia de la cámara con el protagonista. El dispositivo de lejanía sirve precisamente para mostrar que Nico puede ser cualquiera de nosotros o nosotras, enfrascados en un viaje de supervivencia que, a la postre, acaba convirtiéndose en uno de autoconocimiento.
A favor: El naturalismo con el que juega Solomonoff y su actor protagonista, Guillermo Pfening.
En contra: Que la distancia con el personaje a veces está demasiado marcada.