Nos situamos en un pueblecito francés, en 1915. La Primera Guerra Mundial ha vaciado de brazos masculinos los campos, y las mujeres deben sacar adelante las cosechas, las granjas y la angustia de la espera de permisos y noticias. La película se centra en la finca de Hortense, una mujer mayor con dos hijos en el frente y un marido en casa, pero incapacitado. La veremos ejercer de campesina, de granjera, de contable, de comercial, de empresaria, de madre… y un poco de arpía.
Las dos horas y cuarto de metraje son una reposada alternancia entre labores agropecuarias y escenas humanas propias de un momento tan difícil como el de las consecuencias de la Gran Guerra también lejos de las trincheras. Hortense es una heroína, pero incluso ella necesita ayuda, y así emerge en la pantalla la otra pata narrativa del banco: Francine, una labriega de 20 años a quien Hortense contrata, y que se va a convertir en una trabajadora ejemplar y un estupendo personaje.
Por ‘Las guardianas’ desfilan también los tres hijos de la familia: Solange, la hija, que vive y trabaja en la casa con su marido en el frente; Constant, hijo mayor y profesor de la escuela antes de ser llamado a filas; y Georges, hijo menor también en combate. Conoceremos además a Clovis, marido de Solange, y a su hermanita. Siempre con Hortense y Francine como conductoras del relato, y con las vacas y el trigo como personajes de gran presencia escénica, avanzaremos así hasta 1920, cuando la guerra se haya terminado, pero sus efectos sean indelebles.
No es una película que te levante de la butaca ni que te inflame el corazón; al contrario, es una historia dura y lenta que te exige paciencia durante su visionado, y que te deja los biorritmos a bajas revoluciones. No sonríes una sola vez durante más de dos horas, no hay margen para ese tipo de concesiones, pero es una historia coherente con el momento y lugar en que te sitúa, y está bien planteada y desarrollada. No es cine disfrutón, pero sí es buen cine. Probablemente habría sido mejor experiencia inmediata ver ‘Tully’ o ‘El orden divino’, las otras dos opciones que había manejado (porque nadie cerca me programaba ‘Nadie nos mira’, propuesta más atractiva para mí entre los estrenos de esta semana), pero sé que ‘Las guardianas’ me dejará más poso conforme pasen los días. No lamento mi elección.
El punto fuerte de la película, sin duda alguna, se sitúa en el terreno ornamental que cada vez valoro más, y es su composición pictórica. En ese sentido, es un festín visual, ya que el realizador deja su sello con una colección de encuadres sostenidos que se convierten en auténticos cuadros de museo. Si fuera exhibidor, le pondría un marco a la pantalla para las proyecciones de ‘Las guardianas’, el gasto y el esfuerzo estarían bien empleados para convertir la sala en una galería durante dos horas.
Hay distintas escenas, además, de ésas que ya en el momento en que las ves sabes que se van a quedar en tu recuerdo. Particularmente, me encantaron dos en concreto:
– Una, el plano en que Constant se marcha de la finca tras su permiso, de vuelta a la guerra. Le vemos alejarse andando por el camino, y cuando ya se convierte en una miniatura allá al fondo, entra en el encuadre la cabeza de su madre que lo ve partir con el corazón encogido. Suena a algo más que una despedida común…
– La otra acontece muy cerquita del final, y es aquella en la que Francine abandona el recinto de la iglesia del pueblo a bordo de un coche de caballos, y se queda mirando a Hortense sin decirle nada con palabras, pero todo con los ojos. Difícil expresar tanto sin abrir la boca.
En mi condición de friki del cine, no puedo dejar de destacar otra secuencia que me llamó poderosamente la atención: la llegada de un tren a la estación de la ciudad. Si la primera escena en que un tren con soldados llega a la estación del pueblo no es un homenaje a la famosa peliculita de los hermanos Lumiere, que venga dios y lo vea. La posición de la cámara, la inmovilidad con que capta la llegada del tren desde que es pequeñito hasta que se nos echa encima, los movimientos de quienes esperan en el andén… Si no es un guiño a los inventores del cinematógrafo, que se ande Beauvois con ojo, porque le pueden acusar de plagio.
El aspecto ornamental, en definitiva, es esencial en esta película, es una parte con muchísimo peso. Quien no vaya a gozar con los encuadres, la lentitud que ellos conllevan, y la atmósfera que todo ello propicia, haría bien en buscar otras opciones. Quien quiera asistir a un híbrido entre película de cine y exposición de museo, que diga OUI a ‘Las guardianas’, y que lo haga con la misma convicción con que Francine va regalando sus síes a lo largo de la historia.