Neorrealismo absurdo
por Quim CasasEntonces quizá no lo pareció, pero la aparición en 1999, al final del milenio, de un filme como Juha, rodado en blanco y negro y mudo, supone ahora, con la perspectiva que da el tiempo, una especie de punto y aparte en la fértil andadura de Aki Kaurismäki. Desde entonces solo ha dirigido cuatro largometrajes (además de varias aportaciones a películas colectivas), y en estos cuatro títulos, Un hombre sin pasado, Luces del atardecer, Le Havre y el que ahora nos ocupa, El otro lado de la esperanza, el desencanto del cineasta ante el mundo que le rodea es aún superior que el evidenciado en títulos de los ochenta y noventa como Ariel, La chica de la fábrica de cerillas, Contraté a un asesino a sueldo, La vida de bohemia o Nubes pasajeras.
No es que haya una ruptura radical ni mucho menos entre unas y otras películas, entre una y otra década, pero la mirada de Kaurismäki hacia un mundo violento y escasamente solidario es más acre, eso sí, sin perder un ápice de su particular sentido del humor. Aquí queda cristalizado en casi todas las secuencias que atañen al viejo restaurante que el protagonista intenta restaurar llegándolo a convertir, con penosos resultados, en un sushi bar después de haber sido representante de la cocina de fusión: básicamente una lata de sardina sobre un plato con dos patatas hervidas al lado (minimalismo gastronómico según el chef Aki).
Hay menos tangos finlandeses y más jukebox internacional, con blues finlandés e instrumentales sirios; incluso un gran retrato de Jimi Hendrix preside el local. Pero todo en El otro lado de la esperanza respira ese inconfundible aroma, mitad naif, mitad neorrealista, pero también cómico y absurdo, entre el slapstick y la morriña acristalada de los países donde apenas sale el sol, del cine puro de Kaurismäki. Y no es menos importante que haga de nuevo acto de presencia –como en Le Havre– el tema de la inmigración ilegal, y como ésta da paso a la solidaridad, que es en lo que se vuelca el director para seguir atisbando un poco de esperanza en un mundo que se desvanece y al que hay que cuidar con algo de alcohol y mucho de películas como esta, tan triste como divertida y deliciosa.
A favor: su tono entre absurdo y melancólico, divertido y solidario.
En contra: casi nada si uno conecta bien con el peculiar universo del finlandés.