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    La tortuga roja
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    La tortuga roja

    La soledad y el silencio

    por Quim Casas

    Esta película de prodigiosa animación pasará quizás a la historia por ser la primera producción de los estudios Ghibli –aunque también están en la financiación las compañías francesas Wild Bunch, Why Not y CN4, además de la cadena Arte– realizada por un cineasta occidental. La firma creada por Miyazaki y Takahata acepta así otras miradas. Y lo hace por partida doble, ya que el director Michael Dudok de Wit es holandés afincado en Gran Bretaña y la coguionista del filme es la francesa Pascale Ferran, directora de la excelente Lady Chatterley.

    ¿Cruce de culturas además de intereses y modos de entender la animación? De todo un poco, pero lo importante es que el cruce, la mezcla, la mescolanza, da muy buenos réditos y opciones diversas. Así lo demuestra cada una de las escenas de esta especie de (solo en principio) revisión del drama de Robinson Crusoe y otros náufragos en islas solitarias. El protagonista humano de La tortuga roja no tiene un Viernes con el que dialogar, discutir y disputar, sino el quelonio que da título a la película, cuyo caparazón rojo sobresale sobre las líneas plácidas y azuladas del océano inmenso.

    El hombre construye una balsa de troncos para escapar de la isla. La tortuga boicotea ese acto para que siga permaneciendo junto a ella. Podemos pensar en el relato de Daniel Dafoe, en la novela corta de Hemingway sobre el viejo y el mar, en mil y una historias fantásticas y asombrosas –en libros, cómics y filmes– donde la inmensidad acuosa, y lo que habita bajo ella, se convierte en protagonista de excepción.

    Pero La tortuga roja va por su lado. A pesar del mecenazgo de Ghibli y de tener algún punto en común con títulos como La tumba de las luciérnagas, el empleo del color y del trazo de línea clásica, línea clara en el sentido que le hemos dado siempre a los cómics de la escuela franco-belga, define por sí mismo un universo propio en el que su director ha empleado casi diez años de costoso trabajo. Es una fábula repleta de simbología –pero no recargada de ella– que se construye de manera concluyente sobre la imagen.

     ¿Cuántas películas animadas de los últimos años, incluidas algunas meritorias muestras de Pixar, no se han apoyado tanto o más en la convención del diálogo y de la música que en la textura de sus fondos y movimientos? Dudok de Wit ha prescindido por completo de diálogos –no de música–, lo que refuerza el posible carácter de parábola del relato, ya que la imagen siempre nos hará dudar más que la palabra, y propone diversas explicaciones de carácter racional, aunque muy ambiguas, cuando la tortuga muda su caparazón por la cabellera cobriza de una mujer y el náufrago se enfrenta con unos miedos distintos a los que tuvo al recalar en la isla.

    A favor: las interpretaciones que provoca y la elaborada sencillez de su animación.

    En contra: cierto tono de metafísica fantástica solo en sus últimos compases.

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