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    Dilili en Paris
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Dilili en Paris

    Una flâneuse en el corazón de la Belle Époque

    por Paula Arantzazu Ruiz

    Las siluetas chinescas y los fondos coloridos han sido marca de la casa del cineasta de animación Michel Ocelot, conocido por Kirikú y la bruja (1998), Los cuentos de la noche (2011) o Ivan Tsarévitch et la princesse changeante (2016). Y como ya hiciera en Azuer y Asma (2006), en su último largometraje, Dililí en París, apuesta por la mezcla de técnicas (fotografía para los fondos, dibujo en 3D para los personajes y perfiles en 2D en algunos pasajes, etc.) para continuar fiel a ese estilo visual delicado y preciosista, abundante en detalles pero nada barroco, con el objetivo de llevarnos al París de la Belle Époque, de las grandes exposiciones universales al arte modernista, para retratar una capital faro del mundo, con sus logros y sus contradicciones.

    Dililí en París arranca, de hecho, con la postal de un “zoo humano”, espectáculo habitual en esos primeros compases del siglo XX, para presentarnos a la heroína de la historia, la pequeña Dililí, originaria de Nueva Caledonia y decidida a “observar a los franceses del mismo modo que ellos le han estado observando a ella”. Una verdadera flâneuse (con todo lo que el término implica) que, junto a su amigo Orel, nos invita a recorrer con ánimo subversivo entre lo cortés y lo encantador las calles de la ciudad de la luz y a conocer a los grandes nombres del arte (Picasso, Suzanne Valadon, Alfons Mucha, Rodin), la literatura (Colette, Prosut), la música (Erik Satie, Claude Debussy, Emma Calvé), el cine (los hermanos Lumiére, Méliès), las artes escénicas (Sarah Bernard) y la ciencia (Marie Curie, Louis Pasteur).

    El despliegue de nombres propios en Dililí en París es, en este sentido, una gozada, porque lo que podría haber sido una mera enumeración de personalidades se convierte en un sustrato educativo muy valioso, que nos recuerda el complejo entramado de conocimiento que se tejía hace ya más de un siglo en esa ciudad. Ocelot, además, es un muy elegante incorporando estos cameos a la historia principal y ninguno aparece como gratuito o excesivo, ya que todos ayudan a que avance la trama (la desaparición de varias niñas, secuestradas a manos de la peligrosa banda de los Maestros Alfa), sea indicando a la protagonista una pista que seguir, una idea o brindando otro tipo de apoyo. Un carrusel de personajes, en suma, que se va incorporando a la historia del filme como fichas de un puzle en resolución.

    Dililí en París es, por último, mucho más que un grácil pastiche fílmico que homenajea los momentos más brillantes del París modernista, e incluso mucho más un filme sobre la importancia de la emancipación de la mujer, altamente educativo en lo que a violencia contra la mujer se trata. Porque desde una asumida posición de humildad, Ocelot ha vuelto a firmar una hermosa película que contiene ideas y valores formidables, desde cuestiones más filosóficas como la construcción de la mirada a otras de ánimo ético como las relaciones igualitarias o el cuidado entre pares.

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