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    Happy End
    Críticas
    3,5
    Buena
    Happy End

    El discreto encanto de la burguesía

    por Quim Casas

    Como ha ocurrido un poco con La cámara de Claire en el contexto reciente de la filmografía de Hong Sang-soo, Happy End viendo siendo vista desde su proyección en Cannes-2017 como una obra menor, cuando no un filme deficiente, o no logrado, en la obra de Michael Haneke. ¿Es así realmente? ¿Vamos a considerarla una película discreta o insuficiente solo porque parezca condensar en sus 110 minutos de metraje casi todos los temas y motivos visuales del cineasta alemán de origen austriaco sin aportar cosas nuevas? Todo cineasta, de Ingmar Bergman a Michael Mann, de Pier Paolo Pasolini a James Cameron, de Fritz Lang a Michael Bay, tiene el derecho a realizar una película que condense o recapitule lo que para él resulta más significativo de su obra. Además, Haneke no ha tenido problemas en rodar un remake estadounidense plano por plano de uno de sus filmes más decisivos, Funny Games, así que no vamos a ponernos ahora muy severos y distinguidos porque con Happy End haya hecho una suerte de perverso divertimento de varios de los motivos principales de su estilo. 

    ¿No tiene la virulencia de El video de Benny, 71 fragmentos de una cronología del azar, la citada Funny Games o La cinta blanca? Eso es incuestionable. ¿Es menos radical que cualquiera de estas o que de Código desconocido, La pianista y Caché? También. ¿Nos sorprende menos? Cierto. Pero no olvidemos que El tiempo del lobo, una de sus obras más perturbadoras, pasó en su momento con más pena que gloria. Igual de aquí unos años urge una reconsideración de Happy End, una película que nos inquieta a la vez que nos divierte, como pasa casi siempre con los retratos agrios de la clase burguesa. Haneke está más cerca del Buñuel de El discreto encanto de la burguesía que del Berlanga de la saga de los Legineche o del Renoir de La regla del juego, aunque también horada con tino la diferencia de clases como lo hacía el cineasta francés: la hija de la sirvienta marroquí de la acaudala familia protagonista es mordida por el perro que ladra sin parar en los dominios de la exquisita y prohibitiva villa de Calais donde transcurre casi toda la acción. 

    Ni son discretos ni son encantadores, pero me gustaría pensar que al director de La edad de oro le hubiera gustado este retablo de familia burguesa y disfuncional con patriarca que quiere suicidarse (Jean-Louis Trintignant), hija que hace lo que puede por dirigir la empresa familiar y controlar la conducta de su descarriado e inmaduro retoño (Isabelle Huppert), hijo que se ha divorciado una vez, se ha vuelto a casar y mantiene encendidas relaciones a través del mail con una violonchelista (Mathieu Kassovitz) y demás personajes de esta fauna burguesa. Huppert encarnó a la hija de Trintignant en la anterior Amor. Además, hacia el final del filme, el anciano le explica a su nieta Eve, la hija de Kassovitz para la que el suicidio es también una solución (así las gasta Haneke), que tras cuidar durante tres años de su esposa, afectada de una enfermedad terminal, decidió ahogarla. ¿Es Happy End una continuación de Amor? Para nada. Es más bien un guiño muy orgánico que Haneke dedica a su propia obra, ya que el personaje de Kassovitz no existía en la película precedente ni la aquella familia tenía empresas y propiedades en Calais. 

     Haneke continúa fiel a sí mismo y me inclinaría a pensar que aquí incluso se ríe de sí mismo. Pero todo sigue pareciendo igual de perturbador, aunque en un tono distinto al de Funny Games: la conversación de Trintignant con un grupo de jóvenes de raza negra de la que no oímos nada, aunque imaginamos que les está pidiendo que le ayuden a morir; la mirada siempre extraviada de la pequeña Eve, un cuerpo extraño en un organismo viciado; la manera en que comprende la expresión risueña de su padre cuando habla con su amante por el móvil después de haberle dicho que era una llamada del hospital en el que trabaja; la forma en que Huppert y su prometido (Toby Jones) entrelazan sus manos tras un acuerdo económico que salva su empresa; la paliza que recibe el hijo de Huppert en plano general largo; el derrumbamiento de parte del muro de contención de la obra que está realizando la empresa de la familia; los mails que se escriben Kassovitz y su amante, y esa declaración absoluta cuando ella le dice que es feliz de entregarle el corazón, el culo y el alma: devoción, sexo y trascendencia, los pilares desequilibrados de una relación tan esquiva como lo son todas las de esta familia por la que, quizá, sintamos tanta compasión como repulsa.

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