Filmar el movimiento político
por Gonzalo de PedroVuelve a las pantallas uno de los cineastas esenciales del cine contemporáneo en España, Pere Portabella, quizás uno de los pocos que ha entendido y practicado el cine como una herramienta política y artística de conocimiento, dialogo e intervención en el mundo. En 1976, Portabella estrenó Informe general sobre algunas cuestiones de interés para una proyección pública, una auténtica fotografía de la entonces incipiente Transición de la dictadura a lo que creíamos que sería una democracia. Una película importante en su momento y esencial ahora, casi imprescindible, por la perspectiva que otorga el tiempo, para entender todo lo que estaba en juego en aquel momento, y qué se ha quedado por el camino.
Informe general II comparte con su primera parte la voluntad de retrato de algo que es, en esencia, difícil, si no imposible, de retratar: ni más ni menos que un proceso de cambio, un terremoto, un nuevo orden. ¿Alguien es capaz de filmar un deslizamiento de tierras en el momento en que se produce, sin aferrarse a nada, manteniendo firme la cámara, y esperar que el retrato no salga movido? Como en los anuncios publicitarios que venden tratamientos milagrosos, los cambios se retratan siempre muy fácilmente con un antes y un después, pero, ¿y el durante? Ese es el reto que afronta la nueva película de Portabella, acompañar y entender un cambio en el preciso momento en que se produce, y sin saber bien hacia dónde se dirige.
La película, que se presentó en el Museo Reina Sofía, y se acaba de estrenar internacionalmente en el prestigioso Festival de Rotterdam, ha sido recibida con frialdad, cuando no con agresividad, y acusada de sectaria, parcial, propagandística y simplista. Para quien esto afirma, y siendo consciente de la necesidad de verla de nuevo, la película supone un ejercicio más que fascinante de un cine que trata de entender el presente en relación al pasado, pero sobre todo en relación al futuro: a lo que no se ve, ni se puede filmar. Y si en algo parece acertar la peícula, y no es poco, es en haber entendido que el proceso de cambio al que se enfrenta España, es mucho mas que un simple relevo político, un recambio de caras en los telediarios, y que supone un auténtico terremoto a gran escala y quizás más sordo de lo que parece. Es por eso que la película se extiende desde el ámbito de la institución museística, como artefacto decimonónico obligado a repensarse a si mismo y su relación con el mundo, a la politica, los movimientos sociales, e incluso la ciencia. Porque el cambio, tal y como lo sugiere Portabella, es horizontal, transversal y global, y se mueve trazando círculos alrededor de las antiguas estructuras de organización del poder y el pensamiento.
Es por eso que la película, que para algunos es deslabazada, recurre de forma inteligente a una cámara que se mueve en círculos, tratando de filmar todos los aspectos de esa nueva realidad. Frente a uno de los primeros planos de la película, un travelling longitudinal, con el que Portabella retrata la mesa del Patronato del Museo Reina Sofía (a la sazón, co-productor de la película) como un espacio de poder vertical copado por la oligarquía, los poderes fácticos, económicos, del antiguo orden, el movimiento que define eso que está por definir es es giro circular que trata de abarcar y entender, de integrar, y acabar con las viejas dicotomías dentro-fuera, arriba-abajo, instituciones vs. ciudadanía, público vs. común, e incluso viejo-nuevo.
A favor: Su innegable voluntad de acompañar, filmar y entender algo que se mueve y que no sabemos dónde, cómo ni cuándo acabará.
En contra: Que sea recibida con agresividad o desprecio, y no como una invitación a pensar sobre nuestro presente.