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    Detroit
    Críticas
    3,5
    Buena
    Detroit

    La noche más oscura

    por Manuel Piñón

    Tienen que hacerse todavía muchas películas para que Estados Unidos haga las paces consigo misma. Su historia es la de un país nacido de un genocidio, construido sobre los cimientos de la esclavitud y enfrentado todavía hoy a la paradoja de ser emblema de libertades y máximo ejemplo de sociedad racista. Por su compromiso como cronista en esta segunda fase de su filmografía, Kathryn Bigelow ha querido que su nuevo filme cubriera gran parte de esa enorme mancha blanca que cubre la memoria de toda una nación. De esta forma, y tomando un episodio insuficientemente recordado, mete los fantasmas de este conflicto en el pequeño motel en el que estaba un grupo de jóvenes negros arrestados y hostigados ilegalmente por tres policías blancos. Fue una noche de julio hace 50 años en Detroit. Sorprende que nadie hubiera decidido contarlo antes. O no. 

    Debería haber sido suficiente para que Bigelow tuviera la película que Spike Lee o Ridley Scott no llegaron a firmar nunca y hoy no habrían sabido hacer. Ella no es tan tendenciosa como sus colegas y además cinematográficamente resulta mucho más estimulante. Al estilo reportajeado de En tierra hostil y La noche más oscura ha añadido en Detroit el factor humano, la empatía y la compasión que en aquellas crónicas periodísticas obviaba por exigencias de las misiones. (Por cierto, qué curioso que algunos de sus títulos anteriores –los mencionados además de Días extraños o Near dark– sean tan adecuados para su estreno más reciente). 

    Haciendo suya esta deuda histórica, Bigelow no ha sido impermeable al sentido de la responsabilidad. Ella, que fue una directora a la que acusaron de –y menospreciaron por– primar la forma sobre el fondo, ha puesto su depuradísimo y adrenalínico estilo al servicio de la reconstrucción. Se ha entregado a sí misma un testigo con el que nadie estaba corriendo para hacernos a todos partícipes de una noche de autos terrible, tenebrosa, tan oscura que no conoció la luz ni los taquígrafos. Consigue que contemplar cómo tres agentes de la policía local acosan y violentan a un grupo de chavales inocentes por el mero hecho de ser negros y estar en el lugar equivocado se convierta en una de las experiencias más indignantes y asquerosas del cine reciente. Hay que ser una persona con unos valores muy sólidos para comprometerte a trabajar en una tarea tan ingrata e incómoda como esta recreación. Eso va por Bigelow, pero también por todos los actores implicados, con mención especial para el “equidistante” John Boyega y en especial Will Poulter, que borda un personaje-sanguijuela, de esos que te roban la humanidad por cada segundo que lo interpretas. 

    Si todo se hubiera quedado en esa hora y algo de encierro atroz, estaríamos hablando sin duda de uno de los filmes más destacados del año. Sin embargo, en Detroit hay varias películas más. La primera es un corto que resume en apenas unos minutos y gracias a los cuadros de Jacob Lawrence cinco siglos de esclavitud en EE UU. La segunda, una prodigiosa y brutal inmersión en los disturbios derivados de la lucha por los derechos civiles a finales de los 60. Y, además del acto que escenifica lo sucedido en el Motel Algiers, una cuarta que cumple con ciertas convenciones del cine judicial. Por separado todas están a la altura del cine de Bigelow, se sostienen ante sus mejores películas. Ante la comparación, sólo una de ellas es verdaderamente excepcional. Kathryn Bigelow, que ya ha desactivado bombas a cara descubierta y coordinado a un grupo de marines en la operación más difícil de sus vidas, podría haber hecho su obra maestra si no la hubiera emparedado entre todas las películas que su país todavía necesita para recuperar la memoria y reconocerse en el espejo de su historia. 

    A favor: Bigelow es una maestra generando (y dosificando) la tensión en el tramo climático de la película. El compromiso del reparto con la historia. Especialmente Will Poulter en un papel que le coloca a la cabeza de su generación. 

    En contra: El acto final del juicio resulta farragoso e inconexo, hace que se diluya la parte esencial de Detroit y no aporta nada que no pudiera aprenderse con unas leyendas finales.

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