Una canónica clase sobre elaboración de personajes, interpretaciones y dirección
Tengo secuelas. Acabo de presenciar uno de los largometrajes, narrativamente hablando, más intensos que, sorpresivamente, no requiere de paisajes parisinos o fotografías delicadas para ser, sin esfuerzo, la más acida propuesta fílmica en muchísimo tiempo, una que incorpora un drama tan potente y un humor negro tan caustico que te posiciona como voyerista del dolor ajeno, una actividad truculentamente placentera.
Sin hesitación, las mayores fortalezas de este magnífico trabajo están en su guion. La trama nos emplaza directamente en el meollo del asunto: tres poligonales y anticuadas vallas publicitarias que servirán como instrumento depurativo para los personajes y la audiencia. Un argumento escuetamente picante como este debe ser reputado como todo un logro narrativo, pues a raíz de un trágico acontecimiento, una madre ahogada en la pena y su voraz deseo de justicia serán los mecanismos perfectos para ejecutar maniobras finamente encadenadas, priorizando un realismo argumental que mantendrán el interés a flor de piel. Continúo seriamente turbado por este fascinante, dinámico y vigorizante guion; bastante tiempo ha trascurrido sin que a la superficie llegue un guion, de naturaleza americana, con un nivel de humanidad y complejidad moral tan sobresaliente como lo es la soberbia obra de Martin McDonagh, quien además de dirigir, se acredita como absoluto responsable de esta purga emocional. Gracias a este hombre el mundo ha podido disfrutar de momentos que sobrepasan lo épico, situaciones cumbre que permiten a cada interprete lucirse demostrando el talento mayúsculo que poseen, sin caer en la vergonzosa exageración. Mientras una interesante y ambigua moralidad recorre cada uno de los rincones de la historia, factores como la superación, la culpabilidad y la pesadumbre componen el despliegue de la inmisericordia humana, planteando paralelismos cautivadores que hacen de esta una experiencia re-visitable y laudable hasta el cansancio. Y es que parte que lo que hace sentir al guion tan cercano y real son sus caracteres, mimesis plausibles del humano, y por imitación me remito al instinto más básico de la tragedia: retratar de manera elevada la vida del héroe, sus complicaciones, sus detrimentos, sus victorias; la variable es que aquí se entremezclan los propósitos de la tragedia y la comedia. La película habla de cuestiones jugosas desde perspectivas conocidas pero presentadas de maneras inusitadas: la injusticia, la corrupción policial, el duelo provocado por la muerte, la sepultación del pasado, las consecuencias de las acciones, el peso de la conciencia, el poder de los medios, la ignorancia, el egocentrismo y el perdón se condensan en una crítica incisiva de hora y cincuenta y cinco minutos que, aun cuando ventila un sinfín de mensajes y tristes realidades, se ve magistralmente potenciada y justificada por ensamblajes coherentes y funcionales que permiten, irónicamente, hallar la verdad a través de la ficción, una que parece estar malformada y satirizada, sin percatarnos que esa “irregular y graciosa sátira” es nuestro planeta tierra, se llama humanidad, y tú y yo mi querido amigo, tenemos una posición importante en el tablero de juego. Para aquel que ya haya visto el filme, tendrá claro que las tres grandes estrellas desfilan por pantalla con un tiempo casi que milimétrico, ganándose al público avanzados los primeros minutos. Por respeto y honor, se debe iniciar con la matrona y ya glorificada Mildred. Últimamente, reproches sacuden a las altas elites del campo debido a la escasa cantidad de papeles femeninos protagónicos de poder, sin embargo, ahora se está presenciando un esperanzador renacimiento para las féminas en el medio, no solamente en forma de facultades técnicas, sino también en concepciones empoderadas que iluminan y asustan, concebidas, en este caso en particular, por un hombre, paradójico. El rol protagónico de la maravillosa Frances McDormand, el cual seguramente la arrojara de cabeza al foco mediático global, expele fuerza, aun cuando su corazón este quebrado en cientos de piezas. Dicha impetuosidad es precisamente el agente que permite una conexión casi que instantánea desde la primera escena en la carretera, esa imperfección, remordimiento y sentimiento buscando reivindicación de maneras tan humanas que anuncia el establecimiento de una Ellen Ripley para el género dramático independiente, su naturaleza guerrera, apoyada en la pena de una madre, suscita un feeling sensacional del cual la película bebe en constantes ocasiones para conseguir un cadencia narrativa inmejorable. Esta dama es un lanzafuego cuando sale a escena, sus líneas son tan sinceras como causticas, sus motivaciones son tangibles y se alejan de la aflicción implantada lo más que pueden. Mildred podría ser el personaje femenino cinematográfico del año, rebasando por ápices a un increíble número de guerreras tales como Diana Prince de “Wonder Woman”, Lady Bird McPherson de “Lady Bird”, Elisa de “The Shape of Water”, Kay Graham de “The Post” o a Tonya Harding de “I, Tonya”. Y es que aunque todas las anteriores usan peculiares herramientas que les permiten a sus personajes convertirse en símbolos de igualdad y esperanza, los mecanismos que usa Mildred son el dolor de la muerte, el golpe de la soledad, los corolarios del orgullo, la constancia de las convicciones y la inmarchitable fe, componentes que sirven de espejo de la difícil realidad. “Nada traerá a su hija de vuelta”— replican todos los pueblerinos en Ebbing—, sin embargo, tres geométricas vallas reveladoras llegaran a satisfacer sus deseos al servir como bálsamo para sus abiertas heridas. El segundo gran descubrimiento es el minusvalorado Sam Rockwell. La última y primera vez que recuerdo haber visto a este sorprendentemente complejo actor en pantalla fue tres años atrás, en la decepcionante y medianamente aceptable actualización del enigmático y perturbador clásico de Tobe Hooper, “Poltergeist”, un intento de renovación dirigido por Gil Kenan que fracasó por sus pocas congruentes relaciones que suponían tocar a la audiencia como lo hizo el clásico de 1982. Rockwell interpretaba a un unidimensional padre de familia que tiene que lidiar con fenómenos sobrenaturales que se representan a través de las ramas de un árbol, un televisor inteligente o un siniestro payaso, relegando su papel a un protector que quiere a su hija de vuelta. En resumidas cuentas, mi primer encuentro con este prometedor hombre no fue el mejor. No obstante, tiempo después tuve el placer de presenciar que su relación con el director databa de varios años atrás, exactamente con “Seven Psychopaths”, una comedia criminal que anticipaba el poder de la interesante voz de un verdadero creador de cine de ojos azules, con todos los requerimientos que esto encierra. Ahora, Rockwell regresa con un papel de digno reconocimiento, uno realmente grande, Dixon, un alcohólico sheriff que no frecuenta los buenos modelos, un oficial engreído que no le importa pasar por encima del mundo con tal de salir victorioso. Sobra decirlo pero este actor tiene la fortuna de poseer uno de los momentos más poderosos del filme a manos de su personaje. Para enmarcar está la secuencia en la cual ataca a un inocente, ingenuo pero ladino Red, interpretado por el aterrador Caleb Landry Jones de “Get Out”; la edición, la ambientación, la fotografía y la escena como tal irradian en conjunto fuego cinematográfico, sus súbitas acciones te ponen los pelos de punta mientras involuntariamente encienden nuestros más recónditos sentidos de violencia, se siente un inexplicable placer con sus procederes inmorales, porque de antemano sabemos que lo que le corre pierna arriba acarreara un purgamiento mucho más doloroso para él, pero más excitante para nosotros. Una interminable ovación para este problemático y abrasivo personaje que vuelve a poner a Rockwell en primera plana. En último lugar y no menos importante se encuentra un nada extraño jugador, pues la mayoría de sus actuaciones llegan a tocar lo abrumador, lo realmente abrumador. Atesorando más de 93 créditos como actor y un amplio margen de nominaciones en diferentes festivales y ceremonias, el señor Woody Harrelson, próximo a estrenarse dentro del canon de “Star Wars” y DC Comics, acierta con su más reciente trabajo como actor. Willoughby es un jefe de policía que no consiguió resolver a cabalidad un crimen de violación y asesinato, además, se ve superado por las repercusiones que ocasionan las tres vallas de la protagonista y una difícil, y entrando aquí en un debate polémico, decisión al enfrentarse con un indeseable destino fatal. Es perceptible la chispa entre este y el director/escritor, quienes también habían colaborado en “Seven Psychopaths”, ya que aunque el personaje aparece en pantalla, relativamente, poco tiempo, logra lo inimaginable en una cinta de este género: afecta a través del temor. Sus determinaciones, narrativamente, provocan el surgimiento de otras valiosamente importantes, sin embargo, su desenlace nos deja deseando mucho más de él, un tipo tranquilo, dominante pero respetuoso, un humano que representaría de buena manera a la clase media. Tradicional, amoroso y un poco sexual, estas humanas facetas, al igual que las de los anteriores dos personajes, son las que hacen sentir al filme tan cercano, tan fenomenalmente realista. No hay duda que este señor es uno de los maestros de la actuación postmoderna, por ende, roguemos porque, de aquí para adelante, firme por aventuras tan entrañables como la de Willoughby.
Aplauso masivo acarrean determinados set-pieces que elevan aún más el brioso avance narrativo. El filme es fértil en secuencias que transmiten por medio de las imágenes, y aunque es casi que imposible no recurrir a spoilers, se puede liberar que tales puntos álgidos se distribuyen proporcionalmente entre las escenas en donde intervienen personajes secundarios y principales—por supuesto, las de estos últimos terriblemente disfrutables —, dicho de otro modo, entre secuencias que no se focalizan solamente sobre el personaje protagonista, aun cuando, indirectamente, toda la acción recae sobre ella. Una madre, dos policías locales, flamas, explosiones, relaciones amorosas, tres vallas de fondo escarlata y tipografía seria, un dentista petulante y un homicida a sueldo son los ingredientes empleados para la construcción de un filme que se basa como ninguno en mucho tiempo en su poderoso y articulado guion, resulta inimaginable lo que se puede extraer de este, aun cuando no exija triples lecturas o significados esotéricos, pues lo que el guionista-director desea que tomemos está ahí, en la superficie, el lío es que son tantas cosas de las que agarrarse que parece inalcanzable procesarlas y disfrutarlas de un solo bocado.
Merece la pena hacer énfasis en la exposición analítica y emocional y los mecanismos empleados para llegar a la purificadora conclusión de la historia. Elementos tan sencillos como el trio de consiguientes vallas motivan una escalonada sucesión de pasos narrativos que guardan como función general la capacitación del desarrollo para con los personajes, pues son precisamente estos quienes dirigen el filme del dramaturgo anglo-irlandés, son ellos más que nada los que hacen de este experimento independiente una clase magistral de construcción de personajes, lo que, por ende, la convierte en un logro significativo para el cine postmoderno. Además, al final, como tal no se le brinda una solución explicita al nudo, sin embargo, los más exigentes no van en busca de cuentos de hadas, ya que la película no es un thriller en el que se debe hallar al culpable y cobrar venganza ala Liam Neeson, no, este es un drama hasta el meollo, una obra en la que se evidencia como las relaciones humanas pueden integrarse o descomponerse unas con otras, se debe comprender que no es un severo requerimiento someter a pirotecnias el relato para expeler poder, aquí, simplemente son los alcances del hombre el eje de rotación, excava en los más profundo (doloroso) del ser para demostrar lo que, aun parezca ficción, podemos hacer motivados por la cólera, el orgullo o la emoción; el largometraje de McDonagh es un sincero y satisfactorio retrato de las motivaciones y repercusiones del actuar humano, el cual se le atribuye a personajes de características tan tridimensionales que bien podrían existir en nuestra realidad. Es increíble que alguien te recuerde como el cine puede quebrantar la barrera entre realidad y ficción.
Sonoramente es brutal. Desde un inicio, he considerado a los acompañamientos musicales como piezas claves para el éxito de la trasmisión de las emociones; el director debe apelar a la mayoría de recursos posibles para dar sentido a los propósitos específicos y generales de la historia, por lo que, en lo personal, creo que una sencilla estructura de melodías respalda la fabulosa faena actoral y creativa. Carter Burwell, quien curiosamente también había trabajado con el señor McDonagh en “Seven Psychopaths”, tiene a su crédito scores de oro de la talla de “Carol”, “Anomalisa” y “Mr. Holmes”; ahora, reaparece con manos llenas mediante melodías que se acoplan acertadamente con los momentos más vesánicos del filme, sus composiciones para este relato expresan, en muchas ocasiones, más que las imágenes, pues a partir de magistrales y armónicos sonidos transmite la pena, la tribulación, la indocilidad y la locura que acompaña a los personajes, al tiempo que potencializa sus oportunidades para optar por el codiciado hombrecito de oro. De cerca se debe vigilar a este neoyorquino, pues insinúa ser el próximo monstruo productor de excelentes bandas sonoras en filmes de profundidad gracias a su innegable talento.
Particularmente, hay un medidor de efectividad e impacto de una obra audiovisual dentro de cada persona. Personalmente, tal fenómeno reside en lo más profundo de mi pecho y surge al presentir los minutos finales de un inspiradora aventura, es como un chip que únicamente se activa si siento que el viaje, independiente de su contexto y texto, ha valido verdaderamente la pena, es emoción y tristeza mezclada, es felicidad y ansiedad que emergen de una satisfactoria película, sin embargo, solo unas pocas afortunadas —sorpresivamente, 2017 ha sido un excelente año para el cine con función social —acaparan tal privilegio. Así y todo, tengo el placer y la humildad, de un apasionado por el séptimo arte, de anunciar que el humor y drama oscuro de este filme toco fibras en mí que no sabía que existían. “Three Billboards Outside Ebbing, Missouri” escrita y dirigida a un tiempo por Martin McDonagh hará historia dentro de mi compendio de criticas al ser el primer largometraje en que no evaluó la parte técnica o visualmente artística, aspectos claramente ejecutados de forma hermosa, cruda y real, sin embargo, no lo he considerado fundamental pues esta película es netamente historia y personajes. Era escéptico de que una verdadera obra audiovisual debe componerse de arte visual, narrativo y en conjunto creativo, no obstante, esta obra me ha demostrado que puede concebirse arte poniendo componentes en mayor grado de importancia que otros. Una catarsis feroz liderada por actuaciones de primer nivel y una dirección glorificada, este filme es el drama más humano, conmovedor, impactante y coherente que he visto un mucho tiempo, un logro mayúsculo para la narración cinematográfica que pone en manifiesto el potencial surgimiento de un factible maestro de la escritura, mientras por el camino sirve de asidero para unir el amplio talento de un grupo de personas que hacen el cine para lo que es.