Lobby Story
por Manuel PiñónWashington está tan podrido como Dinamarca. Y no es por el sistema de alcantarillado. La mierda está encima de la moqueta. Cuanto antes lo asumas, mejor. Lo mismo da que lo aprendas con James Stewart en un Caballero sin espada (1939) o Eddie Murphy en Su distinguida señoría (1992); o incluso que mantengas las apariencias de lector de The Economist y sea George Clooney el que te conciencie al respecto con alguno de sus filmes político-periodísticos. El bluetooth de los think tanks ha sustituido a los hilos invisibles de los poderes económicos. Hay gente que labra carreras profesionales ejerciendo su influencia: Y no son precisamente instagrammers.
Elizabeth Sloane, el personaje que interpreta Jessica Chastain y da título a la película, es una feroz lobbista de manual. Se gana (muy bien) la vida condicionando las decisiones de los congresistas suficientes para que una ley salga adelante. Sólo hay que señalar el fin al que hay que servir y ella, hija natural de un sistema que monetiza la retórica al gusto del cliente, articulará la estrategia para alcanzar el objetivo. Fría, analítica, inteligente y extraordinariamente hábil prediciendo la lógica de las emociones, Sloane es la persona que resolvería cualquier crisis pero cuyos métodos preferirías desconocer. Sólo por si la cosa acaba en una comisión de investigación más que nada.
En El caso Sloane la excusa para verla trabajar es una ley sobre el control de armas en EE UU. También la coartada para conceder un punto amable –para ella es algo personal impedir que puedas comprar una semiautomática– a un personaje que, en otras circunstancias, no tendría inconveniente en reconocer su ausencia de escrúpulos. Habría sido extraordinario ver a una Chastain completamente amoral, aunque ya asume riesgos suficientes para agradecer que represente a alguien tan antipático como interesante. Hay que ser muy bueno –”una medallista de oro en sacar mierda a flote”, como dice Sloane– para interpretar un personaje con un proceso mental de esa complejidad y desde una soledad tan profunda; es imposible de seguir por el público o sus compañeros en la ficción. Está maravillosamente secundada por Mark Strong, Gugu Mbatha-Raw o Alison Pill, pero desde La noche más oscura no había tenido Chastain una película en la que el peso de la historia recayera de una forma tan evidente sobre ella. Si la trama aguanta, si se puede tragar esa resolución que parece más de thriller de magos (El truco final) que de filme judicial, es por un perfil que podría compartir consulta con la Carrie de Homeland. Todos los méritos pues para Chastain, alma de frío metal de una película que no desentonaría junto a La Tapadera o Ausencia de malicia, de Sidney Pollack, pero que ojalá su director John Madden (La deuda, El exótico Hotel Marigold) hubiera llevado a la dimensión amoral y tenebrosa del Veredicto final del otro Sidney, Lumet.
A favor: Jessica Chastain, toda ella, asumiendo riesgos y haciendo una declaración de intenciones sobre qué personajes quiere interpretar.
En contra: Puede hacerte sentir como un idiota. La estrategia que despliega Sloane es tan enrevesada y minuciosa que para entenderla habría que ser un genio.