EL JUGADOR DE AJEDREZ.
Texto Crítico sobre la película.
El valor del silencio. El sonido directo de unas piezas sobre el tablero…, la melodía persistente de un violonchelo que es sobrevolado por una nube de violines… el silencio aterrador de un “jaque pastor”… un “piccicato”… al comienzo un clarinete festivo…
El Jugador de Ajedrez es una obra que vivió primero encerrada en las palabras de una novela de Julio Castedo que, convertida en guion por su autor, nos sorprende en sus imágenes, su música, sus planos y sus silencios.
La historia de una indefensión humana que cruza los escenarios: la guerra española y la europea, hilo dramático, para ir directamente al fondo de las pasiones humanas: el deseo de robar y poseer a toda costa aquello que es imposible: El Amor.
El jugador de ajedrez, su personaje, alcanzará esa capacidad tan literaria del antihéroe, por pacífico, víctima de su propia bondad.
La película compone una historia en la que las transiciones de las secuencias temporales utilizan el fundido, el silencio de una gramática que impone su tempo. De montaje preciso y virtuoso. El dominio del color, los rojos y cálidos del principio. La aureola a contraluz en el perfil de algunas escenas que desembocan en la magistral del protagonista desnudo y arrodillado en la mazmorra. O en la otra escena del fusilamiento falso con esa magia de la fotografía y efectos de ensueño y ternura.
En la película se paladea esa maquinaria medieval de los constructores de catedrales, ese halo humano del escritor-guion (Julio Castedo), fotografía (Juan Carlos Gómez), montaje (Teresa Font), compositor- música (Alejandro Vivas) y director (Luis Oliveros), con un manejo espectacular de los actores: la niña su mirada su intensidad: los dos protagonistas Marc Clotet y Melisa Matthews) encarnando la verdad quebradiza de las relaciones personales: el general nazi magistral en su interpretación… la película como esa catedral, sólida, trabajada con ahínco por sus proyectadores desde la producción: Gerardo Herrero, Juan Antonio Casado y Julio Castedo.
Obra sublime con un final muy especial que sobrecoge al espectador y lo lanza por las calles de su pensamiento, hacia esa interrogación, la solución de ese misterio: esa jugada de ajedrez, inconclusa, que es nuestra propia vida.
Enhorabuena a Juan Antonio Casado Casado y al resto del equipo humano que ha hecho posible la película.
Luis E. Vallejo Delgado.