Vi-vi-viva la fiesta
por Paula Arantzazu RuizDesde que los noughties llegaron a su fin y entramos strictu sensu en el siglo XXI, la nueva comedia americana ha sido y sigue siendo una fiesta. Y no, no se trata de una metáfora para subrayar la de risas que consiguen las películas de la factoría Hollywood porque lo de la fiesta para definir estos largometrajes es literal, material, palpable y recurrente: la fiesta es escenario y a la vez protagonista de las historias para reír que desde hace un tiempo vienen de Estados Unidos. Por hacer recuento: Resacón en Las Vegas (2009) y sus consecuentes secuelas (de 2011 y 2013, respectivamente), Project X (2012), Malditos vecinos (2014) y su segunda parte (2016), Hermanísimas (2015)… En fin, cualquier cinéfilo o estudioso de la comedia podría señalar que la fiesta forma parte del género tal y como lo entienden en Hollywood (Desmadre a la americana (1978), la saga American Pie o Supersalidos (2007), por citar otros ejemplos previos, están para demostrarlo), pero la fiesta per se jamás copó tanto protagonismo como en estos últimos años. Que no decaiga, deben pensar los directivos de la fábrica de fiestas, perdón, de sueños.
La última variación del subgénero es propia de estas fechas y añade a la fórmula la parafernalia navideña. No hay cuñados, pero sí compañeros de oficina que valen para un roto, un descosido y para quedar mal delante del invitado de turno. Porque Fiesta de empresa, a cargo de Josh Gordon y Will Speck (responsables de la infravalorada Patinazo a la gloria), no da lugar a engaños y explica cómo se convierte un espacio de cubículos en la mayor discoteca de Chicago durante la clásica fiesta de Navidad del curro. Bueno, tal vez no demasiado clásica, porque sus perpetradores pretenden salvar esa oficina (y a todos sus trabajadores) organizando una bacanal con el objetivo de llevarse un contrato con una gran empresa tecnológica. ¿Quién no querría mantener su nómina gracias a una fiesta loca? Porque, como mandan los cánones, todo se desmadra gracias a unos empleados en absoluto estado de gracia y a la estupenda química que desprenden (una vez el alcohol ha hecho efecto). Jason Bateman y Jennifer Aniston, en su enésima colaboración en pantalla, junto a T.J. Miller y Olivia Munn, cumplen de manera solvente sus roles protagónicos, pero lo mejor de la función son unas secundarias realmente graciosas: Kate McKinnon (Cazafantasmas 2), Vanessa Bayer (SNL) y sobre todo Jillian Bell (Idiotsitter) no sólo tienen los mejores chistes, sino que eclipsan con sus bromas a (casi) todo lo demás.
Y los chascarrillos de Fiesta de empresa, por otra parte, no son precisamente obvios y saben reciclar con buen tino chorradas de la cultura 2.0, de la era del meme y, en suma, de la tontería popular. Tampoco las macarradas que se sueltan en pleno fervor etílico son las de siempre ni el clímax destructivo y apoteósico se da por las razones habituales en las películas sobre fiestas. La cinta, eso sí, también cae, tal y como se espera de toda película navideña, en algún que otro tópico (familiar y romántico) reconfortante, aunque el registro con el que Josh Gordon y Will Speck se enfrentan a los peajes obvios se sale por la tangente. Con personalidad.
A favor: La buena química de todos sus protagonistas y su vuelta de tuerca al subgénero.
En contra: Su timidez a la hora de plantear el conflicto laboral que provoca el gran desmadre festivo.