En este juego de espejos que Farhadi trama con alevosía y teatralidad subyace la intención de manifestar el gran teatro del mundo en el que vivimos y del que ya habló hace tiempo Calderón de la Barca.
Al protagonista de esta historia, profesor y actor teatral aficionado, se le caen varias cosas encima, su antigua casa, un suceso criminal y la obra de teatro que en esos momentos está estrenando. Como una muñeca rusa dentro de otra muñeca rusa asistimos a los ensayos y estreno de “Muerte de un viajante” de Arthur Miller a la vez que en la vida real se va tejiendo, sin que nos demos cuenta, otra muñeca rusa pero esta vez de carne y hueso.
De una manera casi cotidiana, sin grandes escenas y sin alharacas, con unos actores de un actuar fresco y poco afectado, hay miradas de los mismos y actos a lo largo de la proyección que casi parecen delatar al director detrás de la cámara, acaece el hecho central que nadie puede evitar ni olvidar aunque se quiera, el hecho incómodo que tiene varias maneras de enfrentar y que convierte la vida de los protagonistas en una encrucijada, en la que hagan lo que hagan , después , ya no serán los mismos.
La obra teatral de Miller, local, limitada al sueño americano, Farhadi le da un tinte universal y viene a decirnos que viajantes no hay sólo en Estados Unidos, sino también en Teherán, y por extensión en cualquier parte del mundo y en cualquier circunstancia. Que no hace falta tener sueños y no cumplirlos, que basta con acomodarte para sentir que la vida, te pongas como te pongas te pasa por encima.
Contra eso reacciona el protagonista o eso cree al llevar hasta las últimas consecuencias lo que él cree que es justicia y otros ven como venganza.
En la escena final los dos protagonistas se hacen las dos mismas preguntas en un maquillaje innecesario:
¿Es todo teatro?
¿Somos todos viajantes?
Pregunta retórica al fin y al cabo.
Una cosa no he visto muy clara en el film sobrio y tan francés de Farhadi que se supone que sucede en Teherán: O ha evitado plasmar el Irán de hoy en día por razones de censura, no hay motivos religiosos en ninguna escena, ni de calle ni de interior, y eso en un país tan islamizado como Irán, extraña, o se ha buscado una ambientación conceptual, nada comprometida con la realidad en busca de un alcance universal.
Sea lo que sea creo que una plasmación más acorde con la vida que se vive hoy en Irán le hubiera dado a la historia un enraizamiento que la hubiese dotado de más fuerza. Nótese la universalidad de la obra de Miller a pesar de reflejar constantemente el “way of life” americano. Igual el instinto de supervivencia de los promotores del film marco el camino.
Lo mejor, las últimas escenas, en que, viajante contra viajante, gana el más joven. Sólo por eso.