Fiebre de Juana
por Violeta KovacsicsHace años, una de las preguntas del Trivial era sobre qué personaje histórico había sido representado más veces en el cine. La respuesta era Napoleón. No recuerdo la fecha de aquel juego de mesa. Tampoco acerté la solución. En cualquier caso, hay otro icono francés que ha dejado su huella en la historia del cine. Juana de Arco fue el rostro de la revolución cinematográfica que propuso Carl Theodor Dreyer, y fue objeto de análisis de directores tan dispares como Robert Bresson o Jacques Rivette. Su figura atraviesa buena parte de la historia del cine, blandiendo su espada en nombre de propuestas radicales, de la mano de un cine esencialmente moderno.
El último cineasta que ha sucumbido al influjo transgresor de Juana de Arco es Bruno Dumont, que demuestra aquello que ya es sabido pero que, de vez en cuando, debe ser recordado, aquello que Rivette planteaba de la siguiente manera: los temas nacen libres, lo que importa es el tono. Dumont ha elegido un camino otras veces transitado, el del símbolo francés Juana de Arco; y, sin embargo, su película no se parece a ninguna otra.
Basándose en un texto de Charles Péguy, Dumont ha convertido la infancia de Juana, el momento en que todavía no es ni la guerrera, ni la santa, ni el mártir, ni el mito, en un musical con dejes pop, metal y rap. Su actriz principal es una niña, y sus compañeras de reparto bailan como lo harían las dos amigas de La boda de mi mejor amiga. La pátina irónica de la propuesta no impide que Dumont elabore el lirismo del texto y la belleza del paisaje. Jeannette es una película con los pies en la tierra y con la mirada hacia el cielo, una película que parte de lo físico (epicentro del cine de Dumont) para elevarse hacia la espiritualidad.
A favor: Su excentricidad.
En contra: ¿Dónde está el espectador de cine de autor?