Cambios vitales
por Israel ParedesEn un momento de 50 primaveras, segundo largometraje como directora de la actriz Blandine Lenoir, Aurora (Agnès Jaoui, también actriz y directora), se ha quedado sola en casa tras la marcha de su hija pequeña y baila mientras suena la canción Ain’t Got No – I Got Life, de Nina Simone a partir de la canción del musical Hair. La letra de la canción se ajusta a la perfección al momento de Aurora, pero también define en gran medida la película de Lenoir, basada en una narración mínima compuesta por una sucesión de momentos, de instantes, que dan habida cuenta de alrededor un año en la vida de Aurora, quien, a sus cincuenta años, comienza a sentir y sufrir los síntomas de la menopausia.
En 50 primaveras Lenoir se acerca a un tema poco tratado en pantalla como la menopausia y lo hace desde una perspectiva cómica que rehúye en todo momento la gravedad, que no la seriedad, y acompaña a Aurora durante esos meses mediante una mirada que asume su perspectiva y que, aunque no puede evitar rodear a la historia de ciertos convencionalismos, estos sirven para otorgar, precisamente, de consistencia al personaje y a sus circunstancias personales. De hecho, el breve momento en el que vemos a la antropóloga Françoise Heritier hablar en televisión (a partir de un extracto del documental sobre ella dirigido por Patric Jean), comprendemos que el intento de Lenoir es el de acercarnos al personaje en tanto a lo que representa como tal, esto es, como figura referencial de la realidad. Y lo hace desde una comedia amable en la que incluso los momentos más dramáticos se reducen considerablemente, creando un tono muy lineal, casi monótono, que apenas presenta variaciones, algo que ocasiona que la película transcurra con un ritmo magnífico pero, a su vez, que se eche en falta más fuerza narrativa.
La más que mínima historia de la que parte 50 primaveras y de un puñado de personajes que representan más o menos lo que esperamos, obligan a fijar la atención en Aurora y en su desarrollo en un momento de inflexión en el que, llegada la menopausia, se prepara para ser abuela mientras su otra hija se marcha de casa para vivir con su novio. Además, ha renunciado a su trabajo y debe empezar de nuevo en el terreno laboral. También, por supuesto, en el sentimental, cuando aparece el amor de su juventud, con quien, por diferentes razones, no siguió y sí lo hizo con quien se casó para, después, divorciarse. Lenoir representa todo lo anterior con calma, sin estridencias, sin caer en victimismos o derrotismos, pero sí mostrando un mundo, el femenino, con gran sensibilidad (aunque existan momentos de brocha gorda, demasiado subrayados), con especial atención a elementos poco tratados en el cine y que Lenoir, con la ayuda de una estupenda Jaoui, se encarga de resaltar, más atenta, eso sí, a las ideas y a lo que quiere mostrar que a la forma en que lo hace, en general, con una puesta en escena algo convencional que funciona gracias a que la historia avanza sin detenciones innecesarias.
50 primaveras es una película de una sencillez enorme, en ocasiones, incluso resulta llamativa la falta de riesgo que presenta en el plano formal, algo que, desde luego, no puede ser considerado como una virtud, pero en esta ocasión ayuda, aunque también le resta fuerza, al acercamiento directo y sin desvío a un personajes y a unas cuestiones que son las que finalmente modulan y dotan de interés a una producción que tiene como fin último, mostrar que, en cualquier momento, en cualquier edad, todo puede comenzar de nuevo. Quizá no sea del todo suficiente para hacer de 50 primaveras una película mucho mejor, pero sí resulta simpática y disfrutable y, en cierto sentido, arriesgada, no solo por algunas ideas de su historia, sino también por optar por un planteamiento tan sencillo y ajeno a estridencias autorales en la dirección. Lenoir ha preferido mantenerse en un segundo plano, y eso, ha restado a la película de unas imágenes menos memorables pero en cambio ha conseguido una honesta y sentida mirada a su personaje.
Lo mejor: La interpretación de Jaoui, la mirada hacia ciertos temas desde una total naturalidad y su economía narrativa.
Lo peor: Una gran falta de riesgo en lo formal conlleva una película plana visualmente, muy convencional y anodina.