¿Qué es el western? Es el relato de mitificador o desmitifcador de la construcción de la sociedad estadounidense. ¿Qué es el género negro? Siendo reduccionista, es una manera de sacar a la luz la corrupción que mueve realmente el mundo desde la cómoda oscuridad. Los Asesinos de la Luna puede encajar en ambas definiciones, pero no termina de encasillarse en ninguna. Hace tiempo que los géneros dejaron de ser estancos y la hibridación ha hecho las barreras difusas. Y esta no es una excepción.
Eso trae problemas a la hora de acotar una película y hacerla accesible para el espectador. Scorsese ya está acostumbrado a ello. Toda su filmografía está compuesta, básicamente, de una racha imparable, de películas que siempre han desafiado al espectador y a las convenciones de distintos géneros. Y, con ello, los ha hecho avanzar. Del mismo modo que esta película, aun durando con tres horas y media, se siente como un golpe de aire fresco y renovador que ensancha lo que se puede o no se puede hacer.
El ritmo impregnado por el montaje de Thelma Schoonmaker es más pausado de lo habitual. Eso no significa que dejen de suceder acontecimientos. De hecho, es imposible apartar la mirada del relato. Aunque es una obviedad, Scorsese es perro viejo y parece haber abandonado ciertos artificios y consigue hacer grande lo pequeño. Es una pieza en la que se le da un peso más que importante a la narración y en la reflexión acerca de dónde nace la maldad (lo cual viene subrayado por su memorable epílogo). Aunque es un tema habitual en su filmografía, aquí lanza reflexiones maduras e incómodas acerca de la ambigüedad moral y eso parte desde su controvertida elección del punto de vista.
El maestro no es un director particularmente moralista ni tiene intención de propugnar valores a nadie. Por el contrario, es alguien que simplemente lanza una serie de hechos, hace que te posiciones con un protagonista complejo e, incluso, en ocasiones como esta, despreciable y que te lleves a casa todo ello para que reflexiones tú sobre ello. Y esta película incluye, de hecho, algunas secuencias que son abstracciones surrealistas que sólo pueden ser descritas como la lírica de la perversión, inusuales (que no únicas) en su carrera. Como contrapartida, está el gran descubrimiento de la película: Lily Gladstone. La actriz no sólo consigue transmitir muchísimo con la mirada, con sus gestos, con su presencia… Si no que consigue dejar una huella imborrable ante dos pletóricos Leonardo DiCaprio y Robert de Niro. Ahí es nada… Todo ello viene aderezado por unas magníficas composiciones del tristemente fallecido Robbie Robertson y de la espectacular y sutil fotografía de Rodrigo Prieto.
Resulta curioso como su antecedente más directo sea Pozos de Ambición, de Paul Thomas Anderson, al igual que este filme, trataba de realizar una revisión perversa de Gigante, de George Stevens. De alguna manera, esta película cierra un círculo acercando a Scorsese a un autor que al principio de su carrera fue criticado como si fuera un mero imitador del estilo del italiano. Eso es lo único que tiene de cierre. Viendo la película no da la sensación de despedida, ni de ser una película hecha por un director con ganas de reflexionar sobre sus aportaciones. Por el contrario, es una película de Scorsese. Y, como tal, no es una que vayas a ver sin más, si no que te arrolla con el vigor de una película de febril juventud. No sólo no quiere retirarse, si no que demuestra todavía más audacia con cada nuevo estreno. Ahí se estará mientras observando todo lo que haga le duren las inagotables pilas.
Quiero entrar en el sorteo de una camiseta de SensaCine.