Califico esta película como excelente. Mi fundamento, además de las excelentes actuaciones, tiene muy buena fotografía, hay buena secuencia de escenas, el desarrollo creciente del drama está muy bien llevado y yo como espectador me involucro con la desesperación de saber que es muy difícil hacer algo que signifique una recuperación definitiva de los anoréxicos. Pero por sobre todo, en mi opinión, la película pone muy de relieve, la ausencia de preocupación familiar verdadera por la enferma. De amor consistente en palabras, acciones y cariño bien expresados. Incluso, en una escena, “el doctor” dice que “la hermana” de la protagonista fue la única que dijo “algo positivo” en una reunión familiar. Incluso digo que uno de los papeles principales de esta película, es “el padre”, QUE NUINCA ESTÁ. De esa manera, su papá le está haciendo saber a su hija que ella no le importa absolutamente nada. ¿Qué paga su tratamiento médico? Eso incluso es hipocresía. Amor de familia, amor de pareja, amor en sus redes de apoyo familiar, cercano, mediano y lejano, todo eso es lo que falta en el caso de la protagonista y debe pasar, me imagino, en cada uno de los casos de la película. Y de la vida real.
Muchas personas no me lo van a aceptar, pero la primera línea de ayuda, de combate, de lucha por mantener a los hijos sanos, son los padres. Que no dejan de ser papá y mamá si se separan o se divorcian. Igual tienen responsabilidades “de por vida”. Irrenunciables. Si quieren dar explicaciones, contrargumentar estas afirmaciones, es porque están recurriendo a mecanismos de defensa del tipo “yo no tengo la culpa”. Sí la tienen.
Un niño o niña, adolescentes, tienen resiliencia y se pueden aferrar firmemente a personas significativas que incluso pueden no ser familiares, pero que, confiando en ellas, logran desarrollar fortalezas personales para vivir una vida propia y plena.