"La Mosca" es una contundente y sólida muestra del “body horror”, dirigida por David Cronenberg, y protagonizada por Jeff Goldblum y Geena Davis. El científico Seth Brundle seduce y conquista a la periodista Verónica Quaife para que documente el proceso de su último experimento, un dispositivo que puede teletransportar objetos entre dos cabinas, a la par que inicia un romance. Sin embargo, en una de las pruebas, Brundle, convertido en un arrogante hombre de ciencias por los avances de su trabajo, experimentará con su propio cuerpo sin percatarse que en el momento de la teletransportación, una pequeña mosca ingresará a la cabina, mezclando su ADN con el del insecto. Donde el director tendrá total libertad de incidir directamente en el guión, imponiendo su visión de exponer el mayor tiempo posible la desesperada lucha de un hombre por conservar su humanidad, evitando la transformación inmediata. De esta forma, Cronenberg propone un proceso de transformación más lento, y por ello más terrorífico y angustioso, porque quiere que el espectador esté siempre consciente de que detrás del monstruo hay un ser humano.
De esta manera, además de las evidentes ideas que se repiten del film anterior, como la obsesión del científico por triunfar en sus experimentos y trascender para alcanzar el éxito y la fama como también el traspaso de la ética científica al experimentar con fuerzas que no están sujetas al poder humano, el espectador podrá encontrar ideas evidentemente kafkianas respecto al existencialismo como la metáfora de sociedad autoritaria hacia el individuo diferente, el egoísmo ante el bienestar de los demás y la lucha por no dejar de ser humano. En primer caso, una sociedad totalitaria que aisla y discrimina al que es diferente, primero en la figura del científico y luego como monstruo. En segunda instancia, en la constante manía de Brundle de saciar sus instintos sexuales con su novia Verónica, sin importarle las nuevas sensaciones, contradictorias a todo esto, que la periodista empieza a tener respecto a su novio científico. Y en tercer lugar, la lucha hasta el final de conservar su naturaleza humana, más allá incluso de su propio ser y que remite al segundo punto, en donde no permite que Verónica aborte el engendro que está gestando en su vientre.
La pareja que forman Seth y Verónica, se ve un tanto forzada en la trama para que se desarrollen los acontecimientos, el director no tiene empacho en mostrar los vaivenes de la pareja, a la que se agrega un tercero que las circunstancias obligan a mutar, de villano acartonado en el triángulo amoroso a un providencial héroe mutilado en el clímax. Los celos, esa característica psicológica tan humana como destructiva, posibilitarán que la tragedia comience a gestarse, con un Seth emborrachándose porque Verónica se verá con Stathis Borans para acabar formalmente su romance, y probando su experimento en esas condiciones, sin saber que un pequeño insecto destruirá su vida. Un error que le costará carísimo y que da cuenta de esa soberbia que el científico adquiere cuando juega a ser Dios y se siente invencible. Además de estas diferencias en el tratamiento narrativo de la trama, enfocadas en los aspectos psicológicos del protagonista, el filme apostará por una brutal y explícita transformación física, una degradación física que realmente se vuelve repulsiva y vomitiva, en especial en el último segmento. El director quiso espantar al espectador para exponer la más explícita monstruosidad, que tiene escenas tan recordadas como asquerosas, como Brundle vomitando enzimas digestivas para poder comer y digerir los alimentos, la pérdida progresiva de partes del cuerpo como el cabello, la piel, las orejas y las uñas, pero principalmente el clímax en que pierde toda su carcaza humana para revelarse un repulsivo ser y luego la fallida teletransportación que lo convierte en un aún más deforme engendro, que finalmente pide a Verónica acabe con su sufrimiento.
Las actuaciones son correctas, queda la impresión de que Cronenberg no desea que el espectador sienta simpatía por Seth Brundle, bien lo supo al interpretar a un personaje egoísta y excéntrico, obsesionado con sus propios intereses y descubrimientos científicos, que en realidad no muestra la más mínima de las consideraciones con los demás, y lo que es peor, nunca se redime. Y aunque tiene una aceptable performance, le falta histrionismo para trascender y tampoco aprovecha la oportunidad que el maquillaje le otorga. Le falta un poco más de carisma, y queda una vez más la sensación de que le cuesta mucho mostrarse versátil en sus interpretaciones, pareciéndose todas demasiado a lo largo de su carrera. Por otra parte, Geena Davis, que en aquel tiempo era pareja real de Jeff Goldblum, interpreta a la periodista Verónica Quaife, un personaje que pudo haber sido mucho mejor dibujado en el guión y que se queda más que nada como nexo de Brundle con el aspecto más sexual de su personalidad, desperdiciando los dotes interpretativos de la ganadora del Oscar a la mejor actriz de reparto. Un reparto bien reducido es completado por John Getz como el celoso Stathis Borans, antagonista amoroso de Brundle. Joy Boushel como Tawny, chica que Brundle conoce en un bar y que planea usar en sus experimentos. Leslie Carlson encarna al Dr. Cheevers. Y un cameo del propio David Cronenberg como el ginecólogo que supervisa el embarazo de Verónica.
En definitiva, una película que conserva el regusto a buen cine de serie B, a producto artesano. Puede que no apasione, pero tampoco defrauda, siendo una de las más logradas de la filmografía del canadiense. Una muestra de como un ajustado presupuesto, una trama simple pero efectiva, tres actores y un escenario casi teatral pueden conformar un sólido y entretenido ejercicio cinematográfico. El maquillaje es tan brillante como asqueroso, superando el impacto visual y mediático de la original, sin lugar a dudas. Aunque quizás en algunos aspectos puede haberse quedado anticuada.