El teatro de lo político
por Israel ParedesEn apenas un año han coincidido dos películas alrededor de la figura del político británico Winsont Churchill: Churchill, de Jonathan Teplitzky, y El instante más oscuro, de Joe Wright. La primera se desarrollaba en los últimos compases de la Segunda Guerra Mundial, cuando Churchill debía decidir si apoyaba el desembargo de Normandia. La segunda, en cambio, se concentra en los inicios cuando, por el contrario, debe tomar la decisión de si seguir combatiendo contra Alemania, a pesar de encontrarse en pleno blitz y con las tropas mermadas en continente europeo, o aceptar un tratado de paz con los alemanes con Italia como mediadora. Y sin embargo, ambas presentan, dentro de sus grandes diferencias, una construcción muy similar y el uso de elementos muy parecidos dentro de su dramaturgia. Como, por ejemplo, el uso del personaje de la esposa de Churchill, Clementine (Kristine Scott Thomas) y, sobre todo, de su secretaria, Elizabeth Layton (Lily James) que, en ambos películas, aparece con una misma intención. Algo que responde a una estructuración muy precisa dentro de ciertos cánones del cine de prestigio británico, el cual, por cierto, en un presente tan particular para su futuro, ha revisado a lo largo del año su Historia de muy diferentes maneras. En ese sentido, El instante más oscuro posee un claro posicionamiento final muy exaltado que puede verse de manera inocente, pero la sensación es la opuesta.
Wright, con mejores o peores resultados, ha ido elaborando una filmografía que ha partido, en casi todos los casos, de construcciones muy cerradas para, a partir de la puesta en escena, revertir los modelos a base de violentar la imagen cinematográfica con una teatralidad que enfatiza, a su vez, su carácter ficcional. Algo así emparenta a El instante más oscuro con Anna Karenina, por ejemplo, en tanto a que en ambas evidencia mediante la imagen el teatro representacional, dentro de la ficción, en el que se mueven sus personajes. En su última película, pervierte el espacio para poner de relieve el teatro de lo político, y de lo real, definiendo a cada personaje de manera clara en cuanto a sus intenciones, agentes de una narración que vehicula un Churchill interpretado por Gary Oldman, a diferencia de Brian Cox en la película de Teplitzky, sabedor de que físicamente no se parece en nada a él, construyendo un personaje, tanto de forma corporal como mediante el trabajo de voz, que, al igual que Wright con la puesta en escena, pone de relieve la reconstrucción del conjunto. Un procedimiento que el director inglés usa para acercarse desde la ficción a la Historia y poder, paradójicamente, dar habida cuenta de ella con una mirada más limpia. De alguna manera, la desnuda al mostrar abiertamente sus costuras para, así, hablar de ella desde su interior, de su propia forma representacional.
El instante más oscuro adolece de cierto exceso de metraje y de girar, en su último tramo, sobre las mismas ideas así como entregar algunas secuencias –como la del metro de Londres- que traspasan lo soportable, pero a su vez presenta una más que inteligente maniobra para subvertir desde su interior unos modos representacionales heredados dentro de la tradición cinematográfica británica, algo que, como decíamos, hemos podido ver a lo largo de este año en varias películas. Quizá porque se trata de una cinematografía que mira sin miedo a su pasado, tanto en el plano de la ficción como en el real, con naturalidad, lo cual ha permitido a Wright poner en marcha un aparato visual tan ambicioso, con momentos magníficos en cuanto a la construcción de la escena como, en otros, más retórico y abigarrado. Combinando movimientos de cámara con un trabajo del plano de acercamiento a los personajes, en el conjunto impera tanto la visión global como la personal, esto es, lo más público y lo privado e íntimo conjugados para narrar una veintena de días decisivos para el devenir de la Segunda Guerra Mundial que conlleva, a su vez, el aplauso de un Churchill patriota que entiende que la democracia se basa en escuchar a la gente de a pie y no tanto a los diferentes intereses de los políticos. Lo dicho, una idea nada inocente para el presente británico dentro de una película que, a pesar de su irregularidad, si se atiende a la puesta en escena, es más que notable.
Lo mejor: En general, el trabajo de Wright; a pesar de muchas cosas, Oldman y Lily James.
Lo peor: Demasiado metraje y el momento de Churchill en el metro de Londres, que resulta vergonzosa a pesar de ser clave para el devenir de la historia.