Honestidad brutal
por Alberto CoronaDesde que escribió su primer guión, y sólo con éste le bastara para ser reconocida como la voz más fresca y diferente desde Quentin Tarantino, Diablo Cody ha mantenido una coherencia a la hora de idear sus obras sólo comparable al respeto y sumisión con los que el habitual Jason Reitman ha ido plasmando sus palabras en pantalla. Una coherencia implacable como sólo puede suponer aquélla que se extrae de las propias vivencias; de, en resumen, no dejar de ser Diablo Cody por muy tentador que sea de vez en cuando darle a la industria, y a la élite cultural, lo que quiere. Cody podría haberse pasado el resto de su carrera pidiendo perdón por el fenómeno Juno, pero en lugar de eso decidió escribir Jennifer's Body, y luego United States of Tara, y finalmente Young Adult, aquélla que sigue siendo su obra maestra y atestiguó de forma definitiva su madurez como autora. Un estatus pletórico de talento consolidado, y del cual Tully se revela como una confirmación de tantas.
Siguiendo su máxima de escribir sobre lo que conoce, la nueva película de Cody es inseparable del estado vital de la escritora, y habla de la experiencia con sus tres hijos desde un prisma confesional y honesto. Tanto, que las escasas pegas que se le podrían poner a Tully, como suponen la frivolidad de ciertos planteamientos, o la injusta complacencia con la que se retrata la figura del marido -alguien que cree que es suficiente ayudar con los deberes a sus hijos y luego pasarse la noche jugando a la consola para cumplir como padre-, son achacables al propio carácter de Cody, y a su personalísima visión de las cosas. Una que impregna su última película de arriba abajo, y que traza una panorámica de la maternidad dolorosa e inquietante por momentos. Por decirlo así, lo único que separa a Tully de la desgarradora Tenemos que hablar de Kevin es que aquí la depresión post-parto es aclimatada a cada tanto por canciones acústicas cuquis, en el peor vicio heredado de Juno, pero el declive mental y físico de una madre es expuesto de forma igualmente despiadada en ambas obras.
Sí, claro, Tully no deja de ser una comedia, y una que además Charlize Theron protagoniza con el desparpajo abrumador de quien se encuentra en el punto más dulce de su carrera, pero por cada chiste, cada situación descacharrante, y cada estallido rabioso de Marlo, Cody se permite introducir un punto sombrío. De forma significativa, el film dirigido por Jason Reitman da comienzo con la protagonista cepillando la piel de su hijo como si fuera un caballo enfermo, y desde entonces cada escena está planteada para subrayar el hastío vital del personaje, trocando en una sucesión de efectismos -irremediablemente pedestre si hasta entonces no se ha podido conectar con lo incómodo del argumento- a lo largo del tercer acto que da cuenta de que, al igual que sucedía en la formidable Jennifer’s Body, Cody no descarta jugar con el espectador si así logra que empatice con su mensaje de forma más visceral.
De este modo, la segunda película de esa tríada infalible que supone Cody/Reitman/Theron se articula como un acierto más en la trayectoria de una autora, Diablo Cody, que pese a los lamentables tropiezos -esa intolerable medianía que fue Ricki-, o aquellas películas con las que se lo puso demasiado fácil a los haters -esa pequeña Paradise con las que debieron de quitársele las ganas de volver a dirigir nunca más-, siempre es garantía de saber hacer, diversión, reflexión, y sinceridad. Y esta vez, ni siquiera hay demasiadas referencias a la cultura pop con fecha de caducidad; sólo una, a Monster High, que resulta hilarante a muchos niveles y constata que, sí, aquella chica que escribió Juno tras documentar con éxito sus experiencias como stripper es cada vez más sabia, y a cada pocos años va a querer compartir con nosotros una nueva lección sobre la vida. Que ésta sea paulatinamente más amarga es, al fin y al cabo, el peaje que hay que pagar para seguir disfrutando de su genio.
A favor: La elegancia y contundencia con la que Cody siempre sabe rematar sus propuestas.
En contra: Los innecesarios pasajes oníricos.