“Once more with a feeling” trae como subtítulo esta nueva entrega de Guardianes de la Galaxia, esta vez volumen 3. Y es que desde aquella inolvidable canción a grito de “Ooga-chaka Ooga Ooga Ooga-chaka”, este pequeño grupo de inadaptados se guardó un hueco en nuestros corazones. A partir de aquel momento, las sintonías de Blue Swede, Sam Cook o Looking Glass nos acompañarían hasta el final de nuestras vidas haciendo de ellas lugares mucho más felices. Así, esta maravillosa sintonía pop cogía forma como un universo diferente, una galaxia donde un baile podía salvar el fin del mundo, donde una canción podía unir dos corazones, y donde la pasión y la amistad podían crear una nueva familia. Porque de esto trata Guardianes de la Galaxia: del amor y de la amistad.
Tras dos universos salvados y cinco años con medio universo desaparecido, nos encontramos frente a este nuevo volumen. El tercero, el último, el definitivo. Porque aquí, su director James Gunn, viene a cerrar las maravillosas historias de los personajes, sus relaciones, sus conflictos y su pesar. Pues, aunque nosotros nos estemos muriendo a carcajadas o sonriendo en nuestra butaca como niños, estamos ante una historia de dolor. Una historia de tristeza donde el único objetivo es encontrar el amor y la compasión en los demás.
Así, comienza esta nueva entrega, al compás de Radiohead con su Creep en acústico rompiendo la sala de cine, mientras el mapache Rocket observa su alrededor con lágrimas en los ojos. Desde este mismo instante, comienza la antítesis, la contraposición. Porque Guardianes de la Galaxia no solo juega con continuos contrastes con los personajes, diálogos o situaciones. Sino también con ella misma, con su propio sentido. La película en sí misma, es una antítesis brutal, donde lo triste consigue una simbiosis con la risa y donde lo dramático se muda a lo cómico. Nuestros guardianes utilizan el humor constantemente como escape a la realidad, para escapar en la profunda melancolía en la que están sumidos. Así, mientras nosotros nos reímos en la sala, ellos sufren. Vemos historias de pérdida, de torturas, de destrucción, que rodean la vida de todos estos personajes. Los cuales, lo único que llevan haciendo toda su vida es huir, escapar hacia delante sin un destino al que alcanzar, tan solo hacia la confusa luz del eterno y precioso cielo. Y allí, tras aquella bruma, se encuentra la familia y la amistad. Su propia salvación son cada uno de ellos mismos. Al final, ya lo adelantaba John Cassavetes, años antes de su muerte: “Lo que necesita la gente es saber dónde y cómo tener amor. El poder amar para así poder vivir”. La infinita búsqueda del amor lleva presente en la historia del cine desde aquel increíble Jack Lemmon detrás de Shirley MacLaine en la maravillosa "El Apartamento". Aunque aquí, no es tanto la búsqueda de un amor romántico sino de uno fraternal, uno lo suficientemente poderoso para formar una familia.
Esta introspección, nos la relata James Gunn con un cariño y dedicación asombrosa. Las interrelaciones de cada personaje, sus comportamientos y afecciones, se palpan en este tercer volumen como elementos mucho más desarrollados. Existe un sentido natural y orgánico detrás de cada gesto de los personajes que ayuda a entenderlos mucho mejor. Gunn, se vale tanto de la música como del humor para acercarnos a ellos, y empatizar a la vez que comprender sus sentimientos. La música se utiliza de forma ornamental, pero también descriptiva. Por ejemplo, vemos como Gamora fluye mientras suena el temazo “I´m always chasing rainbows” de Alice Cooper:
“At the end of the rainbow, there's happiness
And to find it how often I've tried
But my life is a race just a wild goose chase
And all my dreams have been denied”
Cuantas veces buscó la felicidad, y cuando la encontró, tuvo que morir para comenzar la búsqueda de nuevo. La arrancaron su vida, donde había encontrado el amor y una familia, y ahora está perdida. Ahora, se encuentra en un desierto donde nada es familiar, pero el desierto la conoce. Sabe que todos sus sueños han sido negados.
Nos queda el humor, porque si la música era descriptiva, el humor es expiatorio. Aun viéndola una y otra vez, sigue sorprendiendo la capacidad de introducir diálogos absurdos y situaciones descacharrantes en momentos agónicos. Como convierte escenas profundamente dramáticas en algo bonito y cercano a través de lo cómico. Como nos explica también el dolor de cada personaje a través de sus actos. Drax, parece un personaje estúpido que nos hace llorar de la risa todo el rato, pero después de haber perdido a su hija y esposa que va a hacer sino es reírse. Nos muestra así, a través del humor, la vida de cada personaje y su pena. Es asombroso como esta síntesis creada por una antítesis puede llegar a funcionar tan bien, y conectarnos tanto a la película que estamos viendo.
Así, gracias a todo esto, llegamos al final, donde después de sufrir y pelear con ellos llegan las carcajadas, llega el baile y llega la música. Y todo es perfecto. La felicidad, los gritos, la celebración en su inmensidad. Porque que mejor forma de acabar, que con “Dog days are over” y todos los personajes bailando. Pero esta vez no es para salvar el universo, esta vez es para cerrar el telón. Finalizar con la historia de dolor que merecía un final feliz. Y ese último plano, el último grito de Rocket de felicidad, cobra sentido a toda la película.
Y así, finaliza esta trilogía de Guardianes de la Galaxia. Ya solo quedarán flotantes las letras de las canciones escritas en tiempo y memoria, danzando en nuestras cabezas como bellos recuerdos. Ya solo queda levantarnos de la butaca, abrazarnos y reír.
Pd: Quiero entrar en el sorteo de un pack de 'merchandising' de Guardianes. Muchas gracias.