Uno de Las Más Firmes Inspecciones Dentro del Subgénero de Horror
El actual-renombrado género de los caminantes dimana capitalmente del cine de terror/supervivencia, dicho que asentó sus años dorados a finales de los sesenta, donde las génesis del subgénero se cimentaron con una solvencia flamante y original, la misma que contemporáneamente vapulea a la audiencia como refrendados carroñeros sin sustancia. Pese a que no se existe fecha puntual sobre cuando se consideró preeminente dentro del mundo del celuloide, si conocemos a los tres hombres que reflejaron la heterogeneidad y profundidad universal que una horda de muertos vivientes puede originar. El primero fue quién se arriesgó a irradiar una concepción hasta ese entonces inusitada, en donde el óbito no era el remate en la línea de la vida, sino un ciclo más para transfigurarse en el testimonial detrimento. George A. Romero, él fue quién entabló el camino con una obra cumbre que debe ser vista por cualquiera que se considere adepto de la heterodoxa categoría. Unos años después, Danny Boyle eleva una faena acicalada con ingredientes con los cuales ya estábamos habituados, sin embargo, dotó de idiosincrasia colectiva y psicológica a su trabajo; aquello aprehendo la misma naturaleza vista desde una perspectiva contrapuesta y excéntrica. Y por último, hace medianamente tres años, Marc Forster impelo la temática zombie a cotas visuales mucho más aniquilantes y sectarias (envite propio de Hollywood), empero, también logró impregnarle una connotación dramática pertinente. Produce dolor que de cientos de proyectos que se apiñan tanto en la pantalla chica como en la pantalla grande sean tan sólo estos tres quienes verdaderamente consiguen ser más que cine efímero, un cine con justificaciones, rudimentos, alma y lacónica estructura.
Glorificada formidablemente por certámenes claves en el medio, “Train to Busan” o “Busanhaeng” (titulo original) de Yeon Sang-ho expone y vierte estratégicamente tesis globalmente concernientes y significativas dentro de una majestuosidad artística y coreográfica de primer nivel, no obstante, la cinta no expresa algo sustancialmente discrepante o fresco en términos cinematográficos, lo que la categoriza como un filme ameno, eficaz y un poco nugatorio. Cannes y Sitges le abrieron las puertas al director, primerizo en cintas live-action—ya que sus trabajos previos han sido netamente animados, entre ellos se encuentra la parte inicial de esta película, “Seoul Station”, proyectada en el BIFFF, sirve como outbreak y exordio dentro de la atmosfera, la misma en donde este filme toma lugar—,para testimoniar su asiduidad y supremacía en esta clasificación; dichos festivales intensificaron de manera significativa el esplendor mercantil mediante el marketing de ‘boca a boca’(WOMM) alrededor de la película, la cual ya suma más de 11 millones de espectadores únicamente en Corea.
En esencia, la narración toma lugar en los interiores de un ferrocarril que parte desde Seúl; lugar en donde un pancista y egoísta padre se ve constreñido a comprar dos tickets para un prolongado viaje dentro de los vagones por su hija, la cual anhela con vehemencia visitar a su madre en Busan, la segunda ciudad más grande de Corea del Sur y en donde dicho transporte público tiene demarcado arribar. El dilema es que esa misma mañana, una anormal virulencia, suscitada por la empresa de bioquímica del protagonista, embiste contra los residentes coreanos de forma audaz e iracunda, originando una vorágine territorial estremecedora. Pese a que pensaban que en la holgura del tren la indemnidad era infalible, un infectado se cola furtivamente dentro del carruaje trasero, induciendo una enajenación mental desmandada; la única esperanza de los pasajeros es llegar cuanto antes a Busan, emplazamiento donde un hipotético resguardo militar está asentado, no obstante, la peor hecatombe no es la de los no muertos, sino la apocalipsis y la podredumbre de los seres humanos.
El filme está estrechamente influenciado por dos antítesis manejadas de manera inteligente siquiera en su gran mayoría: primariamente, el planteamiento narrativo es ejemplarmente foráneo, de claras hechuras de comic y de la cultura popular occidental; y en segundo lugar, personajes perceptiblemente orientales, los cuales empalman con los demás factores con propiedad, entre los cuales sobresalen la egregia y soberbia puesta en escena—la cual no tiene nada que envidiarle a la meca norteamericana,— una impetuosa banda sonora que abastece de brío a las tesituras inquietantes, una vis dramática en cierta medida pertinente y un tramo final que descarrila las pretensiones fílmicas y argumentales más allá de sus propios límites.
El gran y mundano escollo es que se amolda y alonga de esquina a esquina a las expresiones más reutilizadas del género, suministrando entretenimiento sin ofrecer algo no presenciado, igualmente, el inicio y las profusas reincidencias sensitivas palian los miríficos resultados erigidos en los primeros 45 minutos.
“Train to Busan” argumenta una vez más la aptitud inexplorada—o al menos, no vista— del cine oriental. El filme es una travesía por los rieles con temática zombie bien elaborada que subvierte entre sus hilos narrativos el individualismo humano, las dispares condiciones sociales, el egoísmo y la falta de preocupación por el bienestar del prójimo que golpea a nuestra cultura contemporánea mañana a mañana. “Busanhaeng” figura todo lo que un amante del cine de muertos vivientes ambiciona ver, sin embargo, manipula los usados componentes con mano diferente, creando una beldad visual fastuosa para generar dicha sensación. Refrescante, cautivante y hasta cierto punto entretenida; la película es tan frenética y directa como el mismo tren protagonista.