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    El hijo de Bigfoot
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    El hijo de Bigfoot

    De pelo en pecho

    por Marcos Gandía

    Aunque ya estamos a punto de que el canon nostálgico a exprimir sea el de la (anodina) década de los años 90, de momento, en el ámbito del cine y de la televisión, son los 80 quienes siguen siendo la fuente de referencias para cuarentones (e hijos) con complejo de Peter Pan. La animación no ha sido ajena a esta corriente, y El hijo de Bigfoot, que tampoco es ese título estrella de un ídem estudio del ramo, no se escapa a ello, ofreciéndonos un nada indisimulado remake (al aire libre, con todo lo de ecología de manual y guiños a albóndigas varios) de Teen Wolf (De pelo en pecho), aquel sleeper que lo petó en taquilla, que dio pie a una secuela tan trash como besuqueable (con un Jason Bateman que debe seguir pidiendo de rodillas que borren ese título de su currículum) e incluso a una serie de TV muchos años después que no aportaba nada, y que lanzó a la fama a Michael J. Fox.

    El juvenil protagonista de esta amabilísima aventura animada es un pariente cercano de aquel Fox que descubría que sus alteraciones hormonales adolescentes iban a pasar de un simple brote de acné rebelde a la licantropía, todo (claro) producto de la herencia familiar. La familia, siempre la familia. La misma que aparece cada dos por tres en el mensaje conciliador y buenrrollista de El hijo de Bigfoot. Por mucho que queramos ser rebeldes y estar contra padres y madres, lo cierto es que el destino (y los guionistas) nos ponen en la tesitura de acabar comprendiendo a nuestros progenitores, a ver que el núcleo familiar es tierno, inmaculado e intocable.

    Con un estilo algo impersonal (tanto los diseños de los personajes como el look del film podrían intercambiarse con cualquier otro producto de estos últimos años) y un trasfondo conservador, la película en cambio sabe dosificar sus momentos de slapstick (ese cúmulo de equívocos en la reunión en el bosque), que funcionan a la perfección, con ese aroma a repaso casi psicoanalítico al angst juvenil. Más allá de su moraleja, El hijo de Bigfoot saca su rebeldía en los secundarios, en algunos instantes de agradecida escatología y en una defensa de lo salvaje frente a lo civilizado. Que sí, que quizá no sea más que un trasunto de Ant Bully (Bienvenido al hormiguero), pero cuando deja lo políticamente correcto y lo infantiloide y hace de Bigfoot y los Hendersons  un Parker Lewis nunca pierde, pues la verdad, se ha ganado mi simpatía. 

    A favor: Cuando es de verdad gamberra. 

    En contra: Su mensaje profundamente conservador. 

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