Graduadas en la escuela de jóvenes asesinas
por Manuel PiñónAhí va una advertencia necesaria para ver Purasangre sin sentirse engañado: aunque lo parezca, no es una película de Sofia Coppola. Sus protagonistas son dos tardoadolescentes encerradas en sus propios traumas, pertenecen a familias adineradas, se saltan las normas y las leyes, y la mayor parte de la acción se desarrolla en una mansión que podrían haber asaltado en The Bling Ring. Además, cierta atmósfera de novela gótica predispone para los propósitos homicidas de estas dos jóvenes decepcionadas con los adultos. Con una sinopsis algo capciosa hasta podría pasar por una versión contemporánea y pija de La seducción.
Pero no, Purasangre es realmente el debut de Cory Finley, un cineasta que no había cumplido los 30 cuando dirigió esta película y que se esfuerza en las entrevistas por resultar tan maduro como Damien Chazelle. Tiene un discurso con el que parece ofrecerse para ser asimilado por la industria inmediatamente. De hecho, esta película puede verse como un currículo audiovisual: joven guionista y director capaz de generar tensión, con experiencia acreditada en el trabajo con actores, sólida base teatral y conocimientos de los géneros del cine clásico, listo para hacerse cargo de cualquier proyecto al que se quiera dar una pátina indie. Por algo antes de estrenarse definitivamente Purasangre ha pasado un año dando vueltas por festivales en Estados Unidos. Es más una película para advertir la presencia de nuevo talento que realmente para disfrutarla en sí misma. Inquietante sin suponer un desafío, en apariencia peligrosa pero con las puntas roma de unas tijeras escolares, es tan correcta que dan ganas de ponerle una (buena) nota con rotulador y devolvérsela al estudiante.
Olivia Cooke (Ready Player One) y Anna Taylor-Joy (Múltiple) son dos actrices estupendas, muy distintas pero capaces de crear cierta química entre ellas como estas amigas improbables, unidas por unas clases de recuperación y un plan homicida. Por si la referencia a Escuela de jóvenes asesinos no era ya suficiéntemente obvia, se imprimió en el cartel norteamericano. Citar a Criaturas celestiales ya habría sido pasarse de listos; no es tan pop, yanqui y ochentera como aquella. Y aunque sea tentador revestirla de eso, tampoco es la actualización de los niñatos insatisfechos de Menos que cero, ni siquiera una celebración del psicópata norteamericano de Bret Easton Elliis. De hecho, si se le quita todo lo que la convierte en un producto tan vendible dentro de la industria queda algo mucho menos cool pero más honesto: una obra de teatro en la que toda la sangre se derrama fuera del escenario. En mi opinión, quizá sea esa la apuesta más arriesgada e interesante de la película. Todo lo que muestra está bien, correcto, aunque sin alma. En cambio, lo que oculta es lo que hace pensar que Finley puede ofrecer algo más que un buena presentación en los despachos de los ejecutivos de Hollywood.