Mi cuenta
    Whitney
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Whitney

    Juguetes rotos

    por Marcos Gandía

    Entre las muchas leyes no escritas de esa maquinaria de sueños, pesadillas y sueños rotos que es Hollywood, que es el mundo del espectáculo, está la de llorar como plañideras a sus cadáveres exquisitos. Refocilarse en las miserias de los ídolos caídos (derribados), exponer el cuerpo embalsamado en un espectáculo impudoroso que pasa sin solución de continuidad entre el elogio desmesurado, la memorabilia de fan y el carroñerismo de cualquier tabloide de mierda sacando los trapos sucios de la finada o finado. Whitney no se libra de ello. Es, no lo vamos a poner en duda, un documental espléndido en su realización, en su frenético montaje, casi a ritmo de la frenética vida de éxito y caída al pozo de las drogas y el olvido, y casi al ritmo de cada uno de los hits discográficos que la cantante nos legara para la posteridad.

    Pero es también un inmisericorde y muy amarillista retrato de Whitney Houston, y eso hay que decirlo e incluso escribirlo. Cierto que la vida de la cantante afroamericana ya era carne de uno de esos melodramas del Hollywood dorado, de esos que curiosamente se dedicaban a las grandes estrellas del cine o de la música. Whitney no pretende edulcorar los hechos, no es un filme de la Metro de los años 50 con Susan Hayward sufriendo porque su marido le es infiel y porque está perdiendo la voz y los contratos. Tampoco es Ha nacido una estrella, y aunque a ratos Kevin MacDonald, el director, explica la vida, el arriba y el muy debajo de Whitney Houston como si fuera la vida de Billie Holliday según lo que Sideny J. Furie y Hollywood entendieron en El ocaso de una estrella, en el fondo lo que le interesa es hablar de una mártir, de su martirio (malos tratos, violaciones infantiles, lesbianismo mal asumido, drogas, abusos conyugales…), pero con un morboso gusto por hacernos ver todo lo malo que llevó del brillo sobre un escenario o en un film de culto como El guardaespaldas, a ser una yonqui que se quedaba sin voz en mitad de un concierto.

    Esos sueños recurrentes que la propia cantante explica en el material de archivo, donde se ve perseguida por el Diablo, no acaban de ser un elemento dramático casi de cine de terror o fantástico, y se quedan en una burda analogía con el impresentable de su marido, Bobby Brown. Un documental que gustará al fan, por supuesto, pero que nos pone a todos, fans inclusive, en la tesitura del forense que goza abriendo en canal a una famosa, a un mito. 

     

    ¿Quieres leer más críticas?
    Back to Top