Allen, o el cine de la crueldad
por Quim CasasEs evidente que la visión que Woody Allen tiene del carácter femenino se ha agriado y agrietado después de su ruptura con Mia Farrow y todos los escándalos posteriores. El modelo de mujer fantasiosa que la propia Farrow representó en títulos como La rosa púrpura de El Cairo y Alice no tiene ya cabida en la obra del cineasta neoyorquino. Su filmografía no es una autobiografía en el sentido estricto de la palabra, pero cada uno de sus filmes más representativos viene a ser el documento de una relación directa, sea con Diane Keaton (Annie Hall, Manhattan) o con Farrow (Otra mujer, Maridos y mujeres), o bien el de un periodo concreto que el director vuelca en distintos ideales femeninos (Scarlett Johansson, Emma Stone), con épocas intermedias en las que la elección de actrices distintas para cada película, de Mira Sorvino a Christina Ricci, rompe o deja en suspenso esa relación directa entre cine y vida. En eso, por supuesto, el cine de Allen no difiere demasiado del de Ingmar Bergman y John Cassavetes, dos de sus referentes confesos o inconfesos.
Ese tono agrio, incluso no siempre respetuoso, vuelve a aflorar en Wonder Wheel, una suerte de reactualización de Blue Jasmine en el Coney Island neoyorquino de 1950, una época perfecta para Allen (su luz, su estética, su música) si no fuera porque ya no hay épocas ni momentos perfectos para él. El personaje de Kate Winslet aquí es aún más amargo que el de Cate Blanchett allí. Si una decidía aparentar una estabilidad y seguridad que la habían abandonado por completo, la otra vive resignada a su molesta suerte hasta que encuentra en un amor furtivo, que ella cree duradero y sólido, o decide creer que es así, la válvula de escape.
Pero el tortuoso Allen de los últimos tiempos siembra discordias entre sus personajes y llena el camino de permanentes obstáculos. Y estos, mal sorteados y digeridos, llevan a su melodramática heroína, ni dulce ni fantasiosa, ni hermosa –aunque Winslet lo sea–, a comportarse de un modo que no habría hecho ninguna de las mujeres allenianas, aunque sí los hombres: la protagonista de Wonder Wheel no está tan lejos en sus decisiones últimas del tenista de Match Point, capaz del asesinato para mantener su confortable estatus de vida.
Puede que fuera Match Point la película que, hace doce años, iniciara la etapa oscura de Allen, pero Wonder Wheel es el filme que la certifica en toda su dimensión. No solo eso. Allen estruja su generalmente sencilla puesta en escena hasta convertirla en una set piece teatral con el viejo Coney Island como decorado inalterable y las entradas y salidas de los personajes como si estuvieran sobre el escenario representando Un tranvía llamado deseo o algún otro drama de similar intensidad. Ni la humildad anacrónica del personaje de James Belushi, los filtros artificialmente crepusculares que se cuelan por las ventanas de los interiores del apartamento de los protagonistas, o la irónica voz narrativa de Justin Timberlake, de profesión vigilante de la playa, aunque enamora a las mujeres y quiere ser escritor, otorgan un poco de pausa y respiro al drama. Allen, hace años, no hubiera filmado un plano tan devastador como el de la hija de Belushi caminando sola por la calle mientras se acerca el coche con unos matones dispuestos a asesinarla.
A favor: Su mesurada intensidad y el trabajo de los actores en un filme nada coral.
En contra: Una amargura nada contenida con el que cierto público alleniano igual no se identifica.