El declive del imperio británico
por Marcos GandíaHabrá quien vea en la elección del blanco y negro para retratar un interior claustrofóbico con una colmena de personajillos de la élite política, económica y social atrapados en sus miserias, un guiño nada indisimulado al Luis Buñuel de El ángel exterminador. No lo veo así. Si se parece The Party, la última obra de esa desconcertante autora (siempre entre lo fascinante y lo gratuitamente artie) que es Sally Potter, a algún Buñuel seguramente sea a El discreto encanto de la burguesía o a instantes de El fantasma de la libertad. Sin embargo, más que una sangrante sátira negra en un huis clos (la fiesta del título en la lujosa vivienda de la protagonista, recién promocionada dentro del gobierno británico) con desvíos al surrealismo (buñueliano) nos hallamos ante una representación teatral, una tragedia de reyes y nobles comportándose como si estuvieran en una farsa de plebeyos y sirvientes.
Tan fiera como las viejas diatribas cómicas y subversivas de los primeros años del free cinema inglés, The Party es obvio que está haciendo una cruel panorámica por la Gran Bretaña política del Brexit y hermanándola con comadres de Windsor, reyes jorobados azotados por la sed del asesinato y avariciosos y codiciosos seres ávidos de poder que lo pueden perder todo por una maldita mancha, sea de sangre, de vómito o de un vino caro.
Sorprende (o no) el hábil manejo de Sally Potter del ritmo de comedia: a ratos unos parece estar viendo una versión destroyer y vitriólica P. G. Woodhouse de Al servicio de las damas o Un cadáver a los postres; o lo que debería haber sido la reciente La cordillera con Ricardo Darín. La directora se lo pasa pipa orquestando ese delirante in crescendo de odios, secretos que salen a la luz, tejemanejes y fiambres molestos, teniendo como cómplices a una maravillosa plantilla de entregados intérpretes. La destrucción, a un tris de la emética (en el buen sentido) La gran comilona de Marco Ferreri (o de la Saló de Pasolini, obviamente sin ser tan visceral y “desagradable”), de la clase dirigente británica en The Party nos recuerda que hubo un tiempo en el que esto era posible. No que existieran mandatarios y poderosos directamente mendaces y gilipollas, sino que existiera un dramaturgo como el asesinado Joe Orton. Joder, a Orton le hubiera encantado escribir The Party. Creo que no hay un piropo mayor que se le pueda a hacer al film y a sus responsables.
A favor: Su mala leche, siempre lúcida e inteligente.
En contra: Que ciertas élites intelectuales prefieran chorradas como The Square a propuestas como ésta.