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    La número uno
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    La número uno

    Cómo ser mujer y llegar a lo más alto

    por Philipp Engel

    En un principio, cuando Tonie Marshall empezó a dar forma al proyecto, La número uno era una serie sobre un lobby pensado para aupar a las mujeres a los más altos puestos de responsabilidad en distintos ámbitos (el deporte, la política, las finanzas…), algo entre House of Cards y Borgman. Y, al final, lo que ha quedado podría pasar por el episodio piloto de esa serie que no fue, centrado en la peripecia de una alta ejecutiva propuesta para encabezar una de las empresas energéticas del CAC 40, equivalente galo de nuestro Ibex 35, cosa que en la realidad no se ha producido. Todavía.

    Que esa mujer con traje chaqueta y aire decidido, pero con el corazón frágil, sea Emmanuelle Devos, actriz perfecta a la que siempre recordaremos por sus películas para Arnaud Desplechin (de La sentinelle a Un cuento de Navidad) o Jacques Audiard (Lee mis labios), ya es un punto, o una estrellita, a favor. Que la directora del filme sea precisamente la única que ha ganado un César a la Mejor Dirección (por Vénus, salón de belleza, en 1999) añade una capa de sentido a este filme reivindicativo que también cuenta con las más o menos reseñables actuaciones masculinas de Benjamin Biolay, Richard Berry o del legendario Sami Frey, aquí ya a punto de pasar a mejor vida.

    Los espectadores que consideran la ficción televisiva como una coartada inteligente para quedarse en casa, tienen aquí quizás una excusa para salir, e ir al cine: como en las mejores series, y en contraste con los blockbusters para adolescentes, La número uno trata con personajes adultos, que hablan como adultos en una jerga profesional no demasiado incomprensible (no estamos en la abstracción de un Cosmopolis), y directamente sacada de la realidad gracias a la colaboración en el guion de la periodista política Raphaëlle Bacqué, de Le Monde. Y sin embargo, a pesar de que nos recuerda que el mundo sería mejor, y más ecológico, si la mujer tuviera más espacio en las cúpulas del poder, la película nos deja a medias. Como thriller no resulta demasiado trepidante, el espectador no llega a sufrir por la heroína que planta cara a la misoginia sistemática (quizás porque a ella todo lo demás ya le parece bien), y el tratamiento formal tampoco está a la altura de su originalidad temática. Esa ciudad de hierro y cristal, que es La Défense, el fotogénico barrio de los negocios parisinos, que esconde un aséptico mundo enmoquetado donde se rigen nuestros destinos, o al menos el de los franceses (ya saben, el control corporativo del mundo), podría haber resultado mucho más fascinante a la par que inquietante. Una película útil, en tanto que genera debate, pero también demasiado utilitaria. Más cine, y un poco menos de televisión, le hubiera sentado mejor.

     

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