Sátira esteticista
por Paula Arantzazu RuizEn Yo no soy Madame Bovary, la ganadora de la Concha de oro a la Mejor película en el último Festival de San Sebastián, hay muchas cosas que se explican con profusión –tal vez en demasía– y otras que parecen un artificio caprichoso. Sobre esto último cabe detenerse obligatoriamente en la propuesta formal de la película de Feng Xiaogang: tres formatos de pantalla distintos –un primero tipo de encuadre circular imita los antiguos grabados chinos; el segundo, un formato cuadrado, utilizado cuando la protagonista recala en Beijing; el tercero en formato anamórfico– que funcionan para describir espacios y tonos de la historia pero que, en última instancia, acaban constriñendo un relato que, por otra parte, se recrea en lo rocambolesco.
Tras un prólogo en el que Xiaogang explica la leyenda de quien se considera la Madame Bovary china, la película pronto presenta la historia de Li Xuelian (Fang Bingbing), una joven campesina que monta un falso divorcio para obtener un segundo apartamento, pero que acaba en la calle cuando su marido la deja por otra mujer de manera inesperada. Todo ello se narra a través de lo lamentos de la protagonista, que acude a un juez para recurrir el caso sin éxito, y a través de una voz en off recurrente que funciona como vehículo ante la marejada burocrática incongruente que vive el personaje principal y que puede descolocar al espectador despistado. Tras ese primer tramo, que sucede entre el campo y Beijing, una profunda elipsis nos traslada en el tiempo para contarnos la situación de Li Xuelian diez años más tarde.
Esta división en dos tiempos no es baladí, porque le sirve a Xiaogang para exponer que la incompetencia de la burocracia china y la trama de corruptelas que conforman el tejido de la administración de su país han empeorado con los años. Así, el cineasta chino, considerado el Steven Spielberg del gigante rojo, modula el sempiterno mito de David contra Goliat bajo las formas de una mujer contra un sistema, poniendo de relieve no sólo la cuestión de estatus social (las diferencias entre el mundo rural y el urbano, las pocas posibilidades de la gente humilde para ascender social y económicamente) sino también la brecha de género. Su propósito funciona cuando la película sabe reírse de los personajes, que ridiculiza sin temor al exceso, y hasta de sí misma; pero se tambalea en algunas transiciones que alargan un metraje ya de por sí dilatado y, especialmente, en el epílogo de la cinta, una suerte de explicación ex machina en torno a los motivos de la rabia de la protagonista que se antoja innecesaria.
A favor: Funciona como fábula moral, sobre todo en sus momentos cómicos.
En contra: El esteticismo de la puesta en escena para explicar el vía crucis de la protagonista acaba resultando gratuito.