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    El rey de los belgas
    Críticas
    3,5
    Buena
    El rey de los belgas

    La odisea del monarca por los Balcanes

    por Israel Paredes

    A pesar de la cierta repercusión festivalera de su trilogía Khadak (2006), Altiplano (2009) y La quinta estación (2012), la pareja de cineastas belgas compuesta por Jessica Woodworth y Peter Brosens no ha conseguido trascender a pesar de la singularidad de sus propuestas. Ahora, con El rey de los belgas, aparece la oportunidad de acercarse a ellos, si bien estamos ante una película totalmente diferente a las anteriores.

    El rey de los belgas nos sitúa en Estambul, cuando el rey de Bélgica, Nicolás III (Peter Van Den Begin), se encuentra conmemorando la unión de Turquía a la Unión Europea; entonces, es llamado a regresar a su país debido a un problema de secesión entre regiones, pero no podrá hacerlo por avión debido a una extraña tormenta solar que ha anulado los satélites. Pero el melancólico rey belga, en compañía de su jefe de protocolo (Ludovic Moreau), su responsable de prensa (Lucie Debay), su fiel valido (Carlos de Vos) y un director británico llamado Duncan Lloyd (Peter van der Houwen), quien debe por petición de la familia real rodar un documental sobre el monarca, decidirán realizar el camino de regreso atravesando los Balcanes, a pesar de ser una idea arriesgada y a todas luces arriesgadas, mientras los servicios secretos turcos irán tras ellos para evitar un conflicto diplomático. Que el rey de un país como Bélgica tenga que atravesar de incógnito la región balcánica no deja de tener un punto irónico que conlleva, además, un sutil comentario político a lo largo de toda la película.

    Woodworth y Brosens, procedentes del ámbito documental siempre en un trabajo híbrido con la ficción que hacía de sus obras unas más que sugerentes propuestas, han optado en este caso por el mockumentary y, cambiando el tono con respecto de sus producciones, por la comedia. A pesar de que, una vez que deben marcharse, el director contratado para el documental no debería seguir grabando, lo sigue haciendo. A partir de ahí, se inicia un itinerario absurdo, enloquecido, surrealista y con algunas paradas realmente interesantes, dejando que pequeños detalles, leves situaciones, sean las que marquen lo irrisorio del recorrido, ya sea en coche, andando o en barca. Una travesía que, en un momento dado, incluso llega a ser comparada con la Odisea, y que bien tiene algo de trágico; y como tal, mucho de cómico.

    Los directores, sabedores posiblemente de que han elegido el falso documental y que están ante un dispositivo narrativo demasiado trabajado, optan por no traicionar sus características pero, a su vez, por cuidar en la medida de lo posible la composición de los planos, dado que, al fin y al cabo, muchos de los momentos de la película se supone que son rodados de manera precaria. Pero Woodworth y Brosens logran que lo aleatorio, lo circunstancial, acabe transmitiendo no solo ese loco itinerario, también el proceso personal e interior del monarca, presentado en un primer momento, y durante gran parte de la película, como una simple marioneta sin apenas poder de decisión –lectura algo sutil de la monarquía- que poco a poco, en su afán de llegar a su país para intentar solucionar el problema nacional que ha surgido, irá variando hacia un hombre más decidido, sin miedos, que toma riesgos a expensas de sus acompañantes. Al final, sí consigue dar la impresión de que, quizá, sea capaz de hacer algo por su país.

    El rey de los belgas parece una película superficial, tan solo dedicada a relatar la absurdidad de un camino, a modo de película de aventuras, con todo tipo de situaciones. Y sin embargo, bajo esa simpleza, se esconde una mirada hacia a los personajes y a cómo cada parada en el itinerario les afecta. Si en las anteriores películas Woodworth y Brosens habían indagado sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza desde diferentes perspectivas, ahora, mediante el juego del falso documental, reflexionan sobre una realidad cambiante, compuesta por la belleza de lo cotidiano, de la nada incluso, y de la melancolía que proyecta un hombre que, a pesar de su aspecto corpulento y de su título, no puede resultar más pequeño.

    Lo mejor: Que de la nada, de lo cotidiano y de lo anecdótico, logran construir un relato divertido pero, a su vez, de sutil reflexión. Y todo lo absurdo que emerge de la realidad.

    Lo peor: Que optar por el mockumentary, a pesar del buen trabajo con el género que hacen los directores, pueda provocar rechazo inicial.

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